Estimado lector interesado en la política: mañana por la noche podrá presenciar un espectáculo que ocurre cada cuatro años y que es, por decir lo menos, algo digno de verse: el primer debate presidencial de la elección estadunidense. El miércoles, por ahí de las ocho tiempo del centro de México, Barack Obama y Mitt Romney se verán las caras en el primero de tres debates que sostendrán en las cuatro semanas y fracción que aún restan para el 6 de noviembre. Sus compañeros de fórmula, el vicepresidente Joe Biden y el congresista Paul Ryan, se enfrentarán una vez, dentro de una semana, en Kentucky.
Digo que vale la pena sintonizar CNN esta noche porque los debates presidenciales estadunidenses son uno de los pocos ejercicios de política pura que quedan. En Estados Unidos, hasta las competencias escolares de debate son casi un “deporte de contacto”. No es una exageración. Compartir el escenario durante una hora y media con el antagonista en turno se asemeja, de verdad, a una suerte de encuentro pugilístico, sobre todo cuando el formato está creado para un verdadero intercambio de ideas y se cuenta con un moderador dispuesto a retar a los ponentes.
Además del espectáculo del debate en sí, los encuentros entre candidatos presidenciales en Estados Unidos ofrecen múltiples lecciones de política electoral. La primera es el manejo de las expectativas. Hace algunos meses, cuando los aspirantes a la Presidencia de México estaban por verse las caras por vez primera, escribí un artículo en el que lamenté la manera en la que Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador se habían dedicado a disminuir las expectativas alrededor de Enrique Peña Nieto. Expliqué entonces que la primerísima estrategia de los equipos de campaña en Estados Unidos siempre es exactamente la opuesta a la que panistas y perredistas siguieron antes de aquel primer debate. Aquí, el equipo de Mitt Romney no ha parado de ensalzar a Barack Obama. “El presidente es un orador notablemente dotado, considerado por muchos como uno de los comunicadores políticos más talentosos de la historia moderna”, dijo hace unos días Beth Myers, asesora de Romney. Los demócratas no se han quedado atrás. Por ejemplo, Jen Psaki, vocera de la campaña de Obama, explicó la semana pasada que Mitt Romney “se ha preparado con más tiempo y más atención para estos debates que ningún otro candidato en la historia”. La intención de ambas campañas es evidente: elevar el costo de un error para el oponente y poner la vara baja, bajita para el candidato propio. La estrategia le funcionó a George W. Bush en sus debates con Al Gore, un experto en el arte del debate. La probada capacidad de Gore y el juego de expectativas alrededor de la inexperiencia y torpeza de Bush terminaron favoreciendo al republicano: con solo lograr hilar un par de oraciones de mediana coherencia, fue declarador ganador de manera unánime.
Aun así, el juego de las expectativas termina en el momento en el que comienza el debate. El encuentro de mañana será particularmente importante para Mitt Romney. Después de un mes de verdad desastroso para su causa, el candidato republicano tendrá que aprovechar los debates con Barack Obama para cambiar la narrativa de la elección. Hasta ahora, gracias a la astucia del equipo de Barack Obama y a la torpeza a veces inaudita del propio Mitt Romney, la elección ha girado casi exclusivamente en torno al republicano: su dinero, sus escrúpulos, su supuesta falta de estatura moral. Romney tiene que utilizar el encuentro del miércoles para quitarse el traje del capitalista rapaz y, después, tratar de imponerle a Obama la etiqueta de líder débil, de político inepto. Deberá hacerlo con aplomo, precisión, brevedad y —misión casi imposible— simpatía. Obama, en cambio, tendrá que hacer lo que ha hecho hasta ahora: resistir serenamente (pero sin dejo alguno de presunción) los embates de un oponente herido, cuya única misión será sacarlo de sus casillas. Si Romney no logra sacudir al imperturbable Obama durante los debates, el arroz se habrá cocido.
Lo dicho, estimado lector: hágase unas palomitas y siéntese frente al televisor mañana por ahí de las ocho de la noche.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.