Divertir(se) hasta morir

La conversión de la política en entretenimiento la ha convertido en una actividad degradada, que atrae a los payasos más desvergonzados.
AÑADIR A FAVORITOS
Please login to bookmark Close

¿De qué van las noticias? La pregunta es tan chocante como pertinente. La idea de noticiario presupone una especie de orden lógico: las noticias son “lo que pasa”, y el noticiario las cuenta / ilustra. Pero todo es más complejo, claro. Las noticias nunca fueron lo que pasa, sino una selección particular -más o menos objetiva, más o menos exhaustiva- de sucesos en apariencia relevantes. Por ejemplo, Arcadi Espada ha insistido en la función del periódico como guión del día, como jerarquía de los asuntos corrientes. Un papel que asume cierta objetividad pero, ante todo, racionalidad: para dotar al día de un orden, hay que tener algún tipo de orden en la cabeza.

Si uno ve las noticiarios o los programas de infotainment hoy -y el que suscribe tiene que hacerlo por obligación profesional-, queda claro que existe tal orden; cosa distinta es que responda a alguna consideración comunitaria, ideológica siquiera, externa a las necesidades del formato o la empresa -lo que incluye las necesidades políticas–. Hay un guión y se cumple, ya sea meramente en aras del entretenimiento, o del entretenimiento puesto al servicio de una agenda política: generalmente, la del gobierno de turno. Así, es posible dedicar horas de programación a una guerra al otro lado del Mediterráneo, o a revivir eventos catastróficos de hace meses -un poco a la manera que se reviven los mitos en la liturgia según Eliade-, mientras las noticias sobre vivienda, demografía o el modelo energético pasan bajo el radar.

Se han cumplido cuarenta años de la publicación de Amusing ourselves to death, de Neil Postman, que se editó en España con el título Divertirse hasta morir. El argumento del libro es sencillo y hoy nos parece incluso evidente o redundante: en línea macluhaniana, todo medio de comunicación implica no solo una posibilidad física de transmisión de información, sino una modalidad de discurso en sí. Y el mundo audiovisual representado por la televisión -y anticipado por el telégrafo o la radio- convierte cualquier contenido en entretenimiento.

Qué vamos a contar a estas alturas, cuando unas líneas más arriba precisamente les hablaba de infotainment, es decir, info-entretenimiento. Salvo que el concepto es tautológico, nos diría Postman (que murió en 2003): todo lo que se emite es entretenimiento per se. Hace unos años, cuando académicos de ciencias sociales empezaban a frecuentar las tertulias políticas, se pudo ver ya el dilema en toda su dimensión: las tertulias en los medios de masas no admiten académicos, solo tertulianos. Y los argumentos posibles son argumentos de tertulia. Por eso era vana la pretensión de algunos -recuerdo a Ignacio Sánchez Cuenca- de restringir el comentario político a los “expertos”: la cualidad de experto no viaja encarnada en los cuerpos si los cuerpos acuden a formatos donde operan las reglas del entretenimiento. (Y todo esto sin entrar en otros argumentos igualmente poderosos, quizás más evidentes, para poner en cuestión la figura del “experto” público).

Con la ventaja del tiempo, podemos ver que la colonización política del entretenimiento ha sido la contraparte necesaria del desdichado eslogan “lo personal es político”. La politización del mundo de la vida, de las costumbres y de los afectos, los degrada irremediablemente; de la misma forma que la conversión de la política en entretenimiento hace de ella una actividad degradada, cuyos mejores ejecutantes son los payasos más desvergonzados. Sobran ejemplos, así que no perderemos tiempo con ello. Lo sustancial es que toda la vida esté ordenada, pringada diríamos, por la ideología; y además por una ideología posicional, de consumo, que ofrece al ciudadano-espectador la ilusión de participar de los grandes hechos de su tiempo al coste mínimo de echar el rato con una pantalla.

Porque, según Divertirse hasta morir, otra consecuencia de la transmisión inmediata de información a distancia sería la ilusión de ocuparse de eventos lejanos; sobre cuyo desarrollo, que la tecnología nos presenta como cercano, no tenemos en realidad una influencia sino infinitesimal. Postman pone, entre otros ejemplo, el de Oriente Próximo, que viene muy al pelo estos días. Desde el 85, y sobre todo desde los 2010 y el auge del clicktivism, habría mucha tela que cortar sobre esto. Las redes permiten reacciones espasmódicas que pueden influir o determinar momentos puntuales; pero la construcción de formas sociales densas y resistentes parece que sigue exigiendo formas más tradicionales y tangibles de relación, tanto con los hechos como con las personas.

En este punto, vale la pena recuperar el argumento de Postman sobre la filiación política. Frente a la “elección del mejor”, o la comparación en un mercado de candidatos e ideas, el consejo del viejo padre demócrata es quedarse con quien representa tus intereses estructurales. Este era en esencia el presupuesto de esa vieja política en la que los partidos socialistas, liberales o conservadores estaban separados discretamente y, al menos, sobre el papel, servían a intereses y clases sociales más claramente delimitados; y que, por ello, podían negociar y alcanzar transacciones sobre hechos concretos. En el mundo de la hiperelección, sin embargo, electorados más fluidos dirimen percepciones o valores post-materialistas con los que es más complicado negociar. (No obstante, las crisis sucesivas nos están devolviendo a un mundo de realidades materiales duras, y habrá que ver si la política corresponde).

Pasados cuarenta años, la pregunta es cuánto del libro de Postman sobrevive al advenimiento del mundo digital, o qué relevancia conserva. Recientemente, el psicólogo Jonathan Haidt citaba un artículo de Freya India y lo comparaba con el argumento central de Divertirse hasta morir: si en el mundo de Postman la televisión -y sus antecedentes- nos habían habituado a contemplarlo todo como entretenimiento, en el mundo de la redes sociales son nuestras propias vidas las que se han convertido en entretenimiento de baja calidad para las mismas masas de las que formamos parte. El “divertirse” se habría convertido por tanto en “canibalizarse”. También en lo político. En cualquier caso, ahora que ha muerto Robert Redford, hay que recordar que el mundo se sigue pareciendo más a Network que a Todos los hombres del presidente.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: