Un buen discurso de toma de posesión de un gobernante debe servir para tres cosas: hacer un diagnóstico claro de la realidad, señalar prioridades para la administración y establecer una narrativa. Esta última es clave, porque es la historia que servirá para explicarle a la gente cuáles son los grandes retos a encarar, los valores que dan fuerza al gobierno, las herramientas con las que se habrá de enfrentarlos y a dónde se llegará una vez que esos retos se superen. Cuando esa narrativa es creíble y atractiva, la gente brinda el beneficio de la duda a la buena fe del gobernante y este arranca su gestión con un apoyo ciudadano más firme.
El discurso de toma de posesión de Claudia Pavlovich, la nueva gobernadora de Sonora, logra cumplir con esas características. Debo decir que me sorprendió mucho que una gobernadora del PRI manejara una retórica tan directa. Los políticos de ese partido no suelen ser claros en el uso del lenguaje, y prefieren usar (y abusar) del eufemismo y el mensaje oculto entre líneas. Los priistas suelen ser cuidadosos al extremo cuando dan discursos, porque lo que más les asusta en la vida es que “fulano, miembro del partido se sienta aludido”, aunque estén hablando del clima. Firmes creyentes en que “todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra”, y conocedores de “la condición humana”, los políticos del PRI entienden que meterse en el discurso a los terrenos de la moral y los valores puede convertirse en una arena movediza que termine por hundirlos a ellos mismos.
Tal vez por eso el discurso de Claudia Pavlovich me pareció inusual y saludablemente claro y directo. En él, hizo un diagnóstico descarnado de la grave crisis de la administración pública de su estado. El punto de partida no puede ser más bajo: “más preocupante que la ruina económica, es la ruina moral en el gobierno”. Sin tapujos, habló de “un nivel de corrupción nunca antes visto, presente en todos los niveles”. La corrupción contagió también a sectores completos de la sociedad que sufrieron una “deformación” porque “convivían con ellos” (los corruptos) “y permitían que siguiera sucediendo”. Pero también dejó espacio para la esperanza. Las cosas pueden arreglarse, dijo, “si dejamos de ser condescendientes con la corrupción”. Por lo pronto, la gobernadora no dudó en ponerse al frente del esfuerzo colectivo y señaló un curso de acción inmediato: como ella ya lo hizo, instruyó a sus colaboradores a presentar sus declaraciones patrimonial, de conflicto de interés y de impuestos. Y les ordenó a que, en dos semanas, presenten una propuesta para la creación de una Fiscalía Anticorrupción independiente, que investigará y castigará a los funcionarios deshonestos.
En una parte de su discurso, la oradora hizo una promesa a su audiencia, usando eficazmente imágenes mentales:
“Atrás quedaron los escándalos de corrupción, enriquecimiento ilícito desvergonzado y cínico. Atrás, quedó el gobierno que tenía los hospitales en las peores condiciones y que no se tentó el corazón para atentar contra la salud de la gente. Que se quedó con el dinero de las escuelas de nuestros hijos, el dinero de las medicinas y del transporte, y que desapareció el fondo de pensiones de nuestros padres y nuestros abuelos. Hoy, despertamos de ese mal sueño para dejar atrás la opacidad, la corrupción, la desconfianza y la ineficiencia.”
Pienso en el juicio implacable de Pavlovich sobre su antecesor y en la fuerza retórica de su denuncia contra la corrupción. Recuerdo al mismo tiempo el tono, la voz y las palabras de Virgilio Andrade, Secretario de la Función Pública, al exonerar al Presidente Peña Nieto y al Secretario de Hacienda Luis Videgaray, de cualquier conflicto de interés, acto de corrupción o pensamiento impuro pasado, presente y futuro. Si Claudia Pavlovich dice lo que realmente piensa y siente ella debería estar a cargo de la Secretaría de la Función Pública. Ojalá los funcionarios federales hablaran con esa claridad y persiguieran la corrupción con la enjundia y el coraje con el que la gobernadora ha prometido hacerlo en Sonora. Yo, al igual que los sonorenses, espero que la conducta pública y privada de su gobernadora honren sus palabras. Si no es así, no tengo duda de que caerá desde las mismas alturas que alcanzaron sus promesas.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.