Foto: Marcela Zendejas Lasso de la Vega

¿Qué nos dijo y qué le dijimos al Papa Francisco?

Un recorrido por los principales mensajes del discurso papal y lo que nosotros le dijimos a este visitante, en palabras, gestos y actitudes individuales y colectivas.
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Está a punto de terminar la larga visita del Papa Francisco a nuestro país, y en esta bitácora de análisis del discurso es obligado un recorrido por sus principales mensajes. Vale mucho la pena repasar tanto el discurso papal como lo que nosotros le dijimos a este visitante, en palabras, gestos y actitudes individuales y colectivas.

¿Qué nos dijo el Papa Francisco? Podemos analizar sus mensajes clave de acuerdo con sus distintas audiencias.

1. Al gobierno de EPN le dijo: no solo de reformas vive el hombre, hace falta honestidad e integridad. Las primeras palabras del Papa estuvieron dirigidas a sacudir la conciencia de unas élites políticas anestesiadas por la corrupción y el cinismo. Habló de manera sutil pero clara de la diferencia entre cambiar la letra de las leyes y tener ética: “Esto no es solo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno”. O sea, están muy bien sus reformas, pero sin gobernantes preocupados por el bien común, es difícil que sirvan.

2. A las élites del poder les dijo: tienen más responsabilidad con su país de la que han asumido. “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”. Más claro no podía ser. ¿Le habrán entendido?

3. A la élite eclesiástica: Basta de soberbia, hipocresía y opacidad. Salgan a curar las heridas de su gente. Mucho se ha comentado el fuerte discurso en catedral ante los obispos y arzobispos. Sin duda fue histórico ver a un Papa firme poner en su lugar a estos “príncipes”, más cercanos al poder y al dinero que a las almas de los creyentes. Me quedo con dos sentimientos: uno, qué bueno que les exigió una labor más comprometida para rechazar el narcotráfico, porque parte del avance de este cáncer social se debe a la pérdida de diques de contención ética en la familia, la iglesia y la escuela. Y dos, la gran preocupación al ver que, de las docenas de jerarcas católicos presentes, al final del discurso de Francisco solo se vio a cuatro o cinco levantarse a aplaudir de pie, mientras que el resto le daba fríos aplausos de cortesía. ¿De plano así estará el marcador del bien contra el mal en la iglesia mexicana?

4. A los jóvenes: ustedes son los responsables de su futuro. Como todo buen religioso, el Papa es maestro en el uso de la metáfora y la parábola. Por eso a los jóvenes les dijo que son la mayor riqueza del país, más no su esperanza. “Una montaña puede tener minerales ricos que van a servir para el progreso de la humanidad, pero esa riqueza hay que transformarla en esperanza con el trabajo como hacen los mineros cuando van sacando esos minerales. Ustedes son la riqueza, hay que transformarla en esperanza.” Y esa transformación, dice el Papa, se logra eligiendo siempre el camino del bien. Por eso los responsabiliza de las decisiones éticas que toman, como cuando les dijo que: “Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte”. Me gustó mucho que no les quitara a los jóvenes la responsabilidad de sus decisiones. Eso es empoderar a la audiencia. 

5. A los mexicanos (creyentes y no creyentes): no se resignen, no bajen los brazos, no se acostumbren a la maldad, a la corrupción. El Papa pregunta retóricamente: ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? […] ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad?” Y su respuesta es clara: la tentación de la resignación “que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera”. Por eso, el Papa nos ha llamado a todos nosotros a “estar en primera línea de todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”.

¿Qué le dijimos al Papa?

1. Que elegimos a personas muy frívolas para gobernarnos. La cara del Papa al bajarse del avión y ver el carnaval que la presidencia de la República le organizó como bienvenida era de asombro. ¿Alguien se imagina que, en Estados Unidos, Obama recibiera al Papa con su esposa disfrazada de princesa europea, bailables de apaches y cowboys y Beyoncé y Justin Bieber brincando y cantando? Claro que no. Pero esto es México y aquí sí tuvimos a nuestra primera dama violando el protocolo con su cuasi-sotana blanca y a Cristian Castro y a Belinda haciendo play-back muy emocionados ante cientos de familiares de altos funcionarios. Imagino que Francisco habrá sacado muchas conclusiones del estado del país y una de ellas fue que, en democracia, todo pueblo tiene los gobernantes que se merece.

