Con las debidas disculpas don Manuel, un amable lector que me sugirió dejar de escribir sobre “el gordo”, (son sus palabras, no las mías porque la decena de adjetivos que tengo para describir a Trump son todos impublicables) lamento informarle que tengo que volver al tema porque Trump no se cansa de hacer y decir barbaridades.
Don Manuel sugirió que padezco el “Síndrome de Estocolmo”, es decir, que mi insistencia en escribir sobre Trump denota un cierto vínculo afectivo con mi torturador. Yo lo dudo. Creo, sin embargo que don Manuel tendrá más material para analizarme después de leer esta columna. Y vuelvo a Trump porque sus majaderías contra sus subalternos me obligan a tener sentimientos contradictorios hacia ellos, casi de simpatía, a pesar de mis profundos desacuerdos con la mayoría de sus posturas, con su ideología y con sus acciones.
Empiezo por el principio. La manera como Trump destituyó al entonces director del FBI James Comey fue de una bajeza total. El pretexto que utilizó fue el reconocimiento de Comey de haber cometido errores al reabrir la investigación de los correos de la candidata Hillary Clinton. Pero todo el mundo sabe que el motivo real de su destitución fue su insistencia en investigar la conexión entre la campaña de Trump y el gobierno ruso. Yo no siento ninguna simpatía por Comey porque lo considero responsable en gran parte de la derrota de Hillary Clinton al reabrir, sin razón, la investigación sobre sus correos a once días de la elección. Esto no me impide, sin embargo, entender que la verdadera razón por la que Trump le destituyó fue por su miedo a que se descubran sus nexos económicos y políticos con el gobierno ruso.
Luego vinieron las desventuras del folclórico vocero de la Casa Blanca, Sean Spicer. Un atribulado que se hizo famoso por afirmar que ni Adolf Hitler había cometido las atrocidades que realizó Bachar el Asad. Spicer fue, sin duda, uno de los peores voceros de la casa presidencial, pero ni eso justifica el maltrato del presidente a su vocero.
El caso del desencuentro de Trump con su Procurador de Justicia Jeff Sessions tampoco tiene precedente en la historia del país, y me preocupa sobremanera, don Manuel, sentir un súbito lazo de unión con el. Estoy en desacuerdo con su dura actitud contra los inmigrantes indocumentados, su pasado salpicado de incidentes racistas, su proteccionismo en temas de comercio, su visión conservadora de la justicia criminal, pero otra vez, la forma en la que Trump le ha tratado públicamente me parece abusiva e injusta. Me explico. El pleito en privado del presidente con el procurador lleva meses pero se hizo público recientemente cuando en una entrevista en el New York Times, Trump dijo que se arrepentía de haber nombrado a Sessions. No le perdona haberse recusado de la investigación sobre la posible colusión de los rusos en la elección. A Trump no le convence que la decisión de Sessions fue la que manda el código de ética y el reglamento de la procuraduría. Sessions es un político conservador, no un bribón que merezca ese trato.
La última hazaña fue el despido fulminante de su jefe de gabinete, Reince Priebus, después de mandar a un matón verbal a insultarlo públicamente con procacidades inauditas.
Así las cosas, le confieso don Manuel que no es solo la decencia y la compasión la que me lleva a defender a las víctimas de Trump. Me mueve también la preocupación por las maniobras de Trump para despedir a Sessions y nombrar a un nuevo procurador cuya primera orden será despedir al fiscal especial Robert Mueller y así finiquitar la investigación sobre los nexos de Trump con Rusia.
Confío en que las muestras de apoyo a Sessions de parte de congresistas republicanos y medios conservadores impidan que Trump se salga con la suya. También me alienta la contundencia del reciente voto en el Senado para imponer nuevas sanciones a Rusia y limitar la capacidad de Trump para retirarlas. Esta declaración de relativa independencia del poder legislativo así como el fracaso para liquidar el sistema sanitario conocido como Obamacare dan muestra de que todavía hay congresistas (sobre todo mujeres) que creen en la división de poderes y no se dejan intimidar por un presidente bravucón.
Por mi parte, don Manuel, espero no tener que volver a escribir sobre él en un plazo razonable, su vulgaridad me da nausea.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.