Entrevista a Esteban Hernández: “Una sociedad inestable no puede ser progresista”

El autor reflexiona sobre el futuro del liberalismo y el capitalismo y defiende que no es posible separar las cuestiones culturales de las materiales: "Necesitas recursos para poder defender tus ideas".
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En Así empieza todo: La guerra oculta del siglo XX (Ariel, 2020), Esteban Hernández describe e interpreta algunos de los cambios que se han producido en las últimas décadas y algunas de las corrientes que a su juicio marcarán nuestro futuro: la competencia entre China y Estados Unidos, la fragilidad de las instituciones democráticas, los cambios en la forma en que se construyen y actúan las empresas y las consecuencias sociales de esa transformación.

En el libro hay un tono, que también está presente en sus artículos, donde más o menos se dice: “Yo estoy viendo esto muy claramente y vosotros no os estáis enterando. Estáis hablando de cosas que no son tan importantes o trascendentales, y hay una corriente de fondo más grande que es a lo que deberíamos estar atendiendo”.

Muchas veces tengo esa sensación, quizá también porque tiendo a abstraerme un poco de la época. Analizamos esto como un momento político en términos de derecha e izquierda, del liberalismo y socialdemocracia. Yo lo que veo es que todo parece recomponerse más en términos de imperios que de ideología. Estados Unidos quiere extenderse, China quiere extenderse.Y la ideología ya no es el elemento central a partir del cual asientas tu vínculo. Cuando había un régimen hegemónico bipolar, cada uno tenía una parte de su dominio. Ahora no. Estados Unidos ha efectuado un repliegue. Ese repliegue implica cerrarte en determinadas partes y extenderte en otras. No necesito una ideología concreta para ir más allá. La derecha iliberal en Europa viene vinculada claramente a Trump. Y es una derecha iliberal: defiende algo que no está en la esencia de Estados Unidos. A su vez China no está propugnando un régimen distinto para otros países. Muchos de los elementos que tienen que ver con el marco anterior pierden peso.

El libro habla de geopolítica. A veces pensaba en la idea de que geografía es destino, de la divisoria de la densidad de población.

Es esencial el caso español, pero también en Francia o en Alemania: la unidad territorial se ha fracturado. Tienes las grandes ciudades y los territorios interiores. Había ciudades medianas, que eran relativamente prósperas, y han dejado de serlo. Tienes el problema del ámbito rural, obviamente, y tienes urbes conectadas globalmente y lugares que no. Lo ves en Estados Unidos, pero también en Zaragoza, en Valladolid, en Madrid, o en Barcelona. Eso configura la mentalidad, las posibilidades vitales. Esa fractura ha llevado a un deterioro de unos territorios y el crecimiento de otros. Cuando era alcalde de Londres Boris Johnson decía: necesitamos un estatus especial para Londres, no somos como el resto del Reino Unido. La paradoja es que no lo consiguió para Londres sino para el Reino Unido.

Cuando habla del caso español, dice: el problema es que había dos y la que se queda atrás es Cataluña.

Eso le pasa un poco a Escocia porque tiene su centro petrolífero y su centro financiero. Las tensiones separatistas se producen porque hay dos áreas de influencia. En España ocurre. Tenías la segunda ciudad y mientras estuvo conectada y había un cierto reparto, iba bien. En el momento que eso se rompe, la crisis de 2008, Barcelona dice: Bueno, mejor me marcho. O sea, con toda la ingenuidad, la estupidez y la locura que es eso, la idea es pensar que puedes realizar este recorrido global fuera de este entorno. Pero lo pensaron. Esto ha pasado muchas veces en Cataluña: pensaban que podían regenerar España. “Nosotros somos la parte avanzada y vamos a ver si contaminamos al resto y sacamos la España del atraso”. Y llegó un instante en que eso dejó de existir. Y deciden que España es irreformable. Entonces dicen: “Nosotros vamos que estamos muy por delante”. Pero es producto de estas tensiones territoriales. Eran dos espacios compitiendo entre sí por los mismos recursos.

Hablas al principio, por ejemplo, de la trampa de Tucídides. Es una idea que está en la primera parte del libro sobre todo, que puede verse como una polémica contra el determinismo. Muchas de las cosas que parecen inevitables no lo eran, la profecía autocumplida es muy importante.

