Durante varias semanas se puso de moda en Twitter seguir a una supuesta cuenta de Paulina Peña, la hija mayor del Presidente. A pesar de que los mensajes que compartía la supuesta Paulina eran, por absurdos, evidentemente falsos, muchos tuiteros se dieron vuelo. Las respuestas a los tuits de “Paulina” fueron de una vulgaridad asombrosa. Finalmente, hace unos días, la cuenta pasó a mejor vida. El episodio me dejó un mal sabor de boca. Más allá de las consecuencias de la travesura de un impostor, tomar nota de lo ocurrido sería bueno para la vida pública (y para la familia Peña). La salud republicana agradecería que los hijos del Presidente y de la primera dama vivan un sexenio sin ostentaciones ni reflectores.
En otros países, los hijos de presidentes y primeros ministros se resignan a asumir un bajo perfil durante el mandato de sus padres. Barack Obama ha dejado muy claro que sus hijas no forman parte de su vida política. Lo mismo hicieron George W. Bush y Bill Clinton. En México, pocos presidentes han tenido esa virtud. Felipe Calderón y Margarita Zavala dieron una cátedra de cómo proteger a los hijos de la locura del poder. Apuesto que muy pocos de los lectores recordarán los nombres de los tres hijos de los Calderón. Los niños vivieron seis años en Los Pinos. Dos de ellos entraron en la adolescencia en la casa presidencial. Nunca estuvieron involucrados en escándalo alguno.
Los presidentes priistas no pueden presumir de lo mismo. Para mi generación, las historias de abusos de los hijos de Miguel de la Madrid eran materia de leyenda. Algo parecido recuerdo de los hijos de Carlos Salinas, aunque el rostro de Cecilia, su hija mayor, siempre me pareció revelar mucha más tristeza y perplejidad que pedantería. A pesar de la sobriedad de sus padres, los hijos de Ernesto Zedillo apenas sobrevivieron las tentaciones del poder. Enrique Peña Nieto debe evitarle ese destino a su numerosa prole. Todos están en una edad particularmente vulnerable. La mejor forma de hacerlo es convencerlos de que, de aquí al 2018, habrán de asumir una parte de la carga del servicio público. Estarán obligados a la compostura y la discreción. Eso debería implicar un adiós a Twitter, a Facebook, a compras en Masaryk y a las amables invitaciones de las revistas de sociales que ofrecen portadas para los nuevos “chicos-in”.
El buen juez, por su casa empieza. Los muchachos lo agradecerán.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.