Este texto fue publicado originalmente el 8 de marzo de 2009 en el blog del autor.
1.
Escribía el lunes Bárbara Celis en El País:
“Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) es uno de los intelectuales estadounidenses más conocidos y mejor valorados fuera de su país. Pero en Estados Unidos sólo quienes están vinculados a los círculos políticos de izquierdas no descafeinadas saben su nombre”.
Busco Noam Chomsky en The New York Times. Salen 3810 referencias.
Busco a Noam Chomsky en Amazon.com. También tiene una página dedicada a él en AutorStore de Amazon, donde aparecen 89 títulos.
Vincenç Navarro, que ha publicado Entrevista con Noam Chomsky, mandó una carta a El País: “En realidad, Noam Chomsky es uno de los intelectuales más conocidos en Estados Unidos, habiendo sido definido por el diario The New York Times como ‘el intelectual más importante de Estados Unidos’. Es uno de los intelectuales citados con mayor frecuencia en The Arts and Humanities Citation Index y varios de sus libros, según el Publishers Weekly, han alcanzado la categoría de best sellers”. La revista Foreign Policy también lo incluía en 2008 entre los 100 intelectuales más influyentes del mundo.
El propio Chomsky, sin embargo, contribuye a crear esa falsa impresión: “Pero la libertad tiene muchas dimensiones y otras formas de control, por ejemplo a través del impacto de la concentración de capital. Por eso usted verá mis artículos en Johanesburgo, pero no en The New York Times”. En Sobre el anarquismo dice: “Me siento perfectamente a gusto escribiendo columnas distribuidas por The New York Times”. Y no deja de ser curioso que un hombre que tiene tanto éxito y relevancia declare en Dos horas de lucidez acerca de las editoriales en las que publica, “Si lo que uno busca es fama y prestigio, no es la mejor opción. Pero, en cambio, si uno quiere fomentar la participación y la acción popular…”.
Félix Romeo ha escrito que Chomsky “siempre habla de los grandes beneficiarios del atentado [del 11 de septiembre], pero nunca se coloca entre ellos, y debería hacerlo (…) Chomsky existía antes del atentado, pero se multiplica. En España se han publicado desde entonces 60 de sus libros y 15 sobre él. El fenómeno, surgido en Estados Unidos, se repite en Francia, Italia, Alemania y Portugal (más de 50 de sus libros traducidos: ningún otro pensador tiene semejante espacio en las librerías)”.
También ha tenido publicistas inesperados, aunque no se le puede culpar de ello. Justo después de que Hugo Chávez lo elogiara en un discurso en las Naciones Unidas en 2006, la editorial Metropolitan Books, ante las peticiones de Barnes and Noble y otras cadenas de librerías, imprimió 25.000 ejemplares de Hegemonía y supervivencia, un libro de 2003 que también se colocó en el número 1 de las listas de Amazon. En otra ocasión, un mensaje de Osama Bin Laden recomendaba leerlo.
Chomsky también es una estrella en Internet. Su página web tiene muchos artículos, y hay muchas páginas con sus frases y sus polémicas. En Google aparecen 2.570.000 entradas. Sin embargo, el disidente aseguraba que: “El acceso a Internet ya está restringido porque hay que pagar por él, pero ahora las empresas quieren que sea más fácil llegar a unas webs que a otras, en detrimento de quienes no pueden pagar por estar entre las de acceso rápido”. El acceso a Internet está restringido porque hay que pagarlo, dice, así que supongo que el acceso a las lechugas también está restringido, pero no sé qué no lo está. Está más restringido en los países donde no se permite el acceso a Internet, o donde no hay líneas, o donde sólo unos pocos pueden pagarlas, o donde hay un alto índice de analfabetismo. Y además si uno busca a Chomsky los buscadores lo llevarán a Chomsky, aunque las malvadas corporaciones hayan hecho una página muy vistosa y rápida en homenaje a Huntington.
Chomsky es también un lingüista importante, y no podría alcanzar ese nivel de influencia diciendo sólo tonterías. Criticó la guerra de Vietnam y la invasión de Timor Oriental por parte de Indonesia, ha denunciado crímenes contra la humanidad, y a diferencia de otros gurús de la izquierda no ha sido un apologista de la Unión Soviética. También ha combatido el relativismo en la lingüística y ha postulado unos principios universales sintácticos que compartimos todos los seres humanos, pero no aplica los mismos estándares en la política o en los derechos humanos. No tiene una teoría política propiamente dicha, ni un plan para la sociedad. Los crímenes sólo le interesan cuando el culpable es Occidente, y eso le ha llevado a defender lo indefendible, o a minimizar el sufrimiento de las víctimas.
