El vértigo de la percepción: La inmigración, el asesinato de Laura Luelmo y el miedo

Estos días asistimos en España a un nuevo conflicto de percepciones y un tsunami de miedo sobre la violencia machista.
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En el mes de noviembre, Steve Bannon impartió una charla en Oxford. Si algo se hace evidente tras escucharle es que es un grave error subestimarle. Con suma precisión, se centra en aquellos temas que preocupan al ciudadano y los desarrolla aportando datos seleccionados, tergiversados y mezclados. Si uno se descuida saldrá de allí un tanto aturdido y con la percepción de que ese señor, que no se quita el abrigo para hablar y humildemente reconoce su ignorancia cuando el público le hace preguntas difíciles, tiene gran parte de razón. En ese momento hay que frotarse los ojos y tomar distancia para distinguir la percepción formada de la verdad contrastada.

De percepciones e ideas “absolutamente equivocadas” ha hablado estos días en Madrid Anna Rosling. Su libro, Factfulness (Deusto), es una sucesión de pequeñas píldoras de realidad en forma de gráficos que nos ayudan a lograr esa distancia imprescindible. Cuando abordan el instinto de la negatividad, los Rosling (son tres: Hans, Ola y Anna) explican que “gracias al aumento de la libertad de prensa y a la mejora de las tecnologías, recibimos más noticias de catástrofes que nunca. Al mismo tiempo, los activistas y los miembros de grupos de presión son muy hábiles a la hora de hacer que cada descenso en una tendencia parezca el fin del mundo, aunque la tendencia general sea claramente positiva, asustándonos con exageraciones”.

Recientemente hemos visto cómo se ha utilizado ese instinto de negatividad, unido al del miedo y al del tamaño, con el tema de la inmigración. Los Rosling nos advierten de que los humanos tendemos a “exagerar las cosas o calcular erróneamente el tamaño de las mismas […] Los medios de comunicación son amigos del instinto del tamaño. El deber de un periodista profesional es, en gran medida, hacer que un suceso o hecho determinado parezca más importante de lo que es. Y los periodistas saben que parece casi inhumano ignorar a un individuo que sufre”.

Cuando los datos nos decían que nuestras tasas de inmigración no llegaban al 9%, creíamos que era superior al 23%. Otros países registraban percepciones todavía peores. Italia cree tener casi un 28% de población inmigrante cuando no pasa del 7%. Esas percepciones generan miedo. Un miedo casi siempre desproporcionado e injusto que a su vez alimenta explicaciones rápidas y simplistas, historias verosímiles, pero falsas. Son solo percepciones pero acaban teniendo consecuencias reales.

La inmigración, se ha demostrado a lo largo de la historia, es incuestionablemente beneficiosa para el conjunto de las sociedades. Decir eso es decir la verdad. Decir que hay algunos perdedores en esa historia de éxito también es decir la verdad. Esa parte se ha obviado o soslayado en ocasiones, como precaución y para evitar generar rechazo hacia el inmigrante. Ahora sabemos que esas omisiones bienintencionadas tienen efectos secundarios. Los populistas las han explotado con gran éxito de votos en numerosas democracias que parecían vacunadas y maduras. Han exagerado los datos y azuzado los temores en su propio beneficio.

Estos días asistimos en España a un nuevo conflicto de percepciones y lo que parece ser un tsunami de miedo descontrolado.

El terrible asesinato de Laura Luelmo ha desatado, como lo hizo en su día la sentencia de La Manada, una ola de indignación. Los medios de comunicación, periodistas, ciudadanos y políticos han ido aportando sus granos de arena, sus percepciones, sus Whatsapps, sus anécdotas y sus contundentes datos “absolutamente equivocados”, tal como los llaman en Factfulness, para fundamentar sus gruesos mensajes: la portavoz del PSOE en el Congreso defendía “educar para que la mitad de la población no piense que puede disponer de la vida de la otra mitad”, y un periodista escribía que si eres hombre “Tú también eres el asesino de Laura”.

