Foto: Carlos Santiago/Alto Press via ZUMA Press

La disputa por la juventud

El gobierno ha usado diversas mentiras para buscar quitarle legitimidad a las protestas de la Generación Z. Negar su arraigo entre los jóvenes es la que más revela su malestar.
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Ante las manifestaciones contra la inseguridad, violencia y corrupción, la respuesta gubernamental morenista, durante el obradorato y en el actual sexenio, ha sido el desdén y la burla, como si la violencia y la impunidad de los grupos criminales no fueran una realidad. La marcha del sábado 15 de noviembre no fue la excepción, y en las vísperas, durante y después del evento, la principal tarea en redes sociales de funcionarios, políticos, partidarios y periodistas afines al régimen fue denostar y desprestigiar la protesta. El propósito de tan febril actividad era desestimar la convocatoria y acallar las voces discrepantes en esas redes sociales que AMLO y sus correligionarios asumieron como de su propiedad.

En los días previos, la estrategia fue cuestionar la “legitimidad” de la marcha, tildándola de una conspiración derechista. Las opiniones publicadas en diversos periódicos y en canales de YouTube amplificaban el veredicto que la presidenta Claudia Sheinbaum expuso en su rueda de prensa matutina del jueves 13 de noviembre: la protesta era “inorgánica” y “pagada”, además de “un impulso, promovido incluso desde el extranjero, en contra del gobierno”.

Más elaborada fue la acusación de que el aparente descontento era una campaña fraguada mediante bots. El extenso reportaje en el que Salvador Frausto, de Milenio, aseguraba el uso de ocho millones de bots fue cuestionado por no exponer fehacientemente su metodología. Grok, la herramienta de inteligencia artificial creada por Elon Musk, precisó en una respuesta: “No tengo datos independientes que verifiquen los 8 millones de bots exactos mencionados por Milenio; su ‘análisis de IA’ carece de metodología pública detallada y podría exagerar para deslegitimar el movimiento”.

Concluida la marcha, el oficialismo intentó minimizar la participación y hasta reconoció que la convocada por la “marea rosa” –desacreditada y ridiculizada, en su momento, por el aparato gubernamental– había sido más exitosa. Deliberadamente, omitían que si no se llenó el Zócalo fue porque los cuerpos policiales contuvieron y reprimieron a los manifestantes para dispersarlos. En seguida, cambiaron su narrativa para negar que hubiera sido una auténtica expresión generacional, con la falacia de que los asistentes eran adultos, ancianos y “los mismos de siempre”, pero no jóvenes. El periódico El País, en su versión mexicana, refrendó la postura oficial al destacar en dos de sus reportajes la ausencia de jóvenes: “Una multitud secunda la manifestación de la generación Z con escasa afluencia de jóvenes” y “Mucho adulto, pocos jóvenes”: Sheinbaum desautoriza la autodenominada marcha de la generación Z”. Para contextualizar, acoto que ningún otro medio internacional destacó esa supuesta ausencia juvenil.

De las falacias esgrimidas para “desautorizar” la protesta, la negación de su arraigo juvenil me parece la más sintomática y reveladora de la desazón gubernamental. Desde la presidenta de Morena, Luisa Alcalde, quien en su cuenta de la red social X mostró fotografías de políticos opositores –Emilio Álvarez Icaza, Guadalupe Acosta Naranjo y Fernando Balaunzarán– que asistieron a la marcha, hasta moneros y columnistas leales al gobierno rechazaron el predominio juvenil. Relegada la hipótesis de un complot desestabilizador –aunque varios continuaron en esa línea–, para minimizar la protesta se insistió en que los asistentes eran adultos. La propia presidenta afirmó el mismo sábado, desde la Feria del Chocolate, en Jonuta, Tabasco, que hubo “muy pocos jóvenes”. A despecho de la prontitud y eficiencia con que se determinó la edad de los manifestantes, hay testimonios que evidencian lo contrario.

En la mañanera del lunes 17 de noviembre ratificó su postura. Además de insistir en que la manifestación había sido orquestada por la oposición y la derecha internacional, sentenció “que la mayoría de los asistentes no eran jóvenes, sino integrantes de la marea rosa”.

Cualquier observador imparcial sería suspicaz ante tantos comentarios y tiempo dedicado a una protesta proclamada artificial, carente de participación y movilización ciudadana y, sobre todo, de impacto social. Particularmente, provoca mi curiosidad el empeño por negar el carácter juvenil de la convocatoria, con la mofa incluso de los ancianos que participaron, como si, para tener validez, las marchas debieran discriminar por edades.