2. Que ya perdimos la sensibilidad a nuestra desigualdad social. En la ceremonia de bienvenida, el Papa se topó de frente con dos Méxicos. Uno, el de la gente de a pie, que lo quería ver y sentir en las calles y el Zócalo, pero que no pudo hacerlo porque creyó que necesitaba boletos VIP.El otro México, era el que se veía en la televisión adentro de Palacio: los dueños del dinero y del poder político. Ahí estaban los millonarios empresarios y sus señoras ataviadas de pieles y joyas escuchando el mensaje de justicia del Papa humilde. Ahí también pudimos ver a políticos y funcionarios que, tras años de disciplinada corrupción, se han ganado a pulso una reputación de vulgares canallas. Eso sí, todos con cara de circunstancia, como si sintieran las palabras del Buen Libro calando hondo en su alma contrita. A pesar del durísimo mensaje del Papa, estas élites no se sonrojaron: le aplaudieron a rabiar y le pidieron foto y bendición “pa’l Facebook”. El mensaje no era para ellos. Y los de afuera, afuera se quedaron.

3. Que creemos que alguien de fuera tiene que venir a decirnos qué hacer. Muchos análisis en los medios sobre el discurso del Papa lamentaron que “se quedó corto” en sus críticas al gobierno y la clase política, o que no se reuniera con tal o cual grupo de la sociedad civil en particular. Creo que esas críticas merecen dos reflexiones. Uno, que el papel de Francisco no es ir a los países a fustigar a todo aquel que obra mal en la política y la sociedad. No le alcanzaría el papado para lograrlo y su mensaje real se perdería en un mar de reproches y regaños. Ese rol nos toca a los ciudadanos. Y dos, que hay que recordar que su rol como líder político de una organización tan terrenal como la iglesia le impone restricciones sobre qué tanto puede meterse en los asuntos de cada país, por el riesgo de terminar siendo un actor político más en la cacofonía del debate interno. Por otra parte, al momento de escribir estas líneas el Papa no se había pronunciado aun sobre un problema que sí ha dañado gravemente la estatura moral de la iglesia mexicana, como la asquerosa propensión de algunos sacerdotes a abusar de menores. Esa sí puede ser una omisión lamentable en su mensaje que merecería analizarse a fondo.

4. Que tenemos un serio problema con nuestra relación con el dinero. Pienso que el hilo conductor de los discursos del Papa fue la relación enfermiza de nuestra sociedad con el dinero. Al hablar de la desigualdad, de los jóvenes, del narco, de los políticos corruptos, de la pobreza, de la riqueza mal habida, de la vanidad y el poder. En fin, en todos los temas está presente la ambición mal entendida, el amor al dinero, como la fuente de todos los males. Creo que de manera simbólica, nuestra sociedad se mostró como es: adicta a los símbolos de estatus y poder, excluyente y frívola, más preocupada por la riqueza material que por la riqueza de carácter. Tanto los ricos que lo acaparaban para salir en las fotos y la tele, como los no ricos que lo jaloneaban groseramente en las calles, se merecen el mismo grito enojado del papa: “¡No seas egoísta!”.   

 

Una reflexión final. Sé que hay muchas y muy buenas razones (que comparto) para no estar precisamente fascinados con la Iglesia Católica mexicana. Como pudimos ver, ni el Papa es fan de esa institución. Y desde luego, si uno no es creyente, debió haber sido muy difícil emocionarse con la mera presencia pastoral de Francisco y su significado religioso. Pero creo que si escuchamos el mensaje de este líder con otros oídos, con los de mexicanos que estamos dolidos por lo que pasa en nuestro país y que queremos sacarlo del estado lamentable en el que se encuentra. Si lo escuchamos con oídos de personas de bien que saben que un discurso de uno o mil Papas no hace la diferencia, pero una reflexión personal y un cambio de actitud en las pequeñas cosas diarias sí puede lograr mucho. Si hacemos ese esfuerzo de abrir nuestro entendimiento y nuestra capacidad de sentir empatía, sus palabras adquirirán otro valor, más allá de ver si fustigó a estos, criticó a aquellos o se reunió con los otros. El mensaje del Papa fue bueno, porque es un mensaje profundamente humano y es para todos, sin importar sus creencias religiosas. El que tenga oídos, escuchará y sabrá que hay mucho qué hacer para recuperar el alma de nuestro país. 

 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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