La interrelación entre estructura y agencia funciona permanentemente. Puedes tener sistemas deterministas al estilo del comunismo o sistemas que lo fían todo a los actores principales, pero nunca ocurre completamente de un modo u otro. Dependiendo de la persona que estuviera al mando en el Imperio Romano, que era producto de una época y unas circunstancias, tenía agencia para ir a un sitio o hacia otro. Algo decisivo de digamos del último siglo es Franklin Roosevelt, que hereda un país en malas condiciones, con una estructura determinada y decide cambiar el paso, por suerte para Estados Unidos y para Europa después. Todo es una mezcla de eso. Somos seres humanos, hijos de nuestros padres. Y cada uno sale como sale, viniendo del mismo contexto tu hermana y tú sois muy diferentes o no. No es lo mismo la Unión Soviética con Stalin que con Kruschev. No puedes pensar solo en términos de agencia o solo estructura,.

Otra idea del libro es que, en lugar de una transformación, o solo eso, hay una intensificación de procesos que ya estaban en marcha. Sucede con la tecnología y con la covid-19.

Pensemos en la evolución de la derecha estadounidense: Reagan, Bush padre, Bush hijo, Trump. Hay una línea narrativa clara que une a todos ellos. Lo que pasa es que cada paso adelante ha sido más intenso. Y esto también es un poco nuestro tiempo. Con la pandemia casi todas las tendencias se han intensificado. El vínculo con la tecnología se hace más evidente. También, tienes que solucionar problemas financieros porque muchas empresas tienen problemas con el sistema, metes dinero en el sistema para que los activos conserven su valor. Es una línea continuista pero cada paso adelante nos va llevando a otro terreno.

¿Ocurre lo mismo en los demócratas? ¿Esa continuidad e intensificación?

No. Clinton, Obama se parecen, pero no veo una línea con ellos, con JFK, Carter. De alguna manera el Partido Demócrata estadounidense lo que ha hecho ha sido estabilizar los cambios que producían los demócratas. Moderaban en ese momento y el siguiente paso adelante revolucionario lo daba la derecha. Lo que hacían la izquierda era estabilizar. La izquierda europea es igual. Si la derecha europea actual no se parece nada a la democracia cristiana de los años setenta, todavía más lejos están los socialdemócratas actuales de los socialdemócratas de los años setenta. Quien más se ha separado de su ideología es la izquierda. Ha intentado moderar los cambios.

Recordaba a veces el artículo de Mark Lilla A tale of two reactions. Lilla dice ahí que hubo dos revoluciones: la moral y de costumbres que gana la izquierda en los sesenta, la económica que gana la derecha.

Hay una idea de un momento político un poco perturbador, como si no hubiera conexiones entre una cosa y otra. Esa separación entre lo material y lo cultural. Pero es evidente que si uno pretende que el liberalismo persista, no le queda más remedio que tener una posición económica redistributiva fuerte, o predistribuitiva o las dos cosas, porque eso asienta la sociedad y permite que las instituciones funcionen. Si las instituciones no funcionan, el liberalismo no persiste. Por eso es interesante lo de Lilla. Roosevelt tenía un plan para todos, un plan común. Y el plan tenía una base sólida en la vida cotidiana, la posibilidad de reproducirse materialmente. Si desconectas eso es porque una cosa no puede subsistir sin la otra. Un mundo liberado a la inestabilidad e inseguridad no puede ser un mundo progresista.

En los países latinoamericanos estructurados a través de bandas de mafias, ¿qué feminismo o respeto a las minorías vas a encontrar? En Occidente construimos una ideología que permitía que la ley del más fuerte no funcionase o que al menos tuviese ciertos contrapesos. Esos contrapesos son culturales y materiales. Si hay una diferencia brutal en lo material, es imposible que determinados valores persistan. Y ahí es donde reivindico ciertos valores conservadores sobre la estabilidad. Son los que te permiten hacer planes de futuro, los que te permiten dar cierta solidez a tu vida a partir de la cual decides. Decides políticamente cuando depende de ti mismo.

En la parte final del libro hay esa defensa de ciertos valores conservadores, en cuestiones muy cotidianas.

