Fui a Ayotzinapa para dar una conferencia sobre la deuda histórica de México con Guerrero. Recibí la invitación oficial del maestro José Luis Hernández, director de la Escuela Normal Rural "Raúl Isidro Burgos". Un grupo de radicales convenció a algunos padres de los 43 muchachos desaparecidos de impedirme el ingreso al plantel. Los organizadores improvisaron un modesto restaurante cercano como recinto alterno. Ahí impartí la plática y dialogué con cronistas, estudiantes y maestros, algunos venidos de ciudades alejadas como Tlapa. Fue una experiencia inolvidable.
Tras solidarizarme una vez más con los padres de los muchachos, entré en materia. Guerrero, recordé, había sido escenario central de los tres movimientos clave de nuestra historia: Independencia, Reforma y Revolución. Cité los nombres de los caudillos y los episodios conocidos, subrayando su significación. Esa deuda de la federación con el estado sigue pendiente.
Pero hay otro liderazgo menos reconocido al que hice referencia: el de las letras y las humanidades. Mi charla tenía lugar, simbólicamente, en Tixtla, ciudad natal de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), el padre fundador de la literatura nacional. Brevemente narré sus peripecias como liberal jacobino pero sobre todo sus hazañas intelectuales: el periódico El Renacimiento y las famosas "Veladas", que lograron la reconciliación de México en la arena superior de la literatura. Me emocionó evocar, en ese contexto, su novela Navidad en las montañas, donde un chinaco liberal y un sacerdote católico se reconocen uno al otro en su irreductible humanidad y, en vez de matarse, dialogan.
Aunque oriundo de Cuernavaca (1890), otro gran maestro fue guerrerense por adopción: precisamente Raúl Isidro Burgos. Me detuve en su trayectoria pedagógica en zonas de alta densidad indígena: Chiapas, Puebla, la Tierra Caliente michoacana y finalmente Ayotzinapa, a cuya escuela normal recién fundada años antes se integró como director. Fue él quien reformó la antigua hacienda y construyó la escuela actual que lleva su nombre. No quise dejar de mencionar a otros maestros: Alberto Vásquez del Mercado (1893-1980) nacido en Chilpancingo. Fue uno de los "Siete Sabios", un fundador del moderno Derecho mercantil y un gallardo ministro de la Suprema Corte, el único que ha renunciado como protesta a una arbitrariedad del presidente. Aludí también a Elena Garro (la gran escritora, guerrerense adoptiva, cuyo centenario se conmemorará en 2016) y a Guillermo Soberón (nacido en Iguala, notable rector de la UNAM, que sigue promoviendo la salud mexicana).
Las autoridades me habían pedido hablar de "la historia y crisis de la educación en México". De hecho, ese era el título de la manta que se colocaría en la entrada de la escuela y que fue sustituida por algunas fotos de los muchachos desaparecidos y mensajes de repudio que portaban una decena de personas incluidos niños utilizados para ese propósito.
Preferí no abundar en los temas históricos y abordé la situación actual. Dije que el gobierno se ha comprometido, en el papel, a mejorar sustancialmente la educación (el equipamiento, la formación, los programas, la conexión con el mercado laboral), pero advertí que "amores son obras y no buenas razones". Habrá que juzgar por los resultados. Más que calificar la reforma educativa, busqué alentar el debate sobre el sentido de la educación. Expliqué que Vasconcelos mismo favorecía una educación que sirviera a la vida práctica de las comunidades: conocimientos técnicos en agricultura, horticultura, artes y oficios, etc.
Lo mejor fue la intervención del público: los cronistas de la ciudad (hay varios) contaron anécdotas, una joven expresó su preocupación sobre la discriminación de la Reforma Educativa con las etnias cuya particularidad no se había tomado en cuenta, otro hizo una defensa inteligentísima del liberalismo clásico (con referencias a Karl Popper y Hayek), otro opinó que la técnica debe ir acompañada de enseñanza humanística. Y finalmente, delgado y serio, el padre de uno de los 43 desaparecidos tomó la palabra: "Usted es liberal, yo transmitiré a los padres que usted no es nuestro enemigo".
No sé quiénes quisieron impedir que la conferencia y el diálogo tuvieran lugar en Ayotzinapa. Solo sé que plantan el odio ideológico que convierte las palabras en puñales. Solo sé que usan el dolor de los padres para fines políticos. Prefiero recordar mi presencia en Tixtla como un eco distante de la novela de Altamirano.
(Reforma, 13 diciembre 2015)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.