En un artículo anterior he explicado por qué pensaba que esta guerra había empezado mal para Rusia y que probablemente terminaría mal. Incluso si la campaña militar avanzaba con mayor eficiencia, era probable que Putin perdiera porque estaba siguiendo una estrategia delirante, que reflejaba su creencia de que Ucrania no es un Estado y carece de identidad nacional, de que Kiev podía ser tomada rápidamente, para deponer al presidente Zelensky e instalar un régimen títere obediente en su lugar. Todavía no ha ocurrido nada que me haga cambiar esa opinión.
También advertí que los días venideros serían más duros y difíciles, y lamentablemente así está siendo, aunque quizá subestimé el carácter vacilante de las primeras oleadas de la ofensiva rusa. Moscú está pagando un alto precio humano y estratégico por una planificación desordenada y arrogante, y por no haber pensado tanto en el peor caso como en el mejor.
Podría pensarse que unos pocos días de progreso limitado pronto serán irrelevantes una vez que la potencia bruta de las fuerzas armadas rusas se ponga en marcha, pero eso es un error. Los primeros días establecen las condiciones para los que vendrán después. Afectan a la transición de la primera fase de la guerra convencional hacia la siguiente fase de la guerra urbana y, potencialmente, a la fase posterior de la resistencia a una ocupación no deseada.
Lo que se esperaba
La primera gran sorpresa de esta guerra, además de la imprudencia de Vladimir Putin al ponerla en marcha, radica en el fracaso de los altos mandos rusos a la hora de aprovechar su prolongada acumulación militar para diseñar y luego ejecutar una ofensiva eficaz. Era natural suponer que tenían planes para cortar las defensas ucranianas y dejarlas indefensas, y también que esos planes tendrían éxito. Las fuerzas ucranianas estarían en desventaja desde el principio frente a una formidable, moderna y profesional fuerza rusa que se había beneficiado de años de inversión.
A los rusos también se les atribuyó haber desarrollado una forma de hacer la guerra que aumentaría sus ventajas; a los instrumentos clásicos de poder militar añadirían fuerzas especiales y capacidades de ciberataques y campañas de información. En lo que se ha llegado a describir como “guerra híbrida”, se coordinarían para lanzar un ataque sincronizado que dejaría a sus enemigos maltrechos, confusos y dislocados. Algunos incluso sugerían que existía una “zona gris”, donde habría conflictos sin llegar a la guerra real, donde habría formas de alterar la infraestructura nacional y desorientar a la población con mensajes falsos, de modo que ni siquiera sería necesario recurrir a la fuerza armada. Aunque está claro que los rusos no tenían intención de ceñirse a esta zona gris, esos métodos seguirían siendo importantes para confundir y desmoralizar a los ucranianos, que así podrían aceptar dócilmente el nuevo orden que se estaba preparando para ellos.
La guerra de los relatos
Sin embargo, cuando llegó el momento, después de todos estos meses de preparación, en lugar de un equivalente ruso de “conmoción y pavor”, hubo una ofensiva curiosamente desordenada e incoherente. Hubo algunos ciberataques antes del comienzo de la invasión, pero nada inusual para los ucranianos, que han estado sometidos a ellos de forma regular durante ocho años. El servicio ucraniano de internet y de telefonía siguió funcionando. Mientras tanto, los sitios del gobierno ruso han sido derribados por cortesía, al parecer, del grupo de piratas informáticos independientes, Anonymous.
En cuanto a la campaña de información, llevada a cabo a través de los medios de comunicación sociales y tradicionales, los rusos han sido ampliamente derrotados. El increíble y apenas comprensible relato con el que Putin comenzó esta guerra condenó a los portavoces al absurdo con sus afirmaciones de que esta “operación especial” era una misión humanitaria para proteger a la vulnerable población del Donbás, que por alguna inexplicable razón los ucranianos habían decidido atacar a sabiendas de que había 180.000 soldados rusos en su frontera.
Los ucranianos han dominado el espacio informativo. Han proporcionado comunicados fácticos que pueden dar importancia a las pérdidas rusas, pero también hablan de sus propios reveses. Y lo que es más importante, las redes internacionales informan con simpatía desde las ciudades asediadas y los puestos fronterizos abarrotados de refugiados angustiados. Mientras que Rusia ofrece un presidente que se presenta cada vez más como un villano de caricatura, el de Ucrania dirige con valentía y elocuencia a su pueblo en un momento de grave peligro.
Estas guerras de relatos pueden parecer irrelevantes mientras los tanques rusos avanzan y la potencia de fuego se dirige hacia las ciudades y sus defensores. ¿Qué consuelo se puede encontrar en tener todas las mejores líneas mediáticas si tus fuerzas deben retirarse constantemente? Sin embargo, sí son importantes por el impacto que tienen en las actitudes y el comportamiento de tres audiencias clave: la población tanto de Ucrania como de Rusia, y la comunidad internacional.