Lo hago como diagnóstico y no como opción política. No se trata de que yo prefiera eso. Cualquier sistema para perdurar necesita estabilidad. Pueden subsistir en el caos. Un siglo de la República romana fue un siglo de caos y el régimen seguía ahí, pero la vida era corta. Al final derivas hacia otros sistemas. Los sistemas necesitan cierta estabilidad, cierta legitimidad establecida a partir de la conformidad con lo que existe. Lo ves en China, por ejemplo. Es dictatorial, pero vive una sociedad en la que la gente prospera y eso es un elemento cohesionador poderoso.

Eso le pasó a la España franquista. El régimen tenía mucha aceptación en los años cincuenta y sesenta, porque salías de la guerra, había un desarrollo. Muchos pensaban: “Me gano la vida, voy a vivir mejor, parece. No me importa la política, a lo mejor es un dictador, pero da lo mismo”. A los chinos les pasa lo mismo. Nosotros tenemos la percepción de que el futuro va a ser peor. Un régimen, el que sea, pero especialmente este, no puede existir sin esas ideas. De lo contrario te obliga a tener recursos cada vez más autoritarios. Es el momento en que estamos.

No es tanto una opción que yo escoja como la más idónea, sino como una necesidad lógica de un sistema para durar: si quieres, en términos de Maquiavelo, la república que perdura. Puedes vivir en la inestabilidad, pero la vida es más corta. Estás más expuesto, la vida es menos sólida.

La democracia liberal, aunque sea mejor normativamente, requiere también cierta eficiencia.

Si preguntas a la gente si prefiere vivir en un régimen que permita libertades o no, la respuesta va a ser clara. Pero al final la vida cotidiana tiene otros resortes. Y dices: “Tengo que lidiar con una pandemia. Y este tío que es un dictador en tres meses la ha solucionado. Y estos, que tienen libertad, siguen metidos en ella”. Empiezas a pensar: a lo mejor, casi prefiero que se solucione el problema. Ningún sistema está separado de su eficacia. Si el sistema no es eficaz para su gente genera mucho disenso en su interior y se fragiliza. El hecho de que tenga una cierta, digamos, superioridad ética en el sistema no te da ningún beneficio.

En el libro hay mucha geografía y menos demografía. Otro problema de Europa es el envejecimiento de la población, que tiene consecuencias para la sostenibilidad.

Es un problema enorme en muchos sentidos. Somos una población envejecida, lo cual sería un problema grande. Pero si uno examina el futuro y las previsiones que se están haciendo, te das cuenta de que la población que ahora mismo importa mucho tiene una relevancia menor de lo que parece. ¿Para qué necesitan los Estados población? Para tener soldados, mano de obra y en un momento determinado consumidores y gente que paga impuestos.

Ahora las guerras las grandes potencias las pueden hacer con muchos menos soldados, para eso está la tecnología. Lo productivo se puede hacer con mucha menos mano de obra. Solo te vienen bien como consumidores y pagadores de impuestos. Para que eso funcione, la población tiene que tener algo para poder pagar. Pero los otros elementos ya no están presentes. Por eso hablamos de renta básica. Como vamos a precisar mucha menos mano de obra, necesitamos un período de readaptación al nuevo modelo productivo que va a dejar fuera a mucha gente. Esa gente debe readaptarse, y para que podamos tener cierta paz social, vamos a lanzar la renta básica. Por eso Silicon Valley fue de los primeros sitios en propugnarlo. Esa población que antes era un elemento imprescindible ahora lo es menos. Y ahora el sector donde necesitas mano de obra intensiva, que puede ser servicios, requiere mano de obra más barata, algo a lo que en Occidente, por los derechos adquiridos, no queremos aceptar. Bueno, ahí tienes un problema social.

Al mismo tiempo, hablando de Europa, tienes la presión demográfica africana. Lógicamente, quieren penetrar en Occidente, y no sabes como darle solución. Dices: “Cierto nivel de inmigración me viene bien, pero no puedo soportarla toda”. Y tienes el caso del Mediterráneo. Se juntan la menor necesidad del sistema y el caso de los desfavorecidos que quieren irse para mejorar sus condiciones de vida. Es un problema de muy difícil solución.

También dice que, como sabemos cómo solucionar los problemas del sistema, se los atribuimos al adversario político. Pensamos que si deja de estar ahí y llegamos nosotros se van a solucionar mágicamente.