Se define como un anarquista, y critica las restricciones a la libertad de las democracias, pero no está contra todos los gobiernos y tiene dificultades para ver la falta de libertad en regímenes no democráticos. Le parece que defender los derechos de los homosexuales es olvidar “los problemas realmente serios”, y ha declarado: “Me parece que Estados Unidos necesita una desnazificación”, o que “La propaganda es a la política lo que la porra a un estado totalitario”, cuando la propaganda es todavía más brutal –e ineludible- en los estados totalitarios. Sobre el interés de los europeos por las últimas elecciones americanas, ha dicho: “[Europa] siguió todo lo que es superficial, sin entrar en los programas”, así que supongo que tenemos que darle las gracias al cielo porque lo tenemos a él, para que nos explique lo que es importante. Tiende a manipular estadísticas, a despreciar la capacidad crítica de los ciudadanos, y a sacar conclusiones y establecer equivalencias morales y explicaciones que bordean la teoría de la conspiración a partir de datos hipotéticos.
2.
Chomsky defendió al negacionista Robert Faurisson, que afirmaba que los nazis no tenían campos de exterminio, que los jueces de Nuremberg habían forzado los testimonios de los supervivientes, o que el Diario de Anne Frank era falso.
Las supuestas cámaras de gas de Hitler y el supuesto genocidio judío forma una gigantesca mentira histórica, que abrió el camino a una gigantesca estafa política y financiera, cuyos principales beneficiarios son el estado de Israel y el sionismo internacional, y cuyas principales víctimas son el pueblo alemán –pero no sus líderes- y el pueblo palestino.
Como cuenta en What’s Left Nick Cohen, la izquierda de los años 70 estaba en general en contra del antisemitismo, y hubo un escándalo: los manifestantes lo atacaron, se emprendieron acciones legales y los administradores de la Universidad le suspendieron. “La libertad de expresión incluye la libertad de mentir y difamar”, escribe Cohen, “y si Noam Chomsky hubiera firmado una petición que defendiera la libertad de Faurisson no habría queja. Lo que ocurrió, sin embargo, fue que el admirado izquierdista, el estudioso que escribía contra el fascismo, fue mucho más allá de una declaración de principios elementales y dio solaz a grupos neonazis de todo el mundo.
La petición que firmó Chomsky era una obra de verdadera propaganda que pintaba a Faurisson como un buscador de la verdad que estaba siendo injustamente atacado por su investigación. Era un ‘respetado profesor de literatura francesa del siglo XX y crítica de documentos, que ha conducido una extensa investigación sobre la cuestión del “Holocausto”’.
Las inquietantes comillas alrededor de la palabra ‘Holocausto’ y la afirmación de que Faurisson era un historiador con ‘hallazgos’ reputados enfurecieron a la izquierda francesa. Pensaron que Chomsky era un hombre ocupado que había añadido su nombre a la petición sin darse cuenta de lo que firmaba. Pese a que le habían dado el capítulo y el verso a la creencia de Faurisson de que el mayor crimen de Europa no había ocurrido y de que los judíos le habían declarado la guerra a Hitler, Chomsky insistió en que hasta donde él podía saber, Faurisson era un ‘liberal relativamente apolítico’”.
Cohen continúa: “Chomsky opinaba que no creer en el Holocausto no era en sí mismo una prueba de antisemitismo: ‘si a una persona ignorante de la historia moderna le hablaran del Holocausto y se negara a creer que los humanos son capaces de actos tan monstruosos, no concluiríamos que es un antisemita. Eso basta para zanjar este asunto’.”
¿Cómo va a zanjar el asunto, si no estaba hablando de una persona ignorante de la historia e incapaz de comprender el mal, sino de un historiador del que decía que había investigado los hechos? Eso sin tener en cuenta que la experiencia demuestra que los que niegan el Holocausto no suelen sentir mucho aprecio por los judíos.
Chomsky escribió un texto sobre Faurisson y dio permiso para que se reimprimiera. Serge Thion lo utilizó como prólogo del libro Mémoire en defense de Faurisson, sin que lo supiera Chomsky. Luego Chomsky pidió que el ensayo no se utilizara así, porque le parecía que la comunidad intelectual francesa era incapaz de entender la libertad de expresión y se produciría más confusión. Era demasiado tarde; el libro salió con el prólogo.
3.
Entre 1975 y 1979, el régimen de los jemeres rojos acabó con una quinta parte de la población de Camboya. El sacerdote francés François Ponchaud fue uno de los primeros que consiguió elaborar un informe creíble de las atrocidades –lo que resultaba muy difícil, por el control férreo que el régimen de Pol Pot había instaurado en todo el país–: un libro que llamó Camboya, año cero. Ponchard, un izquierdista que en un primer momento había aceptado de buen grado la victoria de Pol Pot, entrevistó a miles de refugiados que habían logrado llegar a la frontera. Sus informes estaban apoyados por los reportajes de Jon Swain de The Times y Sydney Schanberg de The New York Times.
