López Velarde tenía razón. Fue el diablo el que le escrituró a México los veneros de petróleo. Desde el descubrimiento de grandes yacimientos en los albores del siglo XX, el petróleo ha sido fuente de riqueza y también de conflictos interminables, corruptelas, guerras ideológicas, alianzas non sanctas y crisis. El último y muy reciente ciclo en la historia de nuestros hidrocarburos, que empezó con la aprobación de la reforma energética del actual gobierno y terminó con el desplome del precio del petróleo en la segunda mitad de 2014, parece parte del mismo guion.
Uno tras otro, los gobiernos que han administrado nuestro petróleo nos han prometido la “administración de la abundancia” (López Portillo dixit). El primer acto de la obra lo protagonizó Lázaro Cárdenas. En 1938 el petróleo se volvió “nuestro”, pero en lugar de la administración de una riqueza que nos beneficiaría a todos gracias a la expropiación, Pemex se convirtió en un monopolio estatal corrupto y sumamente ineficiente, cuyos ingresos petrolizaron la economía y beneficiaron, antes que a nadie, al poderoso en turno.
El descubrimiento de cada nuevo yacimiento, por más rico que fuera, derivó invariablemente en una crisis económica. La más notable, porque su política petrolera estaba cimentada en una creciente deuda externa y en un escenario de ventas futuras de ciencia ficción, fue la que hundió al gobierno de López Portillo.
Los gobiernos panistas que inauguraron el nuevo milenio reforzaron el modelo. Un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo señala que entre l998 y 2008, el gobierno ejerció “un alto grado de interferencia discrecional en el manejo de la industria petrolera”. La rebanada del superávit operacional de Pemex que expropió el gobierno excedió esa ganancia. El resultado para Pemex fue una pérdida de ingresos netos de 6%. La conclusión es lapidaria: ”el gobierno expropió de manera continuada los superávits operacionales de la compañía”. Nadie movió un dedo para acabar con la corrupción abismal en Pemex, para adelgazar y meter en cintura a un sindicato abotagado y poderoso, y modernizar nuestra industria petrolera.
Por eso, los enemigos jurados de la reforma energética de Peña Nieto estuvieron siempre equivocados: la modernización de la industria y su apertura a inversiones externas es indispensable. Y todo parecía ir viento en popa, hasta que la danza de las casas erosionó la legitimidad de Peña, y las fuerzas del mercado (la oferta de hidrocarburos rebasó la demanda mundial), más la política petrolera de la OPEP (mantener su nivel de producción), desplomaron el precio del petróleo y destruyeron el entorno doméstico e internacional de la reforma.
En el nuevo escenario, según la mayoría de analistas y los mercados a futuro, el precio del barril de petróleo empezará a subir a fines del 2015, pero no volverá a los 100 dólares: valdrá apenas 73 dólares en 2019, cuando se estabilice el mercado. Los exportadores netos de petróleo, como Venezuela, pagarán un alto costo económico; los importadores se verán beneficiados con un aumento del PNB. ¿Y México?
Las cifras parecen remitirnos al célebre dictum de Echeverría: “ni nos perjudica, ni nos favorece… sino todo lo contrario”. México no es ya un exportador neto de petróleo. Según datos de Pemex, importamos más de lo que vendemos: en noviembre teníamos un déficit en la balanza comercial petrolera de 1,950.1 millones de dólares. De los 2,267.4 millones de dólares de productos petroleros que importamos a fines de 2014, 1,263.5 millones fueron gasolinas. El asunto nos beneficiará si el precio de estas importaciones baja igual o más que el de nuestras exportaciones y si mantenemos una política macroeconómica sana (a diferencia de Rusia o Venezuela). El nuevo escenario no es el mejor para las licitaciones de contratos programadas por la reforma energética: las grandes compañías petroleras han bajado sus planes de inversión y previsiblemente presionarán a México para obtener más ganancias. Pero es una excelente coyuntura para reestructurar Pemex, adelgazar su planta de trabajadores, atacar la corrupción y sanear sus finanzas. Más allá de los vaivenes del mercado, el futuro de Pemex es un asunto de visión y voluntad políticas.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.