La hostilidad de la derecha española frente a Pedro Sánchez haría pensar que si se va Sánchez ya no hay pandemia ni crisis económica. Es absurdo. La salida de Trump no soluciona los problemas de Estados Unidos. Puede ayudar a solucionarlos. La salida de Pedro Sánchez no acaba con la pandemia. Atribuyes problemas estructurales al otro. Había una crisis, era cosa de Zapatero y llegabas tú a solucionar el problema. El adversario hacía lo mismo. Nadie enfocaba el problema en conjunto. Hay problemas estructurales. Mientras los puedas derivar hacia el otro, puedes funcionar. Como cada vez los problemas son más acuciantes, las recriminaciones también lo son.

Describe una transformación también en las empresas. Una parte de dinero real, digamos, sólida, y una cantidad mayor de especulación: pensaba en la idea de las finanzas autorreferenciales de Lanchester, a ratos en estafas piramidales.

Son construcciones que tienen una base sólida, pero a partir de la cual van sumando muchas capas irreales y al final todo depende de que la base sólida siga funcionando. Apple, que sube ahora en bolsa, se dedica únicamente a mover dinero. El teléfono móvil, su gran innovación, cada vez tiene menor peso. Lo que hace ahora es mover dinero, por eso invierte la gente en Apple. Tienes mucho dinero y puede dar rendimientos. Esto es absolutamente extraño. Eres innovador, has construido algo chulo; pero te conviertes en un empresa dedicada a mover dinero, construida sobre un vacío que en algún momento necesita que haya algo sólido. Cuando la base se rompe todo cae, como en la estafa piramidal.

En la pandemia los bancos centrales asientan a las empresas productoras, porque son las que iban a caer. Metes dinero para que puedan financiarse a través de bonos, porque si no caen. No es solo que se hiciera antes, es que se sigue haciendo. Y si piensas en el mundo verde, lo que intentan hacer es crear activos, no crear un cambio real. En el mundo digital, lo que hacen es crear monopolios. Es una lógica absolutamente hostil al capitalismo, hostil al ser humano y a cualquier ideología. Y sin embargo, como da réditos, funciona y es eficaz para quien está en esos ámbitos, tira. Pero esto te obliga a meter dinero en el sistema porque siempre hay alguna burbuja que crear. La salida de la crisis de 2008 produce una introducción en el sistema de dinero por parte de los bancos centrales para estabilizar a los bancos; y los bancos, para poder seguir ganando dinero, prestan esas cantidades al ámbito financiero, no a la economía productiva. Son los que aseguran rendimientos. Depende de un hilo que se rompe fácilmente. Si se rompe te toca meter dinero en la economía para estabilizar. Eso es esta crisis. Deteriora mucho la estabilidad. Necesitas que esa esfera no se rompa.

Cuando habla de la concentración de poder en internet, los describe como modelos de capitalismo de Estado en sectores.

Siempre que se habla de Roosevelt se habla del lado keynesiano: puso mucho dinero en la economía. Pero se cuenta menos que puso límites a las empresas para evitar las concentraciones Es verdad que podías promover las concentraciones prioritarias, pero Estados Unidos tuvo hasta los años setenta una legislación que permitía un reparto económico bastante equilibrado, dentro de lo que cabe. Con la llegada de Reagan (y con el apoyo de los demócratas) esas normativas desaparecieron. Cuando comparas el derecho a la competencia actual con el de hace 40 años, son dos mundos distintos. Uno tenía capacidad real de poner límites al poder. Cuando eso deja de ocurrir, regresas a los años veinte, donde la concentración de poder era muy importante, vuelves a los robber barons. El poder tiende a crecer, si no lo modulas, tiende a eso, en la política y en la economía. Esto ocurre en el ámbito financiero, pensemos en Blackrock, el principal accionista del Ibex. Eso le da un poder: puede utilizarlo bien o mal, pero lo tiene.

También dice que esas dinámicas pueden producirse en el ecologismo.

En abstracto dices: “en España, tengo sol y viento y eso da beneficios”. Pero claro, como con la digitalización, hay cosas interesantes, útiles, pero el problema no es el instrumento en sí sino quién lo tiene y para qué lo utiliza. Internet es maravilloso pero ahora mismo son cuatro grandes empresas, lo que hace que sea mucho menos maravilloso. Y con el ámbito ecológico, la orientación es esta. Puedes construir una fábrica para que la gente trabaje o ponerla a generar y vender activos. El ámbito verde es más generación de activos que generación real. Algo positivo puede tener consecuencias negativas.

