Aunque contarlos con precisión es imposibles de entrada, según cifras dadas a conocer en enero de este año por el entonces Comisionado Nacional de Búsqueda, Roberto Cabrera Alfaro, en México hay más de 40 mil desaparecidos y 36 mil muertos sin identificar. Por otro lado, en el marco del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada (30 de agosto), el gobierno federal reveló que se han encontrado 4,974 cuerpos en 3,024 fosas en los últimos 13 años: un aumento considerable respecto a las cifras de enero, alrededor de 2,884 cuerpos en 1,978 fosas.
Localizar a personas desaparecidas en nuestro país es una prioridad de la presente administración, según ha declarado el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas. El hecho de que una mujer, Karla Quintana Osuna, haya sido nombrada como titular de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas resulta especialmente significativo, ya que la participación de las mujeres ha sido absolutamente fundamental en los esfuerzos que esa Comisión encabeza, según declaró la misma Quintana en entrevista con El País: “Hasta ahora las familias, y principalmente las mujeres, han estado buscando a sus familiares prácticamente solas. Literalmente, con una varilla. Ahora toca que el Estado responda”. Y no se trata de un nombramiento vacío que cubra simplemente con una especie de cuota de género, porque la joven doctora en derecho tiene una larga trayectoria en materia de derechos humanos.
La alta participación de las mujeres en la labor de búsqueda de personas desaparecidas no es un secreto para nadie: organizadas desde la sociedad civil, ellas se han dado a la tarea de encontrar a sus hijos, esposos, hermanos, amigos. Sin embargo, estos esfuerzos no siempre son representados en el espacio público, incluidos eventos como el del pasado 9 de septiembre, cuando se instaló en Tabasco el Sistema de la Comisión de Búsqueda de Personas en un panel sin una sola mujer presente.
No es mi intención ahondar en el tema de los paneles compuestos exclusivamente de hombres, del #ClubDeTobi ya se ha hablado exhaustivamente y el fenómeno está a la vista de todos. Más bien quiero recalcar la dicotomía entre el espacio privado y el público en el ámbito de la búsqueda de personas desaparecidas, labores que mujeres han liderado no sólo en México sino en Latinoamérica y el mundo, por ejemplo las Madres de Plaza de Mayo, en Argentina, o la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), en Colombia, donde las mujeres lograron que la desaparición forzada se certificara como delito. Las mujeres han formado grupos de búsqueda y de comunicación con las autoridades por la vía legal, sí, pero también de acompañamiento desde la identidad que otorga el dolor, desde la memoria y la dignificación de la vida en un país donde las atrocidades están a la orden del día. El colectivo Solecito de Veracruz, por dar un ejemplo, dio a conocer en febrero de 2017 el hallazgo, a lo largo de ocho meses, de 253 cuerpos en una fosa a las afueras de Veracruz. Para entonces, el colectivo fundado por Lucía Díaz llevaba tres años funcionando. Lo que empezó como un grupo de chat de Whatsapp reúne hoy a más de 200 mujeres y sigue reuniendo esfuerzos para tener eco a nivel internacional (en octubre del año pasado recibieron el Premio Notre Dame por su “incansable trabajo en beneficio de las víctimas de la violencia causada por las drogas y por su dedicación a buscar la verdad”).
Sin embargo esta presencia incansable en el terreno no siempre se ve reflejada en los estrados: a pesar de que ellas encabezan los esfuerzos civiles, son los hombres quienes aparecen en las fotos “oficiales”, mostrando un sistema estatal que sigue siendo radicalmente patriarcal, aunque muchos insistan en no reconocerlo. Además de un modelo de resistencia, la búsqueda de los seres queridos es un trabajo que tiene que ver con el cuidado y que puede entenderse como una más de las labores que realizan las mujeres y que permanecen invisibilizadas desde sus manifestaciones más sencillas –las actividades domésticas o la atención a niños y ancianos– hasta ésta, acaso la más dolorosa de todas.
La negligencia de las autoridades, junto con la falta de recursos de todo tipo y los altos niveles de impunidad, ha hecho que México enfrente un reto enorme, que sería quizá imposible de enfrentar sin los esfuerzos de miles de mujeres que ponen el cuerpo en el terreno todos los días, arriesgando su integridad y dejando de lado sus vidas anteriores. “Todo lo que haces o dejas de hacer, todo tu día es en función de tu hijo. Te conviertes en sus oídos, en su voz, sus ojos”, explica Lucía Díaz, de Solecito. Sirvan estas líneas, simplemente, como un recordatorio de eso.
(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).