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Fuente: Eneas de Troya / Wikimedia Commons

El estilo personal de no gobernar

La caída en la aprobación presidencial muestra la discrepancia entre la realidad y la narrativa oficial.
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Esta semana arrancó con un dato previsible: el presidente López Obrador ha perdido 19 puntos de aprobación en un año (de marzo 2019 a marzo del 2020), según el agregado de las principales encuestas de aprobación presidencial que publica Oraculus. Bajó de 81% a 62% y su desaprobación se multiplicó por dos: pasó de 14% al 33%. La encuesta de Reforma muestra otros datos significativos: 68% de los encuestados cree que en el último año la situación económica del país está igual o peor, contra 30% que cree que ha mejorado; 76% cree que la seguridad está igual o peor, contra 21% que cree que ha mejorado; y finalmente, 63% cree que la corrupción está igual o peor, contra 31% que cree que ha mejorado.

Este resultado es previsible por el natural desgaste que implica el ejercicio del poder, pero también por un año de marcados errores. Así lo manifestaron las personas que fueron encuestadas por Reforma: ante la pregunta de si los encuestados creen o no que hasta ahora López Obrador ha dado resultados, 45% considera que no en la generación de bienestar para el país, contra 44% que sí; 49% que no en la reducción de la pobreza, contra 44% que sí; 51% que no en el mejoramiento de la economía, contra 42% que sí; 62% que no en el combate a la delincuencia, contra 30% que sí; y finalmente, 67% que no en la reducció de la violencia, contra 29% que sí.

Una de las explicaciones plausibles del desgaste en la aprobación presidencial es la mezcla de indiferencia palaciega y terquedad con que se ha enfrentado a problemas recientes. La crisis de violencia de género, el Culiacanazo y la masacre de la familia Lebarón, la caída de la economía, el desabasto de medicinas y el desplome de Pemex se han atendido con distractores mediáticos como la rifa del avión presidencial, las acusaciones a los “conservadores” y los gobiernos de sexenios pasados, el maniqueísmo y una buena dosis de “otros datos” que pretenden esconder el descontento. Hay, así, una discrepancia entre la realidad cotidiana y la narrativa presidencial. Como apuntó recientemente The Economist, en momentos en que México requiere el oficio de un estadista, el presidente ofrece teatro.

Más allá de las causas, y sin descartar que la aprobación vuelva a subir con algunos aciertos, conviene imaginar ciertos escenarios si la caída continúa, ya que también hay buenas razones para pensar que así será: no hay, por ejemplo, evidencia de que los programas centrales del gobierno de López Obrador, como Jóvenes Construyendo el Futuro, Sembrando Vida y las Universidades para el Bienestar, hayan sido efectivos; otro tanto puede decirse de lo que sucede más allá de estos programas, como en el combate a la inseguridad.

Un posible efecto de este descenso es que el presidente se vaya quedando solo, rodeado solo por los más leales, mientras otros actores relevantes se posicionan para la caída. Ya hay visos de ello, a juzgar por el ocultamiento de su gabinete ampliado, que él mismo propició desde el inicio. No hay pararrayos o diques que contengan los golpes, ni tampoco válvulas de escape para control de daños. El presidente omnipresente es visto como el máximo responsable. Los ministros de las áreas que atañen a la desaprobación –gobernación, seguridad y economía– están prácticamente ausentes, los demás van interpretando el guión sin aparente lógica, cada quien declarando lo que puede. La inercia del círculo cercano podría ser la contraria, como a menudo ocurre en regímenes similares: se volvería cada vez más hermético y radical hasta aislar al presidente de las voces sensatas, con una descarnada lucha por la sucesión.  

Otro peligro es que la caída en popularidad acelere la captura de instituciones, particularmente aquellas instrumentales para los cambios de gobierno, como las electorales. Esta tentación viene de antes, pero si la desaprobación se va convirtiendo en intención de voto de castigo y el gobierno ve en riesgo su control de la Cámara de Diputados, o, más adelante, la continuidad de Morena, los embates al árbitro electoral pueden acentuarse.

Lo cierto es que las altísimas expectativas que generó la prometida transformación histórica empiezan a chocar con la realidad. La encuesta Mitofsky Después de las elecciones, de julio del 2018, indicaba que dos de cada tres mexicanos esperaban que en el corto plazo (menos de un año) se resolvieran economía y seguridad. Esa expectativa era compartida por el 95% de los votantes de López Obrador. La desilusión, ahora parece, podría ser proporcional. ¿Cómo administrará el presidente semejante desengaño? A juzgar por lo transcurrido, con más espejismos.

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