La muerte tiene permiso

Más allá de lo que crea el presidente, el mal existe. Y en México, campea sin que el Estado le haga frente.
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“Mi madre dio a luz gemelos: a mí y al miedo, escribió Hobbes. Millones de mexicanos, mujeres y hombres, padres e hijos, jóvenes y adultos, pobres o ricos, se sienten así. Algunos entienden lo que ocurre y por qué ocurre, pero callan, por ese mismo miedo. Muchos lo viven como un fenómeno de la naturaleza, una fatalidad, como la que azotó a los centenares de miles de muertos en el covid. No saben determinar a qué se debe o quiénes son los responsables. No establecen conexión entre la política gubernamental y la tragedia familiar. A veces, reaccionan con desesperación, tomando la justicia en propia mano. La mayoría se resigna. Aquí nos tocó vivir.

Por algún recóndito motivo, como si se tratara de un mandamiento incómodo, López Obrador elude el significado universal del “no matarás”. Tampoco utiliza la palabra “criminales” o “asesinos”. En alguno de sus exhortos se refirió eufemísticamente a ellos como “las personas que se dedican a esas actividades”, niños traviesos que merecen la reprimenda de las madres y abuelas por portarse mal.

El presidente no cree –o no parece creer– en la existencia intrínseca del mal (en particular del mal extremo, el asesinato). Por el contrario: sostiene que todo asesino es una víctima del orden social. Por eso declaró que le “duelen” las condiciones carcelarias del Chapo Guzmán, por eso tuvo expresiones de respeto y misericordia con sus familiares. En cambio, frente a los deudos el presidente muestra, en el mejor de los casos, una retracción sombría, otras veces simple indiferencia o, en el caso extremo, un júbilo macabro, inexplicable. Su pecho no es bodega, ha repetido. Por lo visto, en él caben los criminales, no las víctimas.

Pero más allá de lo que crea el presidente,  el Mal existe, el Mal radical existe, ambos existen en sí mismos, al margen de determinaciones sociales. El Mal existe y tiene grados. Y el mal es irreductible por cualquier otra vía que no sea la aplicación de la ley por el Estado.

La inmensa mayoría de México, gente buena que no mata, lo sabe, pero quizá no ha tomado conciencia de la desgracia histórica que significa estar sometidos –es la palabra– a un gobierno que ha renunciado a su deber más elemental: proteger la vida de los mexicanos. ~

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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