Desde el comienzo del debate efectuado en el Kingsbury Hall de Salt Lake City, Utah, Kamala Harris tenía clara su estrategia: llevar a juicio el desastroso manejo de la pandemia que ha hecho el gobierno de Donald Trump y Mike Pence. ¿Le funcionó? A medias. Harris todavía podría ser más clara y contundente ante el tamaño y gravedad de la crisis en la que se encuentra Estados Unidos, causada en buena medida por la ausencia de una estrategia nacional contra la epidemia de parte del gobierno de Trump.
Mike Pence también tenía clara su estrategia: señalar a Kamala Harris y a Joe Biden como un par de fanáticos radicales que tomarán muy malas decisiones si llegan al poder. ¿Es una buena estrategia? No, pero es la única a su alcance. Ellos saben que las cosas están realmente mal y que es difícil convencer a la gente de que van a mejorar pronto.
Kamala Harris hizo bien en poner a Pence contra las cuerdas en el tema de la pandemia. Fue un acierto dirigirse a la cámara –como lo hizo Biden en su oportunidad– y hablarle directamente al votante en términos más claros. Hubiera sido recomendable que se centrara más en la pandemia y la economía familiar en esas alocuciones.
Pence hizo bien en no perder nunca el control de lo que dice. Su tranquilidad robótica se convierte en un activo favorable si se compara con la furia irracional de su jefe, y puede ayudar a persuadir a quienes piensan que un presidente de 74 años –y ahora contagiado de un virus que puede ser mortal–necesita un respaldo confiable en caso de ausencia permanente.
Kamala Harris será mujer y será de color, pero no es una “chica del vecindario” (girl next door), como llaman los estadounidenses a quien comunica familiaridad y cercanía. Su vestuario, sus gestos, su voz y su lenguaje exudan autoridad y poder político, lo cual tiene ventajas y desventajas. Entre las primeras está comunicar claramente que ella sí es apta para el cargo y en darle a la campaña la energía que Biden, a sus 77 años, ya no puede proveer. Entre las desventajas está el eterno problema de las mujeres candidatas, a quienes se juzga con un doble estándar: gusta que se vean en control, pero no mandonas; gustan firmes, pero no agresivas; que sean apasionadas, pero que no griten, porque se ven enojadas. Harris logró mantener el equilibrio adecuado en el debate, pero por momentos le costaba trabajo evitar algunas gesticulaciones condescendientes.
Antes de ser diputado, gobernador de Indiana y vicepresidente, Mike Pence fue un exitoso locutor político conservador en la radio local de su natal Indiana durante varios años. Como se vio ayer, el hombre se siente muy cómodo hilando ideas ante el micrófono. Su fortaleza estuvo en su capacidad infinita para mentir descaradamente sin parpadear, sin gesticular y sin cambiar en nada su tranquilizante voz de locutor. “Pence es un mentiroso imparable, más suave y más gentil que Trump”, tuiteó el exsecretario del Trabajo, Robert Reich. “Lo que Mike Pence le aporta a la campaña es que miente con voz calmada”, tuiteó el ex aspirante presidencial Julián Castro. La fría manera con la que Pence podía decir que las cosas van bien, que Estados Unidos pudo tener 2 millones de muertos pero que gracias a él y a Trump “solamente” hay 200 mil fallecidos, y su capacidad para decir que la economía marcha sobre ruedas hacia la mejor recuperación de la historia son algunos ejemplos de una hipocresía desbordada.
Ambos candidatos eludieron preguntas clave, lo cual es un viejo truco de los debates, pero no ayuda a ninguno de los dos a mostrarse más auténtico. Una de ellas fue si se sentían listos para “dar un paso al frente” y asumir la presidencia en caso de que Biden o Trump, en vista de su edad avanzada, enfermaran gravemente o murieran en el cargo. Pence se mostró especialmente truculento al evitar responder qué haría si Trump perdiera la elección y se rehusara a dejar el cargo.
El resto del debate fue un viaje al pasado, cuando los demócratas y los republicanos intercambiaban acusaciones de fanatismo ideológico de derecha o de izquierda. Pence quiso señalar a Harris como una descontrolada comunista que ayudará a Biden a entregarle Estados Unidos al control de China, y Harris hizo lo propio al describir a Pence y Trump como miembros de una plutocracia que solo ve por los intereses de los multimillonarios.
En una de las encuestas post-debate realizada por CNN, quedó claro que Harris fue la ganadora en términos de imagen, al pasar de 56 a 63% de aprobación. Pence, mientras tanto, quedó estancado, con un 41% antes y después del debate: no perdió, pero tampoco ganó nada. Es sintomático que la mosca que se posó varios minutos en su cabeza haya sido uno de los momentos más llamativos de la noche.
Toca ahora ver si habrá un segundo debate presidencial –Donald Trump ha dicho que no asistirá si este se realiza en formato virtual, como ha anunciado la comisión encargada de organizar los debares– o si el debate entre Harris y Pence fue el último ejercicio de contraste de argumentos en esta inusual y agresiva campaña que, estoy seguro, muchos votantes ya quieren dejar en el pasado.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.