Obama duerme tranquilo

El sueño republicano de derrotar a Obama en 2012 está lejos. A pesar de los bajos registros de aprobación —y, peor aún, los altos niveles de rechazo que Obama genera entre votantes típicos demócratas, como los hispanos—, Obama no debe preocuparse demasiado.
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Durante la ceremonia en la que se recordaron los atentados del 11 de septiembre y se inauguró el monumento en memoria de las víctimas de aquellos ataques, ocurrió algo que me sorprendió: George W. Bush recibió una ovación. No me sorprendió el aplauso en sí: si alguien seguramente apoyó y sigue apoyando la inclinación belicista del gobierno de Bush, esos son los familiares del 9-11. Lo que me tomó por sorpresa es que Barack Obama no recibiera el mismo trato. Obama habló algunos minutos antes que Bush y lo hizo ante un silencio inmutable. A pesar de haber sido el presidente responsable del fin de Osama bin Laden (los detalles de la operación revelan que fue Obama quien ordenó a los servicios de inteligencia concentrarse en la búsqueda del jefe terrorista), Obama fue recibido con la más asombrosa frialdad.

Barack Obama vive tiempos difíciles, tratando de operar entre la espada y la pared. Muchos de sus partidarios demócratas se dicen traicionados por un presidente al que reclaman mostrar mucha menos osadía de la que prometía en aquella campaña casi mágica de 2008. Los liberales estadounidenses querrían ver a Obama romper lanzas, optar por la confrontación. Razones no les faltan. Después de todo, Obama ha encontrado, del otro lado del pasillo, obstrucción dogmática. Desde el principio mismo del gobierno de Obama, el partido republicano decidió reencarnar en una oposición dedicada casi exclusivamente a destruir al nuevo presidente demócrata. Para lograrlo, los republicanos le han negado a Obama la posibilidad de gobernar. Y dado que el presidente es (y siempre ha sido, para todo aquel que conozca su biografía) un hombre más conciliatorio que confrontacional, Estados Unidos se ha inmerso en un estupor que nace del encono, la polarización y, sospecho, el racismo del partido opositor.

Aun así, el sueño republicano de derrotar a Obama en 2012 está lejos. A pesar de los bajos registros de aprobación —y, peor aún, los altos niveles de rechazo que Obama genera entre votantes típicos demócratas, como los hispanos—, Obama no debe preocuparse demasiado. La principal razón es que, para vencer a un presidente en funciones (incluso a un presidente débil), el partido opositor necesita un candidato carismático que apele a los votantes independientes, de centro (basta pensar, por ejemplo, en Clinton vs. Bush o Reagan vs. Carter). Y lo cierto es que, hasta ahora, los republicanos carecen de esa variable fundamental. Paradójicamente, la radicalización del partido ha obligado a sus políticos con aspiraciones electorales a radicalizarse públicamente también. Y es que la base del partido republicano no acepta otra cosa que no sea el dogma de la derecha evangélica en su más pura expresión: repudio absoluto a una larga lista de cosas que incluyen los derechos de los indocumentados, el matrimonio entre homosexuales, el derecho a decidir y, cortesía del Tea Party, todo lo que huela a Keynes. Vaya, en el colmo del absurdo, Michelle Bachmann, una de las figuras conservadoras por excelencia, se opone a la vacuna contra el virus del papiloma humano porque, dice, la medida solo sirve para invitar a las niñas a comenzar su vida sexual de manera prematura. Una locura.

La posición de Bachmann podrá parecer risible (y lo es), pero es la misma que comparten un gran número de los votantes republicanos que elegirán a quien hará frente a Barack Obama en 2012. En ese contexto, un candidato moderado, como Mitt Romney, tiene dos opciones: o defiende su propia mesura y corre el riesgo de perder o cede a la radicalización y se arriesga a alejar a los votantes moderados, que no cuentan en la selección del candidato republicano pero importan, y mucho, en la presidencial. Es una disyuntiva de imposible solución. Y, por eso —solo por eso— Barack Obama puede, por ahora, dormir tranquilo.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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