Es curioso, llevamos un tiempo hablando de la crisis de la mediación, pero en el libro parece que la mediación económica ha aumentado.

Eso es increíble en muchos aspectos. El intelectual oprimía la voz del pueblo o no sabía lo bastante, tenía sesgos. Los medios eran un problema porque tergiversaban. Ahora tenemos a Google y Facebook como principales difusores de la información del mundo. De las noticias que los periodistas producimos ellos escogen unas cuantas. Eso sirve para captar publicidad y para influir en la esfera pública. Conformas buena parte de la opinión pública a través de instrumentos que ya no son democráticos. Nadie conoce lo bastante bien cómo funciona el algoritmo porque si lo conocieras te forrarías usándolo y generando ingresos publicitarios. Hemos cambiado una mediación imperfecta de los medios de comunicación por una mediación mucho más imperfecta. Esto ha generado medios todavía más tendenciosos. No ha mejorado sino empeorado la situación anterior. Esto ocurre en general.

Amazon es estupendo, mientras no se hace monopolio. En cuanto lo es, fija condiciones, es peor para el consumidor, los trabajadores. La vieja mediación ha sido sustituida por otra mediación con peores condiciones y peores consecuencias. No digo que el New York Times de los setenta fuera el summum de la buena información. Hay un aspecto de la mediación que debe reivindicarse. El intelectual conecta las fuerzas sociales con las ideas de su tiempo. Si no lo hace el intelectual, ¿quién lo hace? No hay una fórmula mejor. Hay un cierto aspecto de mediación que es imprescindible, y debemos aspirar en todo caso a que sea mejor, no a que desaparezca.

Creo que hay un esfuerzo por evitar un léxico trillado. Describe cómo se gana dinero a menudo ahora –compras una empresa, pidiendo prestado y cargando la deuda a la empresa, reduces costes, luego la vendes otra vez– y en algunas cosas recuerda al modelo neoliberal en los Estados, aunque no utilice esa frase.

La gente tiene una idea de ganar dinero anclada en un mundo donde tengo un dinero o lo pido prestado, monto un negocio, presto un servicio, gano dinero, me cobran impuestos, pago a los trabajadores, etc. Esa lógica no tiene nada que ver con cómo se gana dinero hoy. Era montar un negocio y sobrevivir. A veces era un propietario que aporta sus medios de producción, se endeuda para montar un bar, y no sale adelante y llega la pandemia. Así no se gana pasta ahora.

Ahora pides dinero, compras una empresa, la haces eficiente, lo que significa que despides a trabajadores y recortas costes y luego se la vendes a otra empresa del sector que quiere sacar a un competidor del mercado. Querías los clientes. Has ganado dinero y también has acabado con la empresa, con lo que producía, su innovación, su servicio, has concentrado el sector. Es un modelo pernicioso, una lógica hostil, que no es fácil de entender.

También hemos visto una preocupación en las grandes empresas, en Davos, por la sostenibilidad, por cierta desigualdad. Directivos de grandes empresas que dicen que el capitalismo no funciona.

Hace poco recordaba un artículo que publiqué hace tres años donde había declaraciones de varios directores de empresas británicas diciendo lo mismo. La cuestión es que creo que son sinceros. El que dirige una gran empresa no es el que tiene poder de decisión real. Hace unos meses el fondo Blackrock convocó a la gente del Ibex. Larry Fink dijo “mañana a las cinco os ponéis todos a escucharme”. Y el Ibex va. El CEO es un tipo que cumple unas órdenes, unos objetivos. Si es eficiente persistirá en el cargo; si no, no. Es otra lógica a la que había antes. Tú eres el gestor. Lo ven en términos profesionales: “Yo sé que para que a esta empresa le vaya bien a medio plazo tengo que hacer esto”. Pero si lo hago me despiden, así que me centro en lo que me permite seguir en el poder. No es retórica, lo dicen de verdad.

En el libro Capitalistas, ¡levantaos! (Capitalists, arise!), un CEO de una empresa de publicidad que se jubila va a ver amigos suyos, que trabajaban en grandes empresas. Dice: “Si podemos pagar más a la gente, dar más estabilidad, más consumo, hace crecer al país, nos viene bien, la gente consume más”. Los otros CEOs dicen que tiene razón pero si hacen eso los echan. En privado te doy la razón pero en público no lo hago.

