Tenemos que hablar de López-Gatell

En una sociedad normal, las graves consecuencias de los actos y las palabras de López-Gatell no quedarían impunes. Pero el México de 2023 no es una sociedad normal.
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Lo ideal sería no tener que hablar de Hugo López-Gatell. Lo ideal sería que hubiera rendido cuentas hace tiempo ante las instituciones y ante la sociedad por su criminal manejo de la pandemia y su funesto desempeño como subsecretario de Salud. En una sociedad normal, las graves consecuencias de los actos y las palabras de este personaje no quedarían impunes. En una sociedad normal, serían los tribunales y las asociaciones profesionales los que pondrían el punto final a la conversación sobre López-Gatell.

Pero el México de 2023 no es una sociedad normal. Es una sociedad, primero, hundida en el pantano de la demagogia, en la que todos los temas se discuten en términos de identidades, emociones negativas, prejuicios y deseos de “derrotar” a quienes no piensan como uno, no en términos de hechos, evidencia y deseos de resolver problemas que nos son comunes a todos.

Es una sociedad, también, anestesiada por un aparato de propaganda y desinformación gubernamental nunca antes visto. Este aparato usa el dinero de los contribuyentes, el poder del Estado, el silencio de muchos grupos sociales clave y la ayuda de los medios de comunicación para crear una realidad paralela, en la que lo que más importa no es ponernos de acuerdo para resolver los problemas, sino elevar la popularidad de una persona que ha convencido a millones de que él es la única solución para México.

Es, además, una sociedad abrumada por un sinfín de problemas que, en conjunto, comienzan a parecer irresolubles: la inoperancia de las instituciones de justicia, la violencia cotidiana, el salvajismo de un crimen organizado empoderado, el deterioro de las capacidades del Estado para ejecutar programas públicos, la degradación del medio ambiente, la decadencia de nuestra infraestructura y un larguísimo etcétera.

En esa mezcla de división, desinformación y desesperanza es donde son posibles personajes como Hugo López-Gatell. Un demagogo solo puede crecer en una sociedad demagógica. Y el personaje ha crecido gracias a su uso de emociones negativas, mentiras flagrantes, falacias retóricas, polarización y encono para dividir a la sociedad con tal de amasar más poder. Eso es lo que ha hecho desde que su retórica comenzó a intoxicar nuestra conversación pública, primero obedeciendo servilmente al presidente a costa de cualquier ética política, profesional o personal y, ahora, movido por la ambición más vulgar con su cínica intención de ser elegido jefe de gobierno de la Ciudad de México.

Quienes criticamos las políticas de López Obrador vemos las montañas de evidencia que condenan a López-Gatell. Pero hay que tener claro que quienes defienden a ambos no son ciegos. Ven lo mismo que nosotros. Seguramente muchos perdieron familiares o amigos durante la pandemia, han tenido que enfrentar el desabasto de medicamentos o se han visto afectados por la inoperancia de los hospitales públicos. La mayoría, especialmente aquellos con mayor escolaridad y acceso a información, saben perfectamente que López-Gatell es política, ética y humanamente indefendible. El problema es que están convencidos de dos ideas sumamente equivocadas. Una, que el grupo político al que apoyan es mejor que todos los demás y que, si quieren seguir perteneciendo a él para seguir recibiendo los beneficios –reales e imaginarios– de la membresía, tienen que hacer lo que les ordena el líder del grupo, incluyendo justificar a López-Gatell. La segunda idea errónea que tienen es que quienes critican y se oponen a López Obrador son tan despreciables que, para evitar que “ganen”, o simplemente para irritarlos y hacerlos sentir derrotados o molestos, se justifica cualquier cosa, incluso defender a alguien como López-Gatell.

Se culpa mucho, y con razón, a las élites de la transición democrática del ascenso del populismo en México. Y sí, tienen una gran responsabilidad en su insensibilidad, corrupción, condescendencia, mediocridad y autocomplacencia. Pero cuando el populismo gobierna como lo hace en México, cuando sus decisiones han tenido los resultados que se observan en áreas como la salud, también tenemos que ponerles un espejo enfrente a quienes lo defienden. No para fustigarlos moralmente, insultarlos o denigrarlos, como hace su líder con quienes lo critican. Tenemos que hacerlo desde otro lugar, desde otra emoción distinta al resentimiento, el desprecio o el odio. Tenemos que hablarles desde lo que nos une como ciudadanos de la misma República: el deseo de vivir en una sociedad donde la vida y la salud de cada persona sea un bien preciado que todos debemos defender.

Tenemos que hablar de López-Gatell, no solo entre los que no creemos en López Obrador, sino también con quienes creen en él. Tenemos que decirnos, y decirles, que está muy bien apoyar a un líder que nos gusta, y está muy bien querer que ese líder y su partido ganen elecciones y hagan cosas con las que estamos de acuerdo. Pero no al precio de cientos de miles de vidas. No al precio de nuestra integridad como sociedad y nuestra decencia como seres humanos. No al precio de burlarnos del clamor de los padres de niños enfermos. No al precio de olvidar la memoria de los muertos de la pandemia. No al precio de ignorar el dolor de quien hoy no encuentra atención en un hospital. Tenemos que hablar de López-Gatell, no solo para que este pague por sus crueles actos, sino para evitar que él, o alguien todavía peor, alcance más poder en los años por venir. En ello, literalmente, se nos podría ir la vida. ~

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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