Valorar la libertad a nivel existencial

¿Se dieron cuenta del momento en que cruzaron la línea roja o lo hicieron suficientemente despacio?
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Apenas tres coches circulando y un control policial. Te sorprendes diciéndole a la niña que se suba la mascarilla. No recuerdas si ya se podía ir sin mascarilla en el coche en la misma fila de asientos o eso era a partir de la semana siguiente. Si era en la fase 0 o solo en la 1. No quieres que le digan nada.

Has pasado tu vida con la certeza, nunca puesta a prueba, de que el Estado cuidaba tu espalda. Que su armadura invisible te protegía de la arbitrariedad porque la mera pertenencia al Estado de derecho te mantenía de pie en el mundo.

Decía Enrique Krauze que la libertad, como el aire, solo se vuelve tangible cuando falta.

Releo a Piero Calamandrei, que sabía muy bien que el efecto de la arbitrariedad es la destrucción del sentido de legalidad. La falta de sinceridad legislativa –la treta legislativa–, las leyes hechas ad ostentationem, la improvisación y la defectuosa técnica legislativa, la urgencia que hizo que la fuente legislativa funcionase “sin interrupción convirtiéndose, con la incertidumbre de sus disposiciones, en una especie de obsesión en las espaldas de los ciudadanos”. La incertidumbre del derecho, el verdugo de los desgraciados.

Es temporal, te dices. Es una suspensión voluntaria de la vida. De tu libertad, de tus derechos fundamentales. Nada realmente imprescindible te falta. Es por tu bien, por el de todos. Te repites que no hay peligro real en ello, porque los mecanismos de control están ahí y velarán por que el edificio siga en pie cuando sea que todo esto pase. Pero no estás del todo segura de si esas viejas herramientas servirán en la nueva normalidad que ya es oficial, porque aparece en el BOE, y se manifiesta como si de una obra de teatro se tratase.

Acto 1. La acción.

Se anuncia una decisión, que te afecta vitalmente, por canales inapropiados: alguien cercano al poder busca unos miles de likes en redes sociales o un medio recibe una filtración de lo que debería ser entregado a los ciudadanos de forma rutinaria. Tampoco te lo crees completamente. Te escandaliza pensar lo que hacen algunos por un poco de notoriedad. Pero no son los likes el objetivo sino el medio. La gasolina necesaria son el escándalo y la sorpresa.

Acto 2. La reacción.

Las personas prudentes callan esperando una explicación y miran de reojo hacia el otro lado buscando un escudo por si fuera necesario. El otro lado salta a la yugular. Sube el tono del debate público hasta el paroxismo. Ese es el momento en el que suena la campanilla para avisar al público de que el tercer acto puede comenzar.

Acto 3. El desmentido o la explicación.

No te dan lo que te deben, pero te tranquilizan con palabras que demuestran que todo tiene una explicación lógica. Que aquello que haya sido inaceptable solo es fruto del agotamiento o de la velocidad de los acontecimientos. Que las rectificaciones sin fin no son arbitrariedades sino consecuencia del carácter dialogante y de escucha. Y, por supuesto, te ofrecen el lamento por la reacción desmesurada de los que supuestamente deberían estar arrimando el hombro. Es la prueba no escrita de su maldad intrínseca y falta de solidaridad.

El proceso se repite una y otra vez. En los fondos, los hinchas jalean a los suyos para que golpeen más fuerte. En el medio, el público cautivo está obligado a asistir y obedecer junto a unos cuantos jugadores de ambos equipos que no pueden sino seguir jugando para tratar de evitar males mayores.

¿Es la prolongación del estado de alarma algo necesario o su duración será inversamente proporcional a la solidez de los apoyos del gobierno en cada momento? ¿Es el mero hecho de plantearse estas cosas prueba de lucidez o duda paranoica tras meses de confinamiento?

Leo un artículo sobre Hungría en Kafkadesk: “Es un espectáculo posmoderno donde cada partido tiende a confirmar sus propios relatos a través de las acciones del otro. […] Se presentaba a los partidos de la oposición como traidores a la unidad nacional que se niegan a superar las diferencias políticas en tiempos de crisis. La oposición no tenía otra opción que desempeñar su papel en el espectáculo”.

El texto incluye una súplica a los medios occidentales: “Haz tu crítica relevante, aguda y verdadera. Los húngaros no están sordos, simplemente no hablan tu idioma”.

¿Se dieron cuenta del momento en que cruzaron la línea roja o lo hicieron suficientemente despacio? Es el confinamiento, me dicen, la sensación de autoridad incompetente y excesiva. Entonces ya sabemos el resultado, replico: la amenaza normativa que demostró Karen Stenner. El partido está amañado para que ganen los extremos. Es hora de mudarse a Portugal.

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Elena Alfaro es arquitecta. Escribe el blog Inquietanzas.


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