En el capítulo 2 de Radical Markets (Princeton University Press, 2018), Eric A. Posner y E. Glen Weyl proponen un sistema original para preguntar a los ciudadanos. Se conoce como “Quadratic voting” (QV) y adaptándolo ligeramente a cada situación, sirve tanto para elegir candidatos en primarias como para revelar preferencias en distintas políticas públicas. El encuestado o votante dispone de un número determinado de lo que los autores llaman “voces” para distribuir entre las opciones que se le ofrecen. La peculiaridad es que en el primer voto a una opción gastará una sola “voz”, pero adjudicar dos votos a la misma opción le costará 4 voces. Si quiere otorgar 3 de sus votos, serán 9, y así sucesivamente.
Lo llamativo de este sistema es la forma que adoptan las preferencias de los votantes cuando se compara con la que resulta de usar el método tradicional de valoración (de 1 a 10 y similares). A lo largo de varios ejemplos se repite el mismo patrón: mientras que el sistema tradicional dibuja una W (votos concentrados en los extremos en su mayor parte), el sistema QV, para los mismos encuestados y las mismas preguntas, dibuja una gráfica de campana (mayor concentración en las opciones centrales y paulatina reducción a medida que nos acercamos a las posturas extremas).
Lilliana Mason explicaba en Uncivil Agreement cómo el tribalismo se agudiza cuando las distintas identidades de los ciudadanos se alinean con los partidos políticos. Los niveles de prejuicio e intolerancia se elevan extraordinariamente y pueden desembocar en la fractura social.
En España hay dos asuntos susceptibles de producir ese indeseable efecto. El primero es la crisis secesionista en Cataluña, que lleva años monopolizando la atención pública y ahora rebrota con fuerza ante la inminencia de los juicios combinada con la urgencia del gobierno por aprobar los presupuestos generales. El segundo es la llamada “ola feminista” y la cercanía del 8 de marzo, cuando tendrá lugar una manifestación que ya en anteriores ediciones ha logrado concentrar a un número muy importante de personas.
Esos dos asuntos están directamente relacionados con el surgimiento del primer partido de extrema derecha con representación. No es producto del azar sino una consecuencia previsible buscada por algunos, deseada por otros y temida por la mayoría.
Ante la fragilidad del gobierno, que necesita de los partidos independentistas catalanes para aprobar sus presupuestos, la polémica de la creación de una mesa de partidos y la inclusión de la figura del “mediador-relator” ha levantado ampollas en la sociedad española, minando la imprescindible confianza necesaria de muchos ciudadanos hacia quien les representa, y ha amenazado la integridad del propio PSOE hasta el punto de que horas después de iniciarse el escándalo, la vicepresidenta Calvo anunciara la ruptura de negociaciones por parte de los partidos independentistas.
Nunca sabremos a ciencia cierta qué sucedió, si fue una rectificación del propio gobierno debida a la reacción de rechazo o si fue un órdago de los partidos independentistas que deseaban debilitar la postura del gobierno en la negociación. La cuestión es que esa rectificación llegó cuando ya se conocían los 21 puntos que en su día entregara Torra al gobierno y Ciudadanos y el PP habían convocado una manifestación pidiendo la celebración de las elecciones prometidas por el presidente cuando accedió al cargo tras la moción de censura a Mariano Rajoy.
Tampoco es accidental que todo lo que queda a la derecha del partido en el gobierno (PSOE) sea catalogado de extrema derecha y, con motivo de la manifestación del domingo, se califique de fascismo (incluso desde cuentas orgánicas del PSOE) a organizadores y público asistente. En días previos no fue una floritura retórica, y a la luz de cómo ha escalado el asunto ahora parece un trato mesurado, que se hablara de “las derechas” para referirse a tres partidos muy distintos. Tampoco es debido al azar que el secretario general del PP, Pablo Casado, haya tildado al presidente del gobierno de “traidor”, “felón”, “okupa” y así hasta un total de 21 descalificaciones inaceptables, o que se le acuse de ser un presidente ilegítimo un día sí y otro también.
Tras la convocatoria, Vox y prácticamente todas las organizaciones de extrema derecha que alguna vez existieron se sumaron y coparon el protagonismo. Lo que para muchos ciudadanos era una expresión democrática de malestar y temor se convirtió para otros en una muestra de amenaza fascista y nacionalista. Muchos se quedaron en casa, otros fueron, llovieron los insultos por ir y por no ir. Por aceptar compañías poco recomendables y por dejarse engañar por la falacia de asociación. De pronto, la sociedad se había llenado de traidores a España (#yonovoy) y fascistas (#yosívoy).
