Foto: Marisol Martínez

Debates para jóvenes feministas

El feminismo ha logrado una resonancia mediática y un peso político que debe ampliar y defender. Delimitando sus prioridades, esa red mundial que establece conexiones entre mujeres muy diversas podrá lograr la deseada equidad y sociedades mucho más libres y éticas.
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El sexo biológico femenino sigue siendo una diferencia que deviene en desigualdad, con independencia de las identidades de género. En definitiva, somos mamíferos y las tecnologías reproductivas no han llegado todavía al punto de que el embarazo y la lactancia se separen de los cromosomas. Tampoco los avances tecnológicos han podido poner fin a la división del trabajo, tal como lo observamos cotidianamente cuando comparamos la absoluta preminencia de personas de sexo femenino o masculino –más allá de las identidades de género– en determinadas profesiones, oficios y actividades, requeridos de experiencia en cuidados o de fuerza y alto riesgo físico. Este hecho incontrovertible genera consecuencias que afectan todas las esferas de la vida humana, situación que interpela nuestro entendimiento de la política como acción para cambiar el mundo. En este sentido, las tareas de la acción feminista están marcadas por la urgencia que implican la pobreza, la discriminación, la violencia de género y la desigualdad. Es necesario establecer alianzas entre feministas de distintas corrientes con las fuerzas renovadoras de diverso signo, participar en la defensa de la democracia y restar importancia a debates que acaparan la atención de redes sociales y medios de comunicación, pero dejan a un lado las prioridades del movimiento.

La diversidad ideológica y teórica dentro del feminismo es propia de los movimientos plurales y democráticos. Las alianzas entre mujeres con diferencias doctrinarias en el siglo pasado (socialdemócratas, socialcristianas, liberales, socialistas, comunistas) consiguieron la igualdad ante la ley además del voto, pasos trascendentales en la historia del feminismo al permitir políticas públicas favorables a la educación e inserción laboral. Por lo tanto, la identificación del feminismo con la izquierda antiliberal no se sostiene históricamente hablando: vale la pena recordar que política significa deliberación y acuerdos entre gente que es adversa, pues nada más en las dictaduras y los regímenes de fuerza existe la unanimidad, producto de la amenaza y la coacción.

La polarización política en el seno de las democracias liberales debería poner a las distintas corrientes del feminismo en guardia y, por cierto, también al postfeminismo (Judith Butler, Paul Preciado), tendencia teórica nacida al calor de los avances en materia de género en Estados Unidos y Europa occidental. Esta polarización pone en peligro los logros de las mujeres. Por más imperfectas y cuestionables que puedan ser las democracias liberales, en especial las de América Latina, las nuevas generaciones de feministas no deberían olvidar el camino andado y estudiar con atención la situación de sus pares en los países autoritarios y en las sociedades aferradas a la tradición. La discriminación y la desigualdad genérica en grandes áreas del planeta señalan que los logros conseguidos pueden retroceder perfectamente. Por ejemplo, las venezolanas no cuentan con aborto legal ni anticonceptivos luego del importante progreso en materia de escolarización, salud y control de la natalidad logrado en la segunda mitad del siglo XX.

En cuanto al debate público, las nuevas generaciones de feministas y postfeministas enfrentan una interrogante clave: ¿podemos hablar de superación del feminismo en medio de la situación actual de millones de mujeres en todo el mundo? Tal como plantea, desde la perspectiva psicoanalítica, la feminista italiana Rossi Braidotti, nacer de sexo femenino o masculino implica una huella imborrable que solo desde la irracionalidad más militante puede ser negada. El planteamiento postfeminista de Judith Butler, que define el género exclusivamente como una construcción cultural, pertenece, tal vez, al futuro de la biotecnología y de las sociedades de la prosperidad, cuyo resultado podría cambiar la manera de reproducirnos y de trabajar, pero no al presente en el que la división del trabajo y la feminización de la pobreza se imponen en toda su crudeza, situación que la pandemia ha dejado muy clara. La existencia de feministas que trabajan denodadamente en contra del matrimonio de niñas o que denuncian las graves consecuencias de la ablación del clítoris señala los retos actuales del feminismo alrededor del mundo; es igualmente el caso de las feministas mexicanas en su lucha contra la violencia de género en todas sus manifestaciones.

Probablemente, el debate entre feminismo y posfeminismo que más relevancia tiene de cara a la opinión pública sea el relativo a las mujeres transgénero. Las trans son aliadas naturales del feminismo, por cuanto son la denuncia viviente de lo que significa ser percibida fuera de los cánones de la normalidad. Pero negar la singularidad de las circunstancias del sexo femenino pese a la variedad de su realización genérica, bien descrita por el feminismo situado, no es la salida. La atención que este debate suscita resta energías para pensar y resolver los graves problemas que implica nacer de sexo femenino, tal como lo demuestra la Ley de Igualdad de Género en España, verdadera fuente de división en el feminismo de ese país. El establecimiento de las prioridades antes mencionadas no significa exclusión, sino evitar la concentración en debates que obstaculizan los amplios consensos necesarios para atender graves urgencias.

Por lo tanto, las divisiones del feminismo en torno al tema de si las mujeres trans son o no “verdaderas” mujeres son debates escolásticos, sin ninguna incidencia en la vida real de las mujeres nacidas hembras, es decir, de la mitad de la humanidad. Comprendo muy bien a las mujeres –y también a los hombres– transgénero porque yo misma, mujer lesbiana, soy incómoda desde el punto de vista de mi definición genérica y he sido víctima de discriminación por tal motivo. Aventuro que parte del atractivo que la teoría “queer” posee para la gente joven proviene precisamente de esta posibilidad de explorar el género como identidad móvil. No obstante, la alianza entre quienes nacen hembras y las que asumen identidades reconocibles culturalmente como femeninas no puede basarse en ignorar las implicaciones sociales, culturales y políticas de la biología. Bienvenidas las y los transgéneros a las luchas en nombre de la política democrática, no de la pura identidad.

El feminismo ha logrado una resonancia mediática y un peso político que debemos ampliar y defender. Solo con nuestras prioridades claras, esa estupenda red mundial que establece conexiones entre mujeres muy diversas logrará la deseada equidad y sociedades mucho más libres y éticas.

 

 

 

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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