Évole, Ternera y la “batalla del relato” de ETA

"No me llame Ternera" es una entrevista plana y reiterativa que sin embargo contribuye a que no se olvide qué es lo que defienden en el fondo los que hablan hoy del “conflicto”.
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Al final de No me llame Ternera, la entrevista-documental de Jordi Évole a Josu Urrutikoetxea (alias Josu Ternera), el terrorista de ETA dice que “malo sería para cualquier persona, después de estar luchando 50 años, decir que su vida no tenía sentido. Sería monstruoso, diría yo.” Todo esto, ¿para qué? Tiene que haber sido para algo. 

ETA no consiguió sus objetivos fundacionales: la independencia de Euskadi, la anexión de Navarra y el País Vasco francés, la creación de un Estado autoritario monoligüe en euskera. Sí consiguió otras cosas: por ejemplo, allanó el terreno para que la izquierda abertzale y el nacionalismo no tuvieran competencia en el País Vasco. Hay progresistas españoles que se enorgullecen de que en el País Vasco la derecha no nacionalista no tiene apenas representación parlamentaria: claro, es que los asesinaban o enviaban al exilio. Como ha escrito José María Ruiz Soroa, “El País Vasco actual no es fruto de la libre determinación de sus ciudadanos en una competición equitativa e igualitaria de sus proyectos y deseos, sino en gran parte de una peculiar determinación menos-que-libre, una determinación siempre condicionada por el terrorismo”. ETA sí que cambió radicalmente la política vasca, y gracias a su violencia el País Vasco es una sociedad menos libre y pluralista hoy. Pero los terroristas que asesinaron no buscaban eso. En la frase de Ternera está resumida la actitud de la izquierda abertzale sobre ETA: hay que darle algo de sentido a lo que hizo la banda, aunque sea maquillando la historia. Lo explica así el historiador Gaizka Fernández Soldevilla

Ahora los abertzales tienen que venderle a esta gente que su sacrificio ha tenido sentido. Por el lado ético, para explicarse haber cometido la inmoralidad de asesinar a otro ser humano, pero también por el personal, de haber sacrificado su vida. Es importante para su propio mundo legitimar las decisiones históricas que tomaron y salvar su pasado. De otro modo, es muy difícil de digerir. Admitir que has tomado decisiones erróneas y que todos esos años de cárcel se podían haber ahorrado…. Si nos ponemos por un momento en el lugar del etarra, cabría preguntarse ¿para qué he asesinado y me he jodido la vida, para que los políticos vayan a Madrid a negociar el presupuesto? Eso ya lo teníamos en el 77.

En esa “batalla del relato” hay muchas manipulaciones. Una común es la idea de que ETA fue en el fondo una organización antifranquista, y que su función contra el régimen es loable: si mataron a Carrero Blanco, tan malos no serían. No me llames Ternera desafía esa idealización malintencionada desde el principio: ETA empezó a matar indiscriminadamente con la llegada de la democracia, dice uno de los rótulos en el inicio, y Évole menciona esto cuando habla con Ternera. Como dice Fernández Soldevilla, “ETA jamás fue una organización antifranquista y jamás se acercó a las fuerzas antifranquistas de izquierdas, porque las consideraba españolas y, por consiguiente, enemigas. […] En las publicaciones de ETA aparece claramente: No luchamos contra Franco, luchamos contra España. España era el enemigo eterno y eso incluía a las fuerzas antifranquistas. Llegaron a decir que, si se proclamase una III República, también lucharían contra ella”. 

Pero No me llames Ternera no entra apenas en ese tipo de debates. Es un documental plano, un episodio de Salvados austero y sin mucho color. Al mismo tiempo, es un documento interesante. El estilo de Évole (que siempre se hace un poco el tonto con sus interlocutores y a veces parece condescendiente, lo que me resulta muy irritante) funciona bien con Ternera, alguien tan malvado como intelectualmente limitado. Quizá un tono más inquisitivo habría sido peor; Évole plantea varios silogismos al terrorista que sirven para desmontar su “lengua de madera”. El entrevistador va repasando varios episodios de la historia de ETA y preguntando al terrorista sobre ellos. Ternera no se sale del guion, pero su retórica resulta suficientemente elocuente: cuando le preguntan sobre víctimas inocentes, él responde que son “consecuencia de un análisis político”. Évole busca un acto de contrición, un arrepentimiento explícito (lo que resulta cargante e inútil) pero lo que obtiene es mejor: el asesino se oculta en su retórica para justificar sus crímenes. Su intento de ser ambiguo produce el efecto contrario. 

¿Hacía falta esta entrevista para saber que Ternera es un asesino que no se arrepiente de lo que hizo? Quizá no. Pero todo documento que desafíe aunque sea mínimamente el relato abertzale del “conflicto”, las responsabilidades compartidas, la lucha épica de los gudaris, es necesario. No hay nada nuevo o casi: Ternera confiesa que estuvo detrás de un crimen del año 1976 que no estaba resuelto, y Évole entrevista a uno de los supervivientes. Tampoco hay un enfoque novedoso a la hora de preguntar: “si estuviera delante de él, ¿qué le diría?” y “¿qué sintió en ese momento?”. Pero sirve para recordar el cinismo etarra, que todavía está presente en una parte de la izquierda abertzale. Ternera dice que, por ejemplo, el verdadero culpable del atentado del Hipercor en Barcelona en 1987, o el de la casa cuartel de Zaragoza el mismo año, es el Estado por no evacuar a civiles. Hay varios ejemplos así, y también una jerarquización obscena de las víctimas: los guardias civiles eran víctimas legítimas porque juraron darlo “todo por la patria”. No me llame Ternera es una entrevista plana y reiterativa que sin embargo contribuye a que no se olvide qué es lo que defienden en el fondo los que hablan hoy del “conflicto”.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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