En junio del aรฑo pasado, en una conferencia de prensa con sus contrapartes de Mรฉxico y Canadรก, Barack Obama se asumiรณ como populista en la definiciรณn anglosajona del tรฉrmino, la referida a “aquellas polรญticas que buscan apoyar al pueblo, y en particular a las personas de clase trabajadora”. En ese momento aรบn se veรญa remoto, por no decir imposible, el arribo de Trump al poder. No sรฉ si ahora, tras el triunfo de Brexit y del fascista que habita (a veces) la Casa Blanca, y ante el ascenso mundial de los lรญderes que desde la izquierda o derecha representan y defienden feroces polรญticas antiliberales, Obama โtan sensible y preciso con las palabrasโ seguirรญa definiรฉndose como un populista. No lo ha hecho y es probable que ya nunca lo haga. Y es que la palabra ha terminado por encontrar (en la realidad, no en los diccionarios) su significaciรณn definitiva, no tanto por las vagas ideologรญas que defiende sino por la perversa dominaciรณn que trae consigo.
Obama โestadista admirableโ era vรญctima de una ilusiรณn รณptica, muy tรญpica por lo demรกs del mundo estadounidense: pensar que toda la historia es historia americana. Andrew Jackson, en efecto, fue “populista” porque abriรณ una era de intensa participaciรณn popular en la democracia estadounidense. Pero en la acepciรณn moderna, la que opera en Europa o en Amรฉrica Latina, no era un populista, entre otras cosas porque nunca rompiรณ el orden institucional.
La palabra populismo ha tenido buena fama no sรณlo en Estados Unidos. Tambiรฉn en Rusia, donde el movimiento Narodniki tuvo una importancia enorme en la formaciรณn de la conciencia revolucionaria. Los populistas rusos (estudiados por Franco Venturi y referidos en varios ensayos de Isaiah Berlin) eran jรณvenes de la burguesรญa o la aristocracia que abandonaban sus hogares para ir al pueblo, para integrarse a รฉl, aprender de รฉl, redimirlo y redimirse. Eslavรณfilos por lo general, hallaron una voz en Leรณn Tolstoi, que no sรณlo vestรญa como Muzhik sino que creรณ la mรกxima idealizaciรณn del alma pura en Platรณn Karataev, el santo campesino de La guerra y la paz. Curiosamente, fueron los propios campesinos rusos los que expulsaron a los jรณvenes populistas de sus comunidades. No los reconocรญan como sus salvadores ni se reconocรญan en ellos.
En Amรฉrica Latina no hemos dudado en llamar populista al populista, con el sentido real del tรฉrmino. Populista fue Eva Perรณn, que dijo: “Yo elegรญ ser ‘Evita’… para que por mi intermedio el pueblo y sobre todo los trabajadores encontrasen siempre el camino de su lรญder”. Populista fue Hugo Chรกvez, que en infinitas ocasiones alardeรณ de ser la encarnaciรณn del pueblo: “aquรญ no hay nada mรกs que amor: amor de Chรกvez al pueblo, amor del pueblo a Chรกvez”. Su sucesor no ha podido ser populista porque el carisma no se hereda, porque ya no tiene “pueblo” con el que identificarse (la inmensa mayorรญa se le opone, hasta el martirio). Y porque es simplemente un asesino.
En el Mรฉxico de los setenta tuvimos dos gobiernos que llamamos populistas: los de Luis Echeverrรญa y Josรฉ Lรณpez Portillo. Lo fueron por su estilo demagรณgico y su polรญtica econรณmica (que sepultรณ la economรญa del paรญs en un mar de inflaciรณn y endeudamiento) pero en estricto sentido ninguno de esos mandatarios fue propiamente populista porque no establecieron un vรญnculo personal de dominaciรณn con “el pueblo”. El poder no residรญa en sus personas sino en la Silla presidencial. Entre ellos y los sufridos acarreados a sus manifestaciones mediaba un entramado sรณlido: la institucionalidad del sistema. Era esencialmente corrupto pero tenรญa lรญmites internos y reglas infranqueables, sobre todo una: la no reelecciรณn. Los lรญderes populistas buscan perpetuarse.
“Si por ser honesto, por actuar con responsabilidad social y luchar por la vรญa pacรญfica, me acusan de populista, que me apunten en la lista”, declarรณ hace unos meses Andrรฉs Manuel Lรณpez Obrador. Nadie lo acusรณ de populista por esas razones. Pero su nombre estรก “apuntado en la lista” por motivos que lo alejan de Lรกzaro Cรกrdenas, el presidente mรกs popular del siglo XX, a quien admira profundamente. Cรกrdenas no alentaba el culto de su personalidad, no utilizaba expresiones religiosas para definir su vocaciรณn, no amenazaba con actuar por encima de las instituciones, no promovรญa el odio de una parte de la naciรณn contra otra.
En las librerรญas del mundo occidental proliferan ahora las obras sobre el populismo. Ya no hay equรญvocos. El populismo es el uso demagรณgico de la democracia para acabar con ella. A Obama la realidad le corrigiรณ la plana: es popular, no populista.
(Publicado previamente en el periรณdico Reforma)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.