La característica más importante del relato ucraniano ha sido su realismo. Carece de bombos y platillos. Es significativo que no haya reivindicado la derrota inminente de las fuerzas armadas rusas, sino que haya sido capaz de demostrar que no son invencibles, al tiempo que ha animado a la población a movilizarse y prepararse para la siguiente fase de la guerra urbana. Se ha generado suficiente sentimiento e impulso nacional para mantener la lucha, aunque ahora tenga que ser con armas pequeñas y cócteles molotov. (Como nota histórica podemos señalar que el nombre de estas botellas llenas de líquidos inflamables fue acuñado por los finlandeses en su “guerra de invierno” de 1939 contra los rusos. Molotov era el ministro de Asuntos Exteriores ruso de la época, al que se culpaba de crear las condiciones para la guerra con su pacto con los nazis. Tal vez ahora podrían actualizarse a “Cócteles Lavrov”.)
En cuanto a la audiencia internacional, ha ejercido una enorme presión sobre los gobiernos occidentales para que se impliquen más, e incluso los más próximos a Moscú han mantenido las distancias (sobre todo China, que se abstuvo en la votación clave de condena del Consejo de Seguridad, que Rusia pudo vetar). Aunque ahora es difícil que los países occidentales envíen más equipos y municiones por vía aérea, los convoyes siguen llegando por tierra y, mientras puedan mantenerse, permitirán a las fuerzas ucranianas seguir luchando. Es posible que Rusia tenga que desviar algunas unidades para intentar interceptar el material que llega de Occidente.
Lo más importante es que ha provocado un endurecimiento de las sanciones, ya que se buscan formas no solo de respaldar a los ucranianos, sino también de garantizar que los rusos no se impongan. Ahora algunos bancos rusos serán excluidos del sistema de pagos SWIFT. La economía rusa (pero también la economía mundial) recibirá un golpe mientras dure esta guerra.
¿Qué pasa entonces con el público ruso, el que está sometido a la mayor censura y exposición al relato oficial del Kremlin? No se les dice nada sobre las bajas en su propio bando o las atrocidades cometidas en su nombre. Sin embargo, las noticias llegan y la evidencia de descontento y disidencia es palpable. La represión puede ser más dura, pero si el descontento se extiende a los ciudadanos de a pie, preocupados por sus jóvenes en el frente, por sus familias y amigos en Ucrania, y por el desplome del valor de su moneda, los problemas internos de Putin pueden aumentar. Otra razón por la que quiere que la guerra termine rápidamente.
El curso de los combates
La prisa por acabar la guerra explica muchos de los errores cometidos por las fuerzas rusas al inicio de esta guerra. El primer error fue no dar prioridad a la eliminación de la fuerza aérea y las defensas aéreas ucranianas. Estas siguen operando y los cielos de Ucrania pueden ser peligrosos para los aviones rusos. El segundo fue apresurarse a entrar en Kiev utilizando fuerzas especiales y unidades ligeras para destituir a Zelensky e instalar un títere. Eso salió mal desde el principio. La unidad encargada de tomar y mantener el aeropuerto cerca de Kiev fue eliminada antes de que pudieran entrar más tropas. Luego se destruyeron los puentes, lo que aumentó el recorrido de las fuerzas rusas que se desplazaban a su posición.
Esto, a su vez, ha ejercido presión sobre las líneas de suministro. Hay pruebas, al menos en las redes sociales, de que los vehículos rusos se quedan sin combustible e incluso de que hay problemas para mantener alimentados a los soldados en las posiciones avanzadas. Las cadenas logísticas más exigentes añaden complejidad a las operaciones, pero también altos costes. Se han producido importantes pérdidas de hombres y equipos. Los ucranianos han afirmado haber infligido grandes pérdidas a los rusos: miles de muertos, lo que significaría muchos más heridos. Mientras los rusos no hablen de las bajas, los rumores no tardarán en extenderse entre otras unidades de la línea de frente y eso será malo para la moral. Una vez más, observando en gran medida los medios de comunicación social, que por supuesto solo proporcionan una visión parcial, la moral de los rusos parece baja y su actitud hacia la población local que los reprende parece más desconcertada que hostil. Aun cuando están en sus tanques, no siempre parecen saber lo que deberían hacer o a dónde deberían ir.
Después de haber intentado avanzar utilizando solo una parte de sus fuerzas disponibles, los rusos parecen haber optado por una estrategia más despiadada, confiando más en la artillería, lo que a su vez se sumará al terrible coste de la vida y la propiedad de los civiles. Los ataques al depósito de petróleo cerca de Kiev causarán daños duraderos. El alto mando ucraniano tendrá que enfrentarse a algunas decisiones difíciles en los próximos días sobre las evacuaciones y las retiradas tácticas. Ya ha ocurrido: como de nuevo se pudo ver desde el primer día, la posición en el sur es muy difícil de sostener. Las unidades del este, que llevan mucho tiempo desplegadas cerca de los territorios separatistas, corren el riesgo de quedar aisladas por las columnas rusas que llegan desde Crimea y que aún no han encontrado mucha resistencia. De momento se mantiene la ciudad de Mariupol, que está en primera línea desde 2014. Pero ya han caído otras ciudades de la zona y las fuerzas ucranianas corren el riesgo de quedar atrapadas.