Y en esta situación asoma en el horizonte la segunda grieta polarizadora. Algún dirigente socialista ya ha anunciado que en la manifestación feminista del 8 de marzo se responderá a todos los que estaban en la del domingo. A los machistas, a los que alquilan vientres de mujeres, a los que quieren eliminar la ley del aborto. Alguna periodista feminista también se ha dirigido a las mujeres que acudieron a la manifestación identificando su presencia en ella con la sumisión al “heteropatriarcado”.
Ambas cuestiones, Cataluña y el feminismo, son grandes temas que deberían ser transversales y matizados. Ambos asuntos, sin embargo, serán utilizados como palancas polarizadoras que servirán para tribalizar a los votantes de cada partido convirtiendo a los otros en meras caricaturas. Lo que debería ser una preocupación de todos se usará como piedra para golpear la cabeza del otro. El miedo, la ira, la indignación, la mentira, el insulto y la negación de la existencia legítima de distintas posturas ante asuntos altamente sensibles.
Nos están tratando de tal modo que nuestras respuestas solo pueden dibujar gráficos en “W”. O estás con los de Bildu y los secesionistas o con Hazte Oír y Hogar Social. O eres fascismo o compartes mesa con antiguos miembros de partidos que respaldaban el terrorismo etarra.
La sociedad española dibuja en estos dos temas, Cataluña y feminismo, gráficas en forma de campana. No hay una postura unánime y homogénea ni ante la respuesta perfecta al desafío secesionista, ni en las distintas cuestiones que preocupan al feminismo. No la hay ante la prostitución (como puede leerse aquí: el feminismo es plural) y como bien señalaba Margarita León en su artículo “El voto de las mujeres”, la derecha en España ha aceptado y participado hasta ahora del proceso que nos ha conducido a todos a la situación de mejora de la que disfrutamos y en la que queremos ahondar. No debería irse de ese consenso, decía la autora, y no debería la izquierda utilizar ese tema para obtener réditos electorales.
Alguien debería pulsar el botón de pausa que nos permita distinguir matices y expresar preferencias. Posibilitar la existencia de un lugar donde rechazar “mediadores” sea compatible con celebrar el 8 de marzo y comprometernos a seguir trabajando por la igualdad real. Donde considerar que los políticos presos deben ser sometidos a juicio en un Estado garantista como el nuestro no sea sinónimo de pretender imponer, sin consenso, la gestación subrogada. Donde el hecho de que temas por la integridad de tu país no signifique que avalas a los maltratadores. Donde creer que la Ley de Violencia de Género tiene aspectos que deberíamos mejorar o efectos no previstos que se deberían evitar no implique que seas un fascista ni estés deseoso de eliminar todas las lenguas españolas.
Un lugar donde no seamos burdas caricaturas que si piensan A en un asunto entonces han de comulgar con B en otro muy distinto. No podemos permitir que nuestras identidades sean alineadas en el catálogo asignado por un partido concreto. No deberíamos dejar que nos conviertan en tópicos sin matices.
El Brexit fue el resultado de la frívola actuación de varios dirigentes que, guiados exclusivamente por su ambición e intereses partidistas a corto plazo, han llevado a su país al borde de un desastre cuyas consecuencias sentirán durante décadas. Aún siguen ahí, enfadados, asustados y bloqueados. Sin saber lo que quieren, solo saben lo que odian. Al otro lado del Atlántico, los Estados Unidos también viven tiempos de una polarización social extrema. Insultar y desconocer a los otros, lejos de solucionar los conflictos, galvanizó a los “deplorables”. Francia, Italia … Gráficos en W por doquier.
Hemos llegado los últimos a esta era polarizadora. Creíamos ser una bendita excepción y que la fractura social causada por el procés en Cataluña (un caso muy parecido al Brexit) nos había enseñado algo, pero es posible que no hayamos aprendido nada.
La responsabilidad de nuestros líderes y partidos políticos es extraordinaria pero, parafraseando a Mason, los ciudadanos nunca, bajo ningún concepto, deberíamos convertirnos en estereotipos con los que formar tribus guerreras que han dejado de preocuparse por un futuro compartido.
Como decía un buen amigo: “en tiempos de polarización, el centro se tensiona y la gente moderada sufre”. Cuidado con forzarles a elegir entre dos opciones que rechazan: es una idea que puede sacar de sus casas a los enemigos de tus adversarios, pero es posible que deje en ella a tus propios seguidores. La política del rechazo al otro tiene un recorrido limitado y un aspecto muy desagradable.
Elena Alfaro es arquitecta. Escribe el blog Inquietanzas.