Recuerda a lo que decía Juncker: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo”

Pero en el terreno económico. Como no tengas un plan a medio plazo, tu empresa se va a la mierda. Pero si no, igual tú no llegas a medio plazo. A corto me viene bien, y cuando la empresa desaparezca los accionistas seguirán y yo me iré con mi dinero a mi casa. Es como el periodista que se queja de su oficio. A veces lo hace sinceramente. No es una cuestión de postureo: está presente, pero al margen de eso hay algo que viven de manera muy intensa.

Habla también del liberalismo y las instituciones

Veo muchas resonancias del periodo de entreguerras. Una vez que llegan los momentos de crisis, necesitas instituciones fuertes. Y una institución democrática debe ser fuerte. Tenemos el ejemplo de la República de Weimar o la Segunda República Española, que no eran instituciones de todo el país, tendían a ser vistas como de solo una parte. Eso generó no una recomposición de las instituciones sino una desaparición de las instituciones. Las luchas de facciones, que en eso estamos, por el significado, la representatividad y el peso de las instituciones no las hace más fuertes sino más débiles. Es el paso previo a que desaparezcan.

La monarquía en España sería un ejemplo.

Monarquía, parlamentarismo, liberalismo. De repente el comunismo, que era una fuerza política sólida en Europa, dejó de tener gente que lo defendiera. Cae el muro y no tienes una fuerza social que se adhiera a esa idea. Ahora le está pasando al liberalismo. Es muy difícil que encuentres una pasión por la defensa de las instituciones entre la gente. Y si alguien le promete eficacia, se va hacia la eficacia. Empiezas a perder el peso de las ideas como elemento estructurador de la sociedad, solo te queda la eficacia, que al final es quién me da más. Si el señor feudal me da más, ya lo prefiero al líder democrático. Al margen de la ideología, sales de ti mismo. Si no, piensas en términos absolutamente personales. Y vivimos en sociedad. Y no puedes ser libre si estás en una sociedad que no es libre. Si piensas en términos absolutamente personales, se acaba lo común.

Es un libro en el que hablas mucho de lo material, ideas, cuestiones culturales.

Una cosa no puede subsistir sin la otra. Si estoy en la indigencia es complicado que tenga una postura ética al respecto. Necesitas unos recursos para poder defender tus ideas. Lo otro es la confrontación, la revolución, no tienes recursos y tomas la vía más hostil.

Dice que el low-cost da una ilusión de abundancia.

El low-cost nos vino muy bien en lo menos esencial. Las cosas que te atan económicamente se volvieron mucho más caras, pero podías bajarte los discos. Puedes ver una peli en Filmin por 9 o 10 al mes, pero meterte en la casa para ver la peli te cuesta mucho más. A la vez, nos hemos vuelto todos un poco low-cost. Oímos cómo se reivindican determinadas expresiones culturales que son empobrecedoras con respecto al género humano. “Es que lo ve todo el mundo”. ¿Y a mí qué? Da igual. Había gente que se lo pasaba muy bien viendo películas de Pajares y Esteso, pero a nadie se le ocurría reivindicar a Pajares y Esteso como una expresión cultural que debiera ser predominante. Es un pasatiempo, la gente lo disfruta y está bien. Ahora reivindicamos cosas despreciables como si fueran políticamente importantes. Yo me río mucho con Aterriza como puedas, pero no se me ocurre decir que formalmente es superior a Ford o Hitchcock.

Se justifica con una combinación de intelectualización y cursilería.

Es algo muy de izquierdas: intelectualizo lo banal. Y además eso me hace estar más cerca del pueblo. No tío, no estás más cerca del pueblo, estás impidiendo que crezca, le estás diciendo: Quédate en tu espacio de mierda. Me saca de quicio.

Si el obrero solo tiene acceso a la cultura obrera, es una limitación.

Evidentemente. “Eres tonto y te gustan las cosas de tonto, porque nosotros que tenemos dinero ya nos preocupamos de las cosas buenas”. Esa incapacidad de hacer crecer al ser me parece absurda, desde la izquierda y desde la intelectualidad. Eso no significa que no podamos disfrutar de cosas banales, que me parece muy bien. Pero hay ideas éticamente superiores y también hay expresiones formales superiores.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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