El 3 de octubre de 1989, dos días después de su trágica muerte, publiqué en La Jornada “El coraje cívico de Manuel Clouthier”. No era un artículo biográfico. Era un grito de rabia. Ante todo, me dolía la muerte de mi amigo: prematura, absurda, rodeada de sospechas. Y sentía que con él se alejaba la esperanza del cambio democrático en México por el que habíamos luchado a lo largo de dos décadas. Finalmente, no fue así. La democracia llegó, no porque el régimen del PRI la hubiera deseado sino porque muchos ciudadanos se la impusimos. En esa larga y difícil batalla cívica, nadie tuvo el arrojo del Maquío. Literalmente, dio su vida por la democracia, y su simiente floreció.
“¿De veras te quieres morir, Manuel? ¿De veras crees que eres más útil al país como símbolo que como líder?” –le pregunté una fría mañana de diciembre de 1988, en la tienda de campaña que había improvisado al lado del Ángel de la Independencia. Quería convencerlo de levantar la huelga de hambre. Acompañaba yo a don Luis H. Álvarez, que dos años antes, a propósito del fraude en Chihuahua, había empleado el mismo recurso extremo para protestar y forzar un cambio. “Fíjate que sí –me contestó, con su tremendo vozarrón, que contrastaba con su tono dulce–. Este es el momento de arrancarle al gobierno la promesa pública de una definitiva reforma electoral. Si no, tardaríamos mucho en recuperar el impulso. Ahora o nunca hay que echar el resto. Hay muertes creativas, ¡y yo no me rajo!”.
Han pasado treinta años. Con el afán de aquilatar su contribución específica a la democracia y la libertad, he recorrido su biografía y advierto en ella un mensaje a los empresarios de hoy, en particular a los cientos de miles de pequeños y medianos que en todas las regiones del país buscan un camino de acción cívica: “el empresario tiene que ser político, porque ser político es ser ciudadano y ser apolítico es ser apátrida”.
¿Cómo era Manuel Clouthier? Hay una clave: su posición en los equipos de futbol americano donde jugó, tanto en la academia militar donde estudió en Estados Unidos como en el TEC de Monterrey. Pudo ser fullback, esa especie de torpedo humano que conduce el balón partiendo las líneas enemigas. Pero la descripción que hizo alguna vez recuerda la esforzada posición de guard: “trabajar en equipo, abrir paso, construir huecos, callejones para que avancen los compañeros”. Esa fue, en todo caso, su labor en la batalla democrática.
En el TEC estudió para ingeniero agrónomo y fue condiscípulo de Rogelio Sada y Gabriel Zaid. A los veintitrés años volvió a su natal Sinaloa para dar inicio a una trayectoria empresarial formidable, aunque no exenta de tensiones y conflictos que Maquío, siempre entrón, no rehuía. ¿De dónde extraía su fuerza? De su familia. Una familia bíblica. Como Jacob, habría querido tener doce hijos, doce tribus. Se le concedieron once.
Clouthier, como Madero, Eugenio Garza Sada y Lorenzo Servitje, fue un empresario con sensibilidad social. Sabía hablarle a la gente y ayudarla. El bien común, no la acumulación de dinero, era su motor, y justamente por eso entró a la política. El salto ocurrió en la época de Echeverría, cuyo “estilo personal de gobernar” provocó una crisis sin precedente, que López Portillo remachó con la quiebra de 1982. A lo largo de aquellos doce años de populismo económico y absoluta hegemonía política, Maquío fue creciendo en presencia pública, primero en el nivel local, luego en el Consejo Coordinador Empresarial, y más tarde como político de oposición en el PAN. Su paso de candidato a gobernador en Sinaloa a candidato a la presidencia de México inspiró directamente a muchos empresarios a asumir una responsabilidad política. Uno de ellos fue Vicente Fox. Es hora de que surjan nuevos.
Estaba preparado para morir, pero no quería morir. Era un “soldado de la democracia”. Levantó la huelga, anunció la creación de un gabinete alternativo, seguía en pie de guerra. No fue un hombre de poder, pero de haberlo alcanzado lo habría ejercido con mesura y rectitud, sin abusos ni mentiras. El poder acabó con él. ¿Su muerte fue un accidente? Su hijo Manuel ha sostenido que fue un asesinato fraguado en la Secretaría de Gobernación. No habría sido el primero, ni el último.
“Cambiaremos a México sin odio y sin violencia”, reza el mensaje en su digno monumento en el cruce de Vito Alessio Robles e Insurgentes, al sur de la Ciudad de México. Escuchémoslo todos. En particular, quienes ahora tienen el poder.
Publicado previamente en el periódico Reforma
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.