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El mito del colapso democrático

Steven Levitsky no ve que nos encontremos en un proceso de autocratización rápido e irreversible. Pero en el caso mexicano, no conviene subestimar los signos de regresión democrática.
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Un tema que ha cobrado centralidad en México y otros países es la salud de la democracia y el imperio de la ley, que le es inseparable. Vivir en democracia es mucho más que tener elecciones libres y periódicas; implica vivir de acuerdo con ciertas reglas de convivencia pacífica, depositar en el diálogo y la deliberación la posibilidad de superar nuestras diferencias. También supone un Estado respetuoso de los derechos humanos, en el que el gobierno se autolimita, se somete al control social y comprende que su encargo es pasajero. Si el país es la casa donde habitamos, la democracia es el cemento que pega los ladrillos, las varillas que sostienen los muros, los castillos que impiden que la casa se desmorone con la primera tormenta.

Hace un par de meses, el profesor Steven Levitsky –autor del libro ¿Cómo mueren las democracias?– visitó El Colegio de México para presentar su más reciente investigación. La tesis central de Levitsky es que la democracia en el mundo es mucho más resiliente de lo que se ha documentado recientemente. A contrapelo de un gran número de estudios que anuncian un pronunciado declive democrático global, el profesor observa señales en sentido inverso. De acuerdo con índices como V-DemyFreedom House, apenas seis países han pasado de regímenes democráticos a autocráticos en los últimos años, lo que representa un ritmo mucho más lento respecto a lo observado durante la tercera ola democratizadora.

A pesar de China, Rusia, de Trump y de la desinformación, el mundo sigue siendo hoy más democrático que en el decenio de 1990. Si miramos encuestas como Latinobarómetro, el número de personas que apoya la democracia en América Latina se incrementó en 50% –la cifra más alta en 30 años–. Prácticamente nadie quiere perder su derecho al voto; ningún país aspira, abiertamente, a seguir el modelo chino.

Además, de acuerdo con Levitsky, no solo las democracias son vulnerables, también los autoritarismos pueden colapsar. Varias autocracias han sucumbido en los últimos años, como mostró con claridad la primavera árabe. La razón es que prácticamente todos los autoritarismos se construyen sobre Estados débiles, incapaces de brindar mejores resultados que los gobiernos democráticos. Se trata de regímenes inestables, en conflicto político y social permanente, que al cabo de un tiempo también generarán decepción y descontento público.

Para Levitsky, no es verdad que nos encontremos frente a un nuevo proceso de autocratización mundial, al menos, no tan rápido e irreversible. La democracia ha resistido porque en muchos países existen ciudadanos y organizaciones que tienen acceso a fuentes alternativas de riqueza, empresas y economías globalizadas que hacen más difícil el poder absoluto del Estado. Las personas que no dependen del gobierno son menos vulnerables al clientelismo, tienen mayor motivación, recursos y tiempo para participar e integrarse al countervailing power. Una clase capitalista robusta –dice– contribuye a que se mantenga una oposición sostenida. Nada de eso aumenta la democracia, pero se vuelve más difícil instalar un régimen autocrático.

El profesor concluyó su ponencia con una nota de optimismo: el desequilibrio democrático que trae consigo la actual concentración de poder en México pudiera ser un fenómeno temporal… tal vez.

Convendría ser un poco más cautos que Levitsky, al menos en el caso mexicano, para no subestimar los signos actuales de regresión democrática. Para empezar por lo más obvio, no solo las autocracias pueden ser débiles; Estados en países democráticos como el nuestro han mostrado también su incapacidad para corregir las desigualdades, la pobreza, la inseguridad y el estancamiento económico.

Como reconoce el mismo Levitsky, la crítica antisistema y la aparición de populismos y discursos radicales de izquierda y derecha se nutren del descontento y la polarización, y generan una enorme desconfianza frente a las instituciones democráticas. Puede ser que el germen de la democracia no haya muerto, pero sus instrumentos y principios se debilitan progresivamente.

Probablemente también permanezcan las fuerzas sociales que hacen valer las elecciones como el único mecanismo aceptable para renovar gobiernos. Puede ser que la democracia electoral continúe siendo un consenso del sistema político mexicano en los próximos años.

Sin embargo, la democracia debe preservar valores diversos a la alternancia política electoral. Esencialmente, una democracia sustantiva promueve la protección de libertades y derechos, la construcción de ciudadanía democrática, el fortalecimiento del tejido social y la impartición de justicia sin distingos de clase, identidad política o condición económica, con la ley como único criterio de actuación.

Tenía razón Rustow cuando afirmaba que la democracia es el régimen que más requiere de la vigencia de la ley. La democracia no sobrevive ahí donde el gobierno arrasa con los equilibrios constitucionales, ahí donde la justicia es prerrogativa de los poderosos, ahí donde el espacio cívico se estrecha y se van deteriorando la libertad para expresarse y asociarse, el derecho a la información, la prensa libre y el derecho a la privacidad.

Justamente estos valores y principios fundamentales de la democracia se desdibujan en la actualidad. Las medidas recientes –y quizás esto lo pasa por alto Levitsky–, permitirán la injerencia política en las decisiones de los jueces, el desgaste de las garantías de protección y salvaguarda de derechos humanos, la militarización de espacios y políticas que deberían reservarse al ámbito civil –como el control migratorio– y los amagos de intervención en los procesos electorales que atentan contra el voto libre.

Por último, el creciente discurso de odio y la violencia, la pérdida de la deliberación como herramienta para alcanzar acuerdos civilizados, la inmoderación y el desconocimiento de los opositores como agentes políticos legítimos contribuyen a erosionar, poco a poco, las bases de nuestra de por sí frágil cultura democrática. 

En resumen, lo que tenemos delante es el riesgo de ampliar la discrecionalidad, el Estado arbitrario frente a las personas, la desaparición de mecanismos de exigibilidad de derechos y el deterioro de las libertades individuales que ha tomado décadas alcanzar. ¿Qué de todo esto tiene retorno y qué no? Se verá en el futuro, pero mal haríamos en ser complacientes con la historia de las transiciones entre regímenes democráticos y autoritarios. ~


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