Elvert Barnes from Baltimore, Maryland, USA, CC BY-SA 2.0 , via Wikimedia Commons

Cuba: ¿cambio sin colapso?

Tres congresos del Partido Comunista han pasado sin mitigar una crisis que, en el orden social, aplasta, cada vez más, al pueblo cubano.
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Los ajustes de cuentas han sido la moneda común que acompaña a los cambios de liderazgo en el movimiento comunista mundial. En Cuba, el poder ha pasado, hasta ahora, por las manos de tres personajes.

El primero, Fidel como el fundador totalitario del sistema y, prácticamente, tenido como el padre de la patria. En el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) lo imposible, se hizo posible. El hermano menor sustituyó al mayor y la política que anunció prometió cambiar al gran dictador. No obstante, aunque no se produjeron traumas visibles, quedó flotando en el aire la posibilidad del socialismo de mercado en Cuba.

Y ahora, en el VIII Congreso del PCC, el nuevo líder, presidente y primer secretario del partido es Miguel Díaz-Canel, coautor del viraje hacia el mercado –conforme al Gran Viraje chino auspiciado por Deng Xiaoping–, junto a Raúl Castro y Marino Murillo. Pero, hasta ahora, no ha habido logros fundamentales. Por eso, la promesa del socialismo chino y la elevación radical del nivel de vida del pueblo resultaron fallidas.

Pero, ¿acaso la salida de Raúl Castro de las cúpulas del mando no es, de por sí, importante? ¡Por supuesto que sí! Un país gobernado de forma caprichosa y totalitaria durante más de 60 años, es demasiado obvio que no pueda recibir con indiferencia la muerte del caudillo principal y el retiro del segundo. 

Fidel dominó, total y personalmente, las grandes reuniones del partido, hasta el V Congreso, porque en el VI fue completamente desplazado por Raúl. Se dijo que estaba gravemente enfermo, pero sin negarlo, quizá se haya manipulado un poco la inminencia del mal, para atenuar el impacto de su muerte en el ánimo y las convicciones de quienes estaban acostumbrados –que no conformes– con el crudo totalitarismo que ejerció por más de seis décadas.

El viraje que preanunciaba Raúl partía de la urgencia de atender el deterioro acelerado de la vida de los cubanos. Raúl estaría más convencido que Fidel, al punto de postular la muerte del centralismo dedocrático y excesivo del aparataje administrativo, todo en el marco de la nueva línea programática que hizo aprobar en el VI Congreso. El centralismo excesivo no solo estranguló la iniciativa individual, también hundió a las empresas estatales y a la administración pública. En tono alto, aspecto esencial de la “apertura” que anunció el nuevo mandamás, quien con ánimo expansivo lanzó un paquete que, supuestamente, aceleraría su reforma, tanto por la vía de reducir el gasto como estimulando la inversión privada e internacional. Se eliminaron los comedores populares, golpeando, sin compensación, a más de 3,500,000 personas que se alimentaban, cada día, en 24,700 comedores obreros.

Esta drasticidad no podía dar resultado si el improductivo modelo socialista no experimentaba un viraje decisivo. Los asesores de Raúl, autores principales del cambio propuesto, estarían convencidos de que, con dicho modelo, todo se iría al diablo. Por ello enfatizaron la necesidad de continuarlo, aunque solo como referencia vacía. Pero, en todo caso, la estrategia fracasó y es la causa de que, diez años más tarde, el VIII Congreso haya sido convocado repitiendo –sí, repitiendo– las urgencias sociales que abruman a los cubanos.

¿Fracasó, entonces, el modelo raulista de revisión del dogmático discurso fidel-socialista? Se puede decir de ese modo, y arriesgar la opinión de que, en último término, tiene que ser la causa del cambio que envía “a las duchas”  al Castro menor y consolida a Díaz-Canel como nuevo Presidente de la República y primer secretario del PCC.

Visto así, es evidente que se trata de un viraje profundo que, quizás, acarree notables cambios políticos. Simplemente recordamos los impresionantes acuerdos sellados por los presidentes Obama y Castro, y las aperturas del Presidente Biden, quien, más rápido que tarde, ha cambiado la política y la imagen guerrera del presidente Trump, además de relievar a Obama y su estilo.

Antes de Díaz-Canel, disparado al poder, y seguramente para completar lo que le faltó a Raúl, se hablaba del economista Marino Murillo. Este último fue meteóricamente ascendido al Buró Político del PCC en el Congreso, por primera vez dominado por Raúl y sin injerencia alguna de Fidel.

No es fácil anticipar cuál será el equipo de civiles y militares que acompañará al nuevo liderazgo; hay varias figuras de extensa, y accidentada, vida alrededor del poder. Y no es difícil descubrir por qué ha sido bien reconocido el veterano José Ramón Machado Ventura, un raulista tradicional –más bien dogmático y ortodoxo–, por lo que debería ser incompatible con el significado de los nuevos líderes. Por otra parte, un elemental sentido de la política recomendaba no arrollar a Raúl después de su salida del poder. En ese sentido, Ventura sería, posiblemente, una prenda para evitarlo.

Más interesante es Ramiro Valdés, expulsado del Buró Político, por presión de Raúl, con quien tuvo un grave enfrentamiento, que no llegó a más porque Fidel lo protegió enviándolo a China. A su regreso, algunos pensaron que el presidente Raúl podría enviarlo a mejor vida, pero hizo exactamente lo contrario. En China, Valdés se había acercado al socialismo de mercado y, como en lo mismo andaba Raúl, operó una de esas sorpresas a que nos acostumbra el oficio político. Raúl lo reintegró a las más altas posiciones,  buscando –sin duda– mediación con China y los comandantes históricos, uno de los cuales era Valdés. Así aprovechó su larga y polifacética experiencia.

Concluyamos refiriéndonos a la admisión de la insoluble crisis que, en el orden social, aplasta, cada vez más, a los cubanos y que no han podido mitigar tres congresos del partido comunista. Ni los dirigentes más experimentados han podido cerrar esa úlcera purulenta que, por cierto, incide todavía con más crudeza en el precario socialismo chavista.

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Es escritor y abogado.


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