Todos los medios han considerado una noticia que el presidente de Estados Unidos haya admitido que el racismo es malo y haya criticado al Ku Klux Klan, a los supremacistas blancos y a los neonazis tras los acontecimientos del pasado fin de semana en Charlottesville.
La victoria de Trump, el candidato que apoyaban, y que ha colocado en su equipo a Steve Bannon, proselitista de la alt-right, ha envalentonado a los neofascistas. Hablan de recuperar el país, pero alientan todo lo contrario a lo que ha inspirado la admiración hacia Estados Unidos. Desde la exclusión por motivos religiosos a la injerencia de países extranjeros en el proceso electoral, desde la intolerancia y polarización violenta a la transformación de cargos decisivos en episodios de un reality show familiar, desde el espectáculo de la incompetencia a la cercanía a los filonazis y los nostálgicos de la esclavitud, es la pesadilla americana. Nos recuerda que, como decía Woody Allen, la vida no imita al arte, sino a la mala televisión.
En su primera intervención pública después de que un fascista embistiera con un coche contra la multitud, causando varios heridos y una víctima mortal, Trump no había culpado a la extrema derecha y había hablado de una violencia que surge de “muchos lados”. Es comprensible y democráticamente edificante que sus palabras produjeran indignación. Es menos lógico que provocaran sorpresa.
Son declaraciones estúpidas e indignas de su cargo, pero eso es habitual en Trump. Alegraron a los blogs de la extrema derecha y pueden hacer que parte de la extrema izquierda piense que no se puede luchar contra el racismo desde las instituciones.
Sería un error exagerar la importancia del movimiento: al fin y al cabo, Trump ha tenido que corregirse. En cierto sentido, se podría decir que, al rectificar, Trump ha cedido a las presiones de la corrección política: una forma de corrección política que se basa en la idea de que no se debe menoscabar la dignidad de las personas, de que lo peor que podemos hacer es ser crueles. Pero en su primera intervención Trump también estaba siendo políticamente correcto de otra manera. La diferencia es que estaba siendo políticamente correcto para no ofender a un auditorio y una sensibilidad distintas: los que estaban vinculados a la extrema derecha racista, y que fueron su apoyo durante su campaña y son parte de su constituency.
En Charlottesville, el líder del Ku Klux Klan David Duke explicó que veía en la concentración un “punto de giro” para los supremacistas blancos que pretendían “recuperar nuestro país” y “cumplir las promesas de Donald Trump”.
Por un lado, como ha escrito Timothy Lavin, Donald Trump estaba atado por sus propias palabras y por su pasado. Ha mostrado en numerosas ocasiones actitudes xenófobas y racistas: ha publicado anuncios en periódicos contra jóvenes negros y latinos acusados de haber violado a una mujer blanca en Central Park (fueron absueltos, pero Trump ha seguido insistiendo en su culpabilidad), alentó la teoría conspiranoica sobre el nacimiento de Barack Obama, puso en duda la fiabilidad de un juez por su ascendencia mexicana. En la campaña, acusó a los mexicanos de ser asesinos y violadores, y ha hablado de una ola de crímenes cometidos por los inmigrantes ilegales (ha reclamado endurecer los requisitos de entrada, aunque en numerosas ocasiones sus empresas se han beneficiado del trabajo de inmigrantes indocumentados). Trump también ha hablado con aprobación de la violencia en algunos de sus mítines. No sé si es específicamente racista o el racismo deriva de lo que parece la visión central de su vida: la idea de que los fuertes tienen derecho a abusar de los débiles.
Por otro, en realidad esa timidez no es tan novedosa: la hemos visto en quienes disculpaban las atrocidades de las dictaduras militares porque, aunque a veces se pasaban un poco, combatían el comunismo; en quienes no compartían los métodos de los guerrilleros pero recordaban que para entender bien había que tener en cuenta la complejidad del conflicto; en quienes creían que los asesinatos de ETA no estaban bien, pero pensaban que había que condenar todas las violencias. El mecanismo es en el fondo parecido: “a veces son un poco brutos y quizá algo hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta”.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).