foto: Shawn Thew/CNP via ZUMA Wire

La retórica de Johnson, Bush y Trump ante los disturbios raciales

En distintos momentos de la historia de Estados Unidos, tres presidentes han reaccionado ante disturbios raciales. Las demandas son tan vigentes como hace medio siglo, pero las respuestas han cambiado.
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El 4 de abril de 1968, el reverendo Martin Luther King cayó abatido por las balas del odio. Miles de estadounidenses convirtieron su dolor en enojo, y el enojo en violencia. Washington D.C, Chicago, Baltimore, Detroit y muchas otras ciudades se vieron envueltas en disturbios y saqueos sin precedentes.

En aquellos años, el presidente Lyndon Baines Johnson había impulsado nuevas leyes de derechos civiles que pusieron fin a la segregación y la discriminación en el empleo para los afroamericanos (1964) y que garantizaban su plena igualdad para votar y ser votados (1965). Ante los disturbios por la muerte del reverendo King, Johnson intuyó que las acciones eran más importantes que las palabras y urgió al Congreso a aprobar una tercera ley de derechos civiles que prohibía la discriminación racial para vender, comprar o rentar casa. Una semana después del asesinato, Johnson dijo en un discurso que anunciaba la entrada en vigor de la nueva ley:

Todos sabemos que las raíces de la injusticia son profundas. Pero la violencia no puede corregir ni un solo mal, ni remediar una sola injusticia. Por supuesto, todo Estados Unidos está indignado por el asesinato del destacado líder negro que estuvo conmigo en esa reunión en la Casa Blanca en 1966 [cuando firmó la iniciativa de ley para poner fin a la segregación racial]. Y Estados Unidos está también indignado por el saqueo y los incendios que atentan contra nuestra democracia. Debemos trabajar hombro con hombro y poner fin a ambos. El momento es hoy. Las decisiones se toman hoy.

Dos décadas y media después, el 1 de mayo de 1992, el presidente George H.W. Bush se dirigía a una sociedad horrorizada por los violentos disturbios en Los Ángeles, ocasionados por la exoneración de cuatro policías blancos que habían golpeado salvajemente al automovilista negro Rodney King. La golpiza había sido grabada en video y transmitida en los noticieros, indignando a todo el país. El historiador Robert Schlesinger relata en el libro White House ghosts que los redactores de discursos le presentaron a Bush dos opciones: un mensaje conciliador y reflexivo que reconociera el problema del racismo, y un discurso de mano dura. El presidente optó por el segundo y esa noche dijo en cadena nacional:

Lo que hemos visto en Los Ángeles no tiene que ver con los derechos civiles. No tiene que ver con la gran causa de la igualdad que todos los estadounidenses debemos hacer realidad. No es un mensaje de protesta. Ha sido la brutalidad de una muchedumbre, así de claro y simple. Y les aseguro: usaré la fuerza que sea necesaria para restaurar el orden. Lo que está pasando en Los Ángeles debe y se va a detener. Como su presidente, les garantizo que esta violencia se terminará.

Dos décadas y ocho años después, en 2020, el presidente Donald J. Trump enfrenta los peores disturbios raciales desde la muerte de Martin Luther King, luego del vil asesinato, también captado en video, del ciudadano afroamericano George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. En esta ocasión la retórica presidencial no solo no ha logrado unir al país, sino que lo ha dividido aún más, alimentando las llamas del descontento. Y eso es precisamente lo que busca el presidente Trump para su campaña de reelección: dividir a la sociedad en polos opuestos y enfrentados a través de la demagogia.

Como he explicado aquí, la demagogia es una forma de argumentación retórica que reduce todos los asuntos a una lucha entre dos grupos irreconciliables: “ellos” y “nosotros”. El demagogo construye un relato en el que “ellos” son culpables de todos los males, vicios y problemas y los integrantes del “nosotros” son víctimas que merecen revancha a cualquier precio. Esto les da a los seguidores de la demagogia un fuerte sentido de identidad, por lo que no importa cuan dañinas sean las decisiones de su líder, o cuan falsas o crueles sus palabras, ellos le apoyarán porque les brinda la oportunidad de resarcir agravios contra los odiados adversarios.

Trump sabe que para ganar la reelección necesita distraer al votante del tema de la pandemia. Los disturbios le vinieron como anillo al dedo, pues le permiten enmarcar un nuevo problema en su narrativa demagógica. Por eso ha acusado a los medios de ser los culpables del “odio y la anarquía”; ha prometido lanzar a “los perros más violentos y las armas más ominosas” contra los manifestantes; ha llamado a sus seguidores a hacer anti-manifestaciones y ha amenazado con la frase “si comienzan los saqueos, comienzan los disparos”. Para rematar, en un discurso pronunciado el 1 de junio, el afirmó:

Vamos a terminar con los disturbios y el caos que se ha multiplicado por nuestro país. Lo terminaremos ahora. […] Tomaré acciones decisivas y rápidas para proteger Washington D.C. […] despachando miles y miles de soldados fuertemente armados y policías para detener el saqueo, el vandalismo, los ataques y la destrucción de propiedad privada. Quedan todos advertidos: el toque de queda de las 7 pm será aplicado estrictamente. […] Estados Unidos se fundó sobre el imperio de la ley. Esta es la base sobre la que construimos nuestra prosperidad, nuestra libertad y nuestra forma de vivir. Donde no hay ley, no hay oportunidades. Donde no hay justicia, no hay libertad. Donde no hay seguridad, no hay futuro.

Hemos visto cómo reaccionaron tres presidentes muy distintos ante los disturbios raciales más graves de los últimos sesenta años en Estados Unidos. En 1968, Johnson convirtió en ley las demandas de justicia y condenó la violencia. En 1992, Bush priorizó el orden y se negó a darle legitimidad a una fuerte y violenta explosión de descontento social. En 2020, Trump profundiza las grietas que dividen a la sociedad estadounidense a fin de beneficiarse electoralmente. Donde muchos ven el fin de sus planes de reelección, yo veo a un demagogo que sabe usar el odio a su favor.

Las heridas raciales que nunca sanaron bien se están reabriendo. Las demandas de justicia siguen tan vigentes como hace más de medio siglo. Hace mucha falta un liderazgo con retórica trascendental como la de Martin Luther King, quien dijo: “La oscuridad no puede derrotar a la oscuridad; solo la luz puede hacerlo. El odio no puede derrotar al odio; solo el amor puede hacerlo”. Hoy, el presidente Trump se ubica en el polo opuesto de este tipo de discurso, que podría ayudar a Estados Unidos a encontrar de nuevo el camino hacia la reconciliación.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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