El otro dรญa me topรฉ con un cartel que llamaba a participar en una manifestaciรณn โcontra la justicia patriarcalโ. En la convocatoria aparecรญan los rostros de cinco individuos procesados por abusos sexuales bajo un rรณtulo grande: โVioladoresโ. Sin โpresuntosโ. Fue una concentraciรณn multitudinaria, en la que tambiรฉn se vieron pancartas que pedรญan โjusticia feministaโ. Quรฉ mal augurio cuando a la justicia se le ponen apellidos.
He pensado largamente antes de decidirme a publicar este artรญculo. A fin de cuentas no es sencillo deslindar los propรณsitos de la manifestaciรณn. Si fue para apoyar a la vรญctima, para criticar a los jueces, para denunciar las agresiones sexuales como fenรณmeno general o para responder con ira a los acusados es difรญcil determinarlo. Probablemente todas esas razones se entremezclaron en una marcha de miles de personas.
Si el objetivo hubiera sido alzar la voz contra las conductas de acoso que todavรญa hoy padecen tantas mujeres en nuestro paรญs, me habrรญa parecido una protesta necesaria y encomiable. Pero todo ha tenido lugar en medio de la polรฉmica por un proceso penal que es preciso tener en cuenta.
En las รบltimas semanas se ha criticado la labor de los jueces y se ha dado a entender que no habrรญa justicia antes siquiera de que se dictara sentencia. El desconocimiento de las reglas procesales ha llevado al cuestionamiento de la imparcialidad de los tribunales. Se ha tergiversado la admisiรณn de las pruebas y se ha condenado la estrategia de la defensa. Se ha condenado, incluso, que la defensa pudiera tener una estrategia y casi que existiera una defensa.
Tambiรฉn ha habido medios de comunicaciรณn y columnistas que han tratado de menoscabar el testimonio de la vรญctima, completando asรญ el juicio paralelo, en una tradiciรณn ya clรกsica de las opiniones pรบblica y publicada en Espaรฑa. Y aunque estas actitudes no son nuevas, nunca se habรญan visto hasta ahora mezcladas en una manifestaciรณn tan exitosa.
Este cuestionamiento del proceder de la justicia creo que puede enmarcarse en un proceso mรกs amplio que es la crisis de la mediaciรณn. El auge del populismo ha coincidido con el rechazo a los valores clรกsicos de la democracia representativa. No es casual que la democracia directa goce hoy en nuestro paรญs de mayor respaldo social que la articulaciรณn parlamentaria de la voluntad popular, segรบn una encuesta de Pew Research. El desprestigio de la democracia liberal ha venido de la mano de propuestas plebiscitarias que pretenden trasladar la toma de decisiones a los ciudadanos, sin mediar sus representantes.
Las protestas contra los jueces, ya sean los que procesan a las autoridades que han infringido la ley en Cataluรฑa o los que se encargan del caso de la violaciรณn mรบltiple durante los Sanfermines, sugieren que, desde algunos sectores sociales, se proclama una democratizaciรณn de la justicia, en la que el pueblo, sin el concurso de los jueces, pueda extraer conclusiones vรกlidas desde un conocimiento incompleto de los hechos y dictar sentencia.
El rechazo de la mediaciรณn tambiรฉn guarda relaciรณn con la desconfianza hacia el establishment y el rechazo de los expertos, dos caracterรญsticas propias de nuestro tiempo. Los espaรฑoles se cuentan entre los europeos que mรกs desconfรญan de su sistema de justicia y solo un 25% de los encuestados declara estar satisfecho con el modo en que funciona la democracia en nuestro paรญs.
La actualidad tambiรฉn nos recuerda que en los fenรณmenos sociales mรกs apasionados existe la tentaciรณn de imponer la ideologรญa a la frialdad y el rigor de los procedimientos legales. Hay una voluntad de tomar partido en la adopciรณn de decisiones, desconfiando de cuantos dictรกmenes no han sido directamente consultados al pueblo, entendiendo como pueblo un sujeto polรญtico restringido y delimitado por ciertos atributos morales.
Por ello era tan mala idea la ley Gallardรณn que establecรญa la cadena perpetua revisable para casos generadores de una gran โalarma socialโ. Un criterio vago que evocaba a Charles Lynch, aquel juez de Virginia que, durante la guerra de la independencia de Estados Unidos, implantรณ un proceso sumarรญsimo en el que el mismo pueblo juzgaba, condenaba y ajusticiaba a los reos. No en vano a รฉl debemos la acuรฑaciรณn del tรฉrmino โlinchamientoโ.
La mediciรณn de la alarma social estรก necesariamente unida a la baremaciรณn de las pasiones. Y los sentimientos tienen mucho que decir de nuestras sociedades, caracterizadas por rasgos emotivos y narcisistas. Uno de los lemas de la manifestaciรณn que ha rodeado el juicio por violaciรณn mรบltiple es โYo sรญ te creoโ. Es esclarecedor por cuanto nos pone sobre la pista de la realidad posfactual. Es la sustituciรณn de los hechos por el โyoโ como elemento de legitimaciรณn. No tengo ningรบn motivo para desconfiar del relato de la vรญctima, pero no se trata de lo que yo crea. Yo, mi opiniรณn, mis sentimientos estรกn fuera de lugar y son irrelevantes para el caso. Las vรญctimas no pueden quedar al albur de la percepciรณn pรบblica, no pueden depender de que encontremos creรญble su testimonio.
La justicia no consiste en un alineamiento del veredicto de los tribunales con nuestras posturas individuales, sino en la aplicaciรณn imparcial de unas reglas desapasionadas. Cuestionar la labor de los tribunales antes siquiera de que dicten sentencia o poner apellidos ideolรณgicos a la justicia no contribuirรก a mejorarla. Nos enfrentamos al riesgo de que, si el resultado del juicio no es del agrado de ciertos sectores feministas, se ponga en entredicho la legitimidad de todo el sistema; mientras que, si la sentencia satisface las expectativas de los manifestantes, se argumente que ha sido la presiรณn popular la que ha permitido que se haga justicia. En ambos escenarios habrรก alguien que gane, pero seremos muchos mรกs los que perderemos.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.