Cinco tesis sobre lo woke

La ideología woke es simultáneamente utópica y retrógrada, y a menudo ignora las cuestiones de clase.
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1. Lo woke ha hecho un daño duradero a la cultura al sustituir la idea de talento por la de representación, que, por su naturaleza, reduce el juicio crítico a la exactitud, a la fidelidad con la que el escritor o el artista, en la gran frase de José Vasconcelos, ha dejado que su “raza” (‘”raza” en español, pero en el mundo contemporáneo puede significar cualquier comunidad discreta) hable a través de él. Atacar una representación intachable de esa comunidad es atacar a la comunidad misma, y por lo tanto es racista, sexista, tránsfobo, etc., según sea el caso. En este sentido, cualquier artefacto de la cultura woke en efecto llega con sus buenas críticas garantizadas.

2. Lo woke exalta el sentimiento, que es lo que lo hace inatacable en sus propios términos. Una expresión común de esta cualidad es que cuando hay una discusión sobre cuáles son los hechos de una determinada controversia, cuando se desafía a los woke (en esto incluyo el “antirracismo” al estilo de Kendi-DiAngelo), a menudo recurren a decir que lo que importa no es cómo los de fuera pueden percibir algo sino cuál es la “verdad” del individuo. Mi intuición es que este privilegio de los sentimientos no hará más que extremarse a medida que las nuevas “comunidades de excluidos” tengan que insistir, por utilizar el ejemplo obvio, en que la autopercepción del género es tan importante como la biología del género. Así, puede que no me haya operado para transformar mi identidad de género, pero no obstante, si me siento mujer soy mujer, etc.: no importa lo que en tiempos más inocentes se llamaba mi sexo.

3. Esta exaltación de la subjetividad por parte de lo woke existe en un estado fundamental de tensión con su esencialismo identitario. Eso puede resultar ser el talón de Aquiles de la ideología. Otra contradicción es que es simultáneamente utópico y retrógrado. En ninguna parte es esto más evidente que en el debate de lo woke sobre el capitalismo, una discusión en la que se dice que el capitalismo y la supremacía blanca son históricamente inseparables. Aunque se admitiera que esto es cierto -y en mi opinión, hay demasiado de lo que, parafraseando a August Bebel sobre el antisemitismo como el socialismo de los tontos, se podría llamar el W. E. B. DuBois de los tontos para que este argumento se sostenga por completo- es menos cierto a medida que el centro de gravedad del capitalismo se aleja del mundo euroamericano y se acerca a Asia. Puede que DuBois tuviera razón cuando escribió la famosa frase “el problema del siglo XX es el problema de la línea de color”. Pero escribió esa profética frase en 1903 y no está nada claro que lo sea ahora, y mucho menos que pueda seguir siendo el problema central del siglo XXI. De hecho, cuanto más se eleva Asia, más fracasa el teorema de DuBois, excepto en el contexto de la “expiación” de los blancos por los agravios cometidos en el pasado contra la gente de color y, posiblemente, de las reparaciones de una u otra forma, una demanda que, en mi opinión, solo aumentará. Pero el problema del siglo XXI (en términos de DuBois -excluyo el mayor problema de todos, la catástrofe climática, que sin estar totalmente desvinculado se solapa pero no es sinónimo de raza-) es probablemente la clase.

4. El rechazo de lo woke a la clase como cuestión central, o, más exactamente, su “racialización” y “minorización sexual” de la clase, es lo que explica su relativa comodidad con el propio capitalismo. Los mismos estudiantes de origen inmigrante (no blanco) de los colegios y universidades de élite que se ven a sí mismos luchando por deshacerse de los grilletes destructores del alma de la blancura van a trabajar sin ninguna percepción aparente de contradicción en bufetes de abogados de élite, casas de bolsa, etc. Sin duda, el advenimiento de lo woke ha llegado al mismo tiempo que la profundización de la desigualdad social y nada de lo que el programa woke enfatiza tiene alguna relevancia para esa profundización de la desigualdad, excepto como una bandera de conveniencia, una garantía moral para las reclamaciones de sufrimiento y opresión de la gente de color. Dicho sin rodeos, los estudiantes de derecho de Georgetown que exigieron el despido de un profesor de derecho blanco de la facultad que había criticado la decisión del presidente Biden de restringir a mujeres negras su elección de candidatos para sustituir al juez saliente, Stephen Breyer, en el Tribunal Supremo, van a trabajar en su mayoría en los bufetes de abogados de élite de los que proceden casi siempre los jueces del Tribunal Supremo. No van a representar a los pequeños empresarios negros en los tribunales de demandas de menor cuantía, aunque hacerlo a largo plazo contribuiría más a reducir la desigualdad económica de los negros que asegurarse de que escuelas como Georgetown se vuelvan más inhóspitas de lo que ya son para aquellos que no aceptan los nuevos parámetros morales de lo woke.

5. Al final, el mayor delirio de lo woke, de hecho, de gran parte del mainstream progresista –pensemos en Hillary Clinton denunciando a los “deplorables”, con lo que se refería a decenas de millones de sus conciudadanos– reside en imaginar que la siguiente observación de Viktor Frankl no se aplica a ellos:

Hay dos razas de hombres en este mundo, pero solo estas dos: la raza del hombre decente y la raza del hombre indecente. Ambas se encuentran en todas partes; penetran en todos los grupos de la sociedad. Ningún grupo está formado enteramente por personas decentes o indecentes.

Catherine Liu, que es una de las más sagaces observadoras de los woke desde un punto de vista de la izquierda, se refiere a ellos como “acaparadores de la virtud”. Pero en realidad, los woke son más extremos: son monopolistas de la virtud.

Publicado originalmente en Desire and Fate.

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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