¿Cuáles son los motivos para esa renuencia? Considero dos. Primero, la idiosincrasia juvenil de la rebelión indicaría el fracaso del régimen, pues la generación Z comprende al sector poblacional nacido después de 1999, el cual se convirtió en joven y maduró cívicamente durante el obradorato, por lo cual estaría satisfecha con esta forma de gobierno. Como para corroborar esta percepción, la presidenta Sheinbaum acusó, el lunes 17 de noviembre, que muchísimos países habían conspirado para montar “esta narrativa de que en México se reprime a los jóvenes. En México no se reprime a los jóvenes, les damos becas, escuelas, trabajo… abrazamos a los jóvenes y los escuchamos”. La declaración es reveladora en cuanto exhibe el desconcierto de la mandataria y de su movimiento ante la protesta, y una tácita confesión de que los programas asistenciales poseen un fin: mantener a los ciudadanos en una perpetua dependencia, asegurar su lealtad y evitar su independencia cívica. Las declaraciones de Mario Delgado, quien acompañó a la presidenta en su gira por Tabasco e igualmente negó que la manifestación tuviera arraigo juvenil, refrendan tal percepción: “Esta es la generación de la beca Rita Cetina, de la beca Benito Juárez, la generación de más becarios y más universitarios”.

Por otra parte, aunque se insista en la popularidad y aprobación presidencial, esta ha disminuido en el último mes, a raíz del asesinato de Carlos Manzo el 1 de noviembre. Según Global Leader Approval Rating Tracker de Morning Consult –una de las casas encuestadoras predilectas de López Obrador y Sheinbaum cuando las estadísticas les favorecían–, bajó el respaldo (41%) y creció el rechazo (53%) hacia la presidenta de México (actualización del 13 de noviembre). Asimismo, las encuestas de los periódicos Reforma y El Financiero registran esa caída –con resultados más conservadores– y, sobre todo, una mayor desaprobación dentro del sector de edad correspondiente a la generación Z, lo cual no debería ser novedad porque, de acuerdo a Parametría, si bien Sheinbaum asumió la presidencia con un 73% de aprobación, entre ese rango poblacional la cifra fue de un 66%.

Un segundo motivo para no reconocer la condición juvenil de la protesta es que, tradicionalmente, la izquierda ha usufructuado el mito de la juventud revolucionaria, aun cuando las rebeliones juveniles puedan ser también de derecha, como la historia de los fascismos demuestra. Sin embargo, la narrativa oficial insiste en esa identificación monolítica: los jóvenes no pueden desaprobar un gobierno de izquierda, por lo que descalifican las protestas y descartan, a priori, su inconformidad. En apoyo de dicha versión, la columnista Viri Ríos dedicó, en dos periódicos distintos, sendas columnas para negar que la generación Z se preocupara por la inseguridad y tuviera inquietudes políticas. Respaldando su exposición con cifras de Latinobarómetro, sentenció: “Los jóvenes mexicanos no marchan por miedo a criminales, sino por miedo a que el modelo económico les impida tener una calidad de vida digna. Solo estando en sintonía con esa agenda se podrán aspirar a representarlos”. No obstante esta interpretación, el Inegi señala que el 61% de los mexicanos entre 13 y 28 años se siente desprotegido por la violencia (Inegi) y un 43% cree que la corrupción aumentó en el último sexenio (Encuesta Nacional de Cultura Política). De igual modo, Grok, respondió a una consulta que existe descontento entre la generación Z mexicana, basando su respuesta, entre otras fuentes, en Latinobarómetro.

Una de las amargas lecciones que aprendió el Partido Demócrata de los Estados Unidos durante los comicios presidenciales de 2024 fue que los menores de 35 años decantaron la elección, como demostró el reportaje de Eric Cortellessa publicado por la revista Time. Tradicionalmente, ese bando consideró a los jóvenes –y a los afroamericanos, los latinos, las mujeres y la clase obrera– como su baluarte, por lo que minimizaron la desaprobación hacia Joe Biden y el rechazo hacia la candidata Kamala Harris (expuse estas razones en el ensayo “¿El fin del pensamiento crítico?”, incluido en el número de febrero de la revista Letras Libres). Las consecuencias fueron una catastrófica derrota para quienes confiaron en sus creencias más que en los datos y se cobijaron bajo sus cámaras de eco de los medios tradicionales, en las cuales se auguraba una gran victoria. ¿Sucederá lo mismo con el morenato? ¿La nube de la propaganda afectará su discernimiento?

La disputa por la juventud es la batalla clave por librar. La oposición debe entender que este es el enclave que decidirá las votaciones y que los escenarios no serán los tradicionales. ~


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