Hay personas a las que les desagrada profundamente que las mujeres adquieran relevancia pública o que se entrometan en asuntos normalmente entendidos como “cosas de hombres” (y para algunos, casi todo entra en esta categoría: el quehacer político, los negocios, los deportes y el arte en general, para empezar). Como muestra, basta asomarse al ensayo “La voz pública de las mujeres”, en el que Mary Beard habla del lugar que se le ha dado a la voz de las mujeres en la esfera pública y hace un recuento histórico de las veces que los hombres han mandado a callar a una mujer, desde Telémaco hasta los troles que la asedian en redes sociales con mensajes del tipo: Te voy a cortar la cabeza y luego te voy a violar. “Una parte integral del crecimiento de un hombre”, dice Beard, “es aprender a controlar lo que se dice en público y a silenciar a las mujeres de la especie”.
Esto se ha dejado ver, como señala Martin Gelin en su artículo “The misogyny of climate deniers”, en algunas de las reacciones ante mujeres como Greta Thunberg, la adolescente sueca que se ha convertido en icono mundial del activismo verde, Sarah Myhre, ecóloga y activista de género estadounidense y fundadora del Instituto Rowan, o Alexandria Ocasio-Cortez, joven política estadounidense de origen puertorriqueño, autodeclarada socialista, que ha impulsado la inclusión del tema del cambio climático en la discusión pública de cara al 2020.
Aunque haya quienes insisten en considerar a estas mujeres poco más que un producto del capitalismo verde, el contenido del discurso de activistas como Thunberg es, a todas luces, indiscutible. O mejor dicho, discutible en el buen sentido de la palabra: un discurso que debería estar al centro de un debate público absolutamente urgente que se beneficiaría de argumentos racionales, basados en evidencia científica, y no de la carga emocional que evidentemente existe en los ridículos argumentos que los medios conservadores lanzan en voces –oh, sorpresa– mayoritariamente masculinas. (“Llamar a Thunberg “mesías” llena de ‘desórdenes mentales’”, dice Jorge Comensal en una columna publicada en la revista Este País en la que hace un interesante recuento de los ataques recibidos por la joven, “es una artimaña miserable, patética, digna de citar el meme de Los Simpsons en el que una mujer grita: ¡Alguien por favor quiere pensar en los niños!”)
La misoginia que se asoma en muchos de los argumentos esgrimidos contra estas mujeres revelan un vínculo que, si bien es evidente desde hace bastante tiempo, queda más claro que nunca en el debate sobre cambio climático. El asunto no es neutral al género ni en los hechos ni en el discurso.
Para empezar, es importante tener en mente que las mujeres son más afectadas por los efectos el cambio climático, como revela la investigación de Castañeda y Gammage, detallada en el informe “Desigualdades en México 2018” (Colegio de México, 2018), que señala al menos cinco aspectos de este fenómeno en los que la población femenina sufre efectos particulares: escasez de recursos ambientales, inseguridad alimentaria, pérdida de tierras y propiedades, vulnerabilidad económica y deterioro de la salud.
Por otro lado, en un nivel discursivo, las aproximaciones feministas al tema han sido recibidas por la derecha dominante, tanto en Estados Unidos como en otros países, con una retórica misógina, nacionalista y absurdamente escéptica ante el cambio climático a pesar de las pruebas que se ofrezcan al respecto.
Hoy como nunca son necesarias las voces que cuestionan la invisibilidad de las dimensiones del género en la construcción del conocimiento científico, normalmente dominado por hombres. La baja representación de mujeres en este debate, atribuible en parte a los aplastantes discursos de élite, va en detrimento de todos. Así como no es posible pensar en las relaciones de poder sin pensar en el género, tampoco podemos hablar de una agenda del cambio climático sin incorporar una visión feminista sobre cómo construye y se circula el conocimiento –y sobre las acciones que podemos y debemos tomar ante él.
“Tengo un mensaje muy directo: soy una niña que dice que otras personas se están robando mi futuro”, dice Thunberg. Si no ampliamos los mecanismos colectivos de consulta y de decisión sobre estrategias de adaptación al cambio climático, no será sólo su futuro el que esté en peligro.
(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).