Chomsky y su colaborador Edward Herman acusaron al sacerdote de “jugar con las citas y los números y tener un partidismo y mensaje anticomunista”. Encontraron a The New York Review of Books, que había elogiado el libro de Ponchard, responsable de “extremas distorsiones contra los jemeres”. Los artículos demostraban que la historia era “fabricada” para que las masas aceptaran como hechos la propaganda capitalista. Chomsky y Herman saludaron como valientes disidentes a dos autores que reimprimían los boletines de propaganda de la radio de Pol Pot, y aseguraban que si se producían crímenes en Camboya (que, quizás, decían, “se parece a la Francia de después de la liberación”) se debían a la amenaza del hambre que había “causado la destrucción y asesinatos de Estados Unidos”.
4.
Chomsky se opuso a la intervención de la OTAN en Kosovo. Y también tuvo una actitud ambigua en torno a la guerra de los Balcanes.
Nick Cohen cuenta que Thomas Deichmann, un izquierdista alemán y apologista de la actuación serbia durante la guerra de los Balcanes, escribió en la revista LM que las fotografías que habían convencido a la opinión pública de que en Bosnia se habían cometido crímenes contra la humanidad eran un engaño. No intentó entrevistarse con los supervivientes, como Fikret Alic, que vivía en el exilio después de que en el campo le hubieran roto seis costillas, la mandíbula, la nariz y le hubieran dejado sin dientes: habló con los guardias serbios, que le explicaron que Trnopolje era un centro “de recogida de refugiados, muchos de los cuales buscaban seguridad y podían marcharse si querían”.
Diana Johnstone escribió en Fools’ Crusade que la masacre de Srebenica no había existido: “se supone que los 8.000 musulmanes asesinados llegaron en condiciones de seguridad a territorio musulmán”. “Las autoridades musulmanas nunca dieron información sobre esos hombres, prefiriendo contarlos entre los desaparecidos, es decir, entre los masacrados”, explicaba. Sólo se podía hablar de 199 muertos: “no hay manera de informar del destino de todos los musulmanes desaparecidos en Srebenica. En lo que respecta a los musulmanes que fueron realmente ejecutados tras la caída de Srebenica, esos crímenes llevan todas las marcas de espontáneos actos de venganza, en vez de un proyecto de ‘genocidio’”.
En el juicio en La Haya en 2003, hubo testimonios de testigos de esa masacre que se produjo ante las narices de la ONU. El coronel Dragan Obrenovic, subcomandante del ejército serbio en Srebenica en el momento del genocidio, declaró: “Soy culpable de lo que hice y de lo que no hice. Miles de personas inocentes fueron asesinadas, sólo quedan las tumbas”.
Cuando la revista sueca Ordfront le ofreció un espacio a Johnstone, la redacción protestó. Tariq Ali, Arundhati Roy, Chomsky y Harold Pinter escribieron una carta defendiendo su derecho a escribir lo que quisiera (un derecho que ningún tribunal le había quitado). Pero además, la carta decía que Fools’ Crusade era “una obra extraordinaria, que disiente de la visión mayoritaria por medio de los hechos y la razón, siguiendo una gran tradición”.
Chomsky dijo en la televisión serbia: “hay un famoso incidente que ha cambiado por completo la opinión occidental, la fotografía de ese hombre delgado tras la valla”.
“Una fotografía fraudulenta”, interrumpió el serbio.
“¡Lo recuerda!”, respondió Chomsky. “El hombre delgado tras la valla. Así que es Auchswitz y no podemos tener Auchswitz otra vez”.
5.
El 12 de septiembre de 2001, Chomsky comparó los ataques de Al Qaeda (que se entenderían, diría más tarde, “teniendo en cuenta el sufrimiento expresado por los pueblos de Oriente Medio”) en Nueva York y Washington con el bombardeo de la fábrica farmacéutica Al-Shifa en Jartum el 20 de agosto de 1998, “que probablemente llevó a la muerte a decenas de miles de personas”. Human Rights Watch declaró que no había podido investigar el número de muertos, y que no lanzaría una cifra sin una misión meticulosa sobre el terreno. Christopher Hitchens, que considera el bombardeo de la fábrica farmacéutica un crimen de guerra “al que se oponían la mayoría de los militares y del servicio de inteligencia” y escribió numerosas columnas denunciándolo mucho antes que Chomsky, afirmaba “mencionar con el mismo tono la degradación a lo república bananera de Estados Unidos y un plan, pensado durante meses, para infligir el máximo horror sobre los inocentes es abandonar todo estándar que hace posible la discriminación moral e intelectual. Por expresarlo en el nivel más sencillo y elemental, los misiles que lanzó Clinton no estaban llenos de pasajeros”.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).