Hemos escuchado a periodistas decir que en Estados Unidos la sensación de seguridad es mucho mayor que en España. También que las mujeres norteamericanas tienen un ambiente de respeto en el entorno laboral a años luz del que disfrutamos aquí. Que hay más igualdad en todas la medidas objetivas, que las mujeres tienen más derechos y están en un nivel salarial más cercano a los hombres. Hemos leído a corresponsales extranjeros en España decir a sus conciudadanos allende los mares que España es un hotspot de violencia contra la mujer.

Todo eso es falso, sin paliativos: falso. Sería solo una cuestión irritante si esta costumbre de hablar de percepciones y casos concretos elevados a categoría no estuviera contribuyendo a generar una sensación de inseguridad e indefensión entre las mujeres españolas, y no estuviera indignando a muchos hombres que se sienten injustamente culpados como “colectivo” por algo que solo es responsabilidad de unos pocos.

Sí, los datos reales y contrastados nos dicen que solo la ciudad de Chicago, que tiene una población de 2,6 millones de habitantes, ha visto 650 asesinatos en 2017 mientras que toda España, con sus casi 47 millones, ha sufrido 307 en una tendencia general de mejoría (504 en el año 2004). Los datos nos dicen que, en concreto, en muertes por violencia de género, nuestros peores datos fueron en 2008 en la horquilla 70-60 y en los últimos años estamos en los 50-40. Una sola muerte es insoportable, pero, como señalan los Rosling, este tipo de recordatorios nos permiten como sociedad “seguir viendo las noticias sin ser arrastrados a la distopía”. Los datos reales y contrastados nos dicen que en los Estados Unidos son pocos los lugares donde las mujeres pueden disfrutar de su derecho a la maternidad sin perder su salario. También nos dicen que la brecha salarial de las españolas (que según el estudio que se consulte oscila entre un 15% y un 23% en los estudios más exigentes) solo es equiparable a la que padecen las mujeres blancas y asiáticas americanas, no a la de afroamericanas o latinas, porque estas doblan con creces esa brecha.

¿Por qué difundimos percepciones y mensajes de Whatsapp como si fueran datos contrastados? ¿Por qué permitimos crear una sensación de miedo generalizado que los datos reales no solo no respaldan sino que desmienten? ¿Acaso no hemos aprendido nada?

No se debe subestimar el miedo, ni el de las mujeres ni tampoco el del que cree que los inmigrantes pueden quitarle su trabajo. Pero esos miedos han de ser paliados, nunca exagerados. Han de tomarse medidas que nos hagan sentir más confiados y seguros. No es necesario mentir para ello. Podemos decir la verdad. Pero parece que los gatekeepers del sistema se han transformado en cheerleaders y los políticos siguen el rastro de miguitas que señala el camino de los votos. Así, deliberada y enérgicamente, vamos moviendo ventanas de Overton hacia penas cada vez mayores y sociedades más desconfiadas e intolerantes.

Llegará el día en que estas percepciones irresponsablemente azuzadas colisionen. Ese día, el suelo se abrirá bajo nuestros pies cuando contemplemos la magnitud del desastre. El día en que el populista de turno diga que en España los inmigrantes asesinan impunemente a las españolas como consecuencia de nuestra negativa a levantar muros más altos que nos protejan, como en su momento hizo Trump con Alemania y Suecia o acaba de hacer Bolsonaro hablando de Francia, las personas que se empeñaron en culpabilizar a colectivos completos por hechos cometidos por unos pocos individuos verán el resultado de su irresponsabilidad. Habrá quien se beneficie de ello y no serán las mujeres, ni los inmigrantes, ni la sociedad liberal.

La igualdad entre hombre y mujer no es aún un objetivo plenamente alcanzado, pero hemos avanzado muchísimo. Aún tenemos miedo muchas veces y soportamos agravios que no deberíamos tener que experimentar como ciudadanos iguales que somos. Ignoro si la educación es toda la solución al problema o hay otros ángulos a los que no prestamos la suficiente atención. Lo que sí sé es que lo que estamos haciendo estos días, permitiendo que nos desborde una empatía mal entendida, lejos de ayudarnos a lograrlo, nos acerca al abismo.

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Elena Alfaro es arquitecta. Escribe el blog Inquietanzas.


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