La atención principal se centra ahora en las dos ciudades clave de Kiev y Járkov, puesto que entramos ahora en la siguiente etapa de la guerra urbana. De nuevo, es algo que Putin esperaba evitar, ya que pocos acontecimientos son menos propensos a crear una población hosca y obediente que días de bombardeos mal dirigidos y a menudo inútiles pero crueles. La metodología rusa para hacer frente a la resistencia en las ciudades se estableció en las dos guerras chechenas de mediados de los años 90 y principios de los 2000, que redujeron la capital Grozny a escombros. Más recientemente, en Siria, la aviación rusa bombardeó enclaves rebeldes, por ejemplo en Alepo, incluyendo ataques deliberados contra hospitales, para obligar a los residentes a huir. En Mosul, entre 2016 y 2017, la aviación estadounidense colaboró con las fuerzas iraquíes para expulsar al ISIS en una batalla que duró 9 meses. El coste humano fue inmenso, aunque aquí la disposición de los yihadistas a utilizar a los civiles locales como escudos y rehenes tuvo mucho que ver con la carnicería.
Aunque los rusos quieran evitar más acusaciones de crímenes de guerra, es imposible luchar en las ciudades sin causar muchas muertes y destrucción. Pero el principal desafío para las fuerzas rusas es tomar las calles y ocupar el centro. Los primeros informes sobre los combates en las calles de Kiev y Járkov sugieren que hasta ahora solo han penetrado vehículos ligeramente armados, lo que ha resultado arriesgado ya que son vulnerables a los contraataques ucranianos. Fuerzas más sustanciosas están entrando en posición, pero hay límites en lo que puede entrar en una ciudad en cualquier momento. Cuanto más estrechas sean las calles, más difícil será la guerra urbana, ya que los vehículos pueden quedar atrapados. La toma de esas ciudades requiere de la infantería, que ofrece objetivos para emboscadas. Ahí es cuando la moral empieza a ser realmente crítica.
¿Cómo termina esto?
Las guerras rara vez se deciden en días y es poco probable que esta sea una excepción. Frustrados hasta ahora, los rusos presionarán más, esperando agotar y superar a los defensores. Putin debe estar frustrado por no haber expulsado ya a Zelensky, pero ahora está demasiado comprometido para considerar siquiera la retirada. Después de decir a las fuerzas armadas ucranianas que depusieran las armas y expulsaran a Zelensky, ahora debe derrotarlas. Zelensky seguirá reuniendo a su gente desde el interior de la capital. Es de suponer que él y sus colegas tienen un plan sobre cómo actuar en caso de que lo maten o lo capturen. Aunque estuviera tentado a capitular, lo que obviamente no es el caso, los ucranianos están demasiado enfurecidos ahora para rendirse sin resistencia. Por el contrario, en el improbable caso de que se produjera algún tipo de golpe de Estado contra Putin, la guerra terminaría casi inmediatamente.
Ni Putin ni Zelensky han descartado las conversaciones de alto el fuego. Putin ofreció a Zelensky la oportunidad de visitar la capital bielorrusa, Minsk, para negociar los términos de la rendición. Allí es donde tuvieron lugar las negociaciones anteriores, pero Bielorrusia es ahora un co-beligerante. Su territorio ha sido utilizado para lanzar algunos de los ataques más mortíferos contra Ucrania. Zelensky ha ofrecido los nombres de numerosas capitales como lugares alternativos para que una delegación ucraniana se reúna con una rusa. Es posible que esta guerra concluya así, pero es posible que los combates tengan aún un largo camino por recorrer antes de llegar a ese punto. Mientras tanto, las bajas seguirán aumentando.
El problema de diseñar un acuerdo de paz es el mismo que ha rodeado este conflicto desde el principio, y se remonta a la guerra de los relatos. Putin ha descrito lo que está en juego para Rusia en términos fantásticos que tienen poca relación con la situación real. Quiere desnazificar un país que tiene un presidente y un primer ministro judíos, y proteger a la población del Donbás de un “genocidio” que es una invención completa. Así que Zelensky puede prometer sin dificultad no ser un nazi y no llevar a cabo un genocidio. Lo que no puede hacer es negar el derecho de Ucrania a existir como un Estado independiente que siga su propio camino. La gente de Putin afirma que eso no está en duda. El problema, dicen, es que las personas equivocadas están al mando. Si así fuera, presumiblemente no tendrían ninguna dificultad para aceptar elecciones libres bajo supervisión internacional. Se puede animar a Putin a que ponga a prueba sus teorías sobre las simpatías de los ciudadanos comunes de Ucrania.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en el Substack del autor.
Lawrence Freedman es profesor emérito de War Studies en el Kings College de Londres.