Imagen: Venecia López

Rudeza necesaria

Una democracia ruda, sí. Pero no sucia, ni desleal.
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De la mano del incipiente movimiento estudiantil, las campañas del PRD y el PAN han despertado para comenzar una serie de ataques contra Enrique Peña Nieto. Los simpatizantes de López Obrador llevaron la campaña al mismísimo Tlatelolco, donde trataron de vincular con mayor claridad el movimiento universitario con el candidato de la izquierda. Diversos actores afines al lopezobradorismo se han adueñado con éxito de las redes sociales. A tal grado han hecho suyos los trending topics de Twitter que ya es posible decir que esa batalla, la del universo de la comunicación horizontal, la ha ganado López Obrador. Escritores, músicos, actores y periodistas (algunos colegas debutando en un poco ortodoxo papel de proselitistas), han comenzado a advertir de los “riesgos” que implicaría, de acuerdo con su lectura, el regreso del PRI a Los Pinos. Académicos afines al proyecto de izquierda ya aprovechan foros internacionales para explicar por qué, en su opinión, el candidato del PRI representa “el viejo México, de poder corrupto y privilegios”. John Ackerman, conocido columnista de La Jornada y Proceso, publicó la semana pasada un texto en Los Angeles Times que resultó muy popular. En él, Ackerman opina que “la versión mexicana del politburó soviético está listo para regresar” para luego asegurar que Peña Nieto es “un lobo con piel de oveja” cuya “sonrisa telegénica” sólo esconde sus vínculos con el pasado priista. “Peña Nieto amenaza con traer de vuelta los modos autoritarios del pasado”, remata Ackerman. El artículo se llama —dígame si le suena conocido— “El peligro del PRI para México”. Lo mismo ha hecho Josefina Vázquez Mota, que ha comenzado una serie de anuncios en distintos medios atacando al puntero. En suma, perredistas y panistas (y gente cercana a dichos proyectos) han echado a andar, finalmente, una campaña negativa contra el candidato que ocupa la delantera, recurriendo al PRI y su historia para tratar de erosionar la ventaja de Peña Nieto.

Todo esto es completamente natural (y deseable) en una democracia sana. Lo sorprendente es que nos impresione que haya marchas contra el puntero, que jóvenes le armen alharaca en una universidad (y en plazas, y en conferencias), que voces varias traten de explicar por qué el candidato sería un riesgo para el país. También es normal que actores diversos de la sociedad manifiesten su predilección por un candidato o su rechazo a otro (es menos común que periodistas olviden la imparcialidad indispensable del oficio para hacer proselitismo, pero en fin). En 2008, en Estados Unidos, Barack Obama se benefició enormemente del apoyo abierto e intenso de Oprah Winfrey, la reina de la televisión matutina. Nadie se quejó de que Oprah fuera parcial; nadie la acusó de usar su prestigio y su espacio para hacer patente su respaldo a un candidato y un proyecto. No tiene nada de malo. Tampoco tienen nada de raro las campañas negativas. Es más: los estudiantes deberían poder recaudar fondos y comprar tiempo para anunciarse en medios, pero como eso lo prohibió la muy “equitativa” reforma electoral, pues no es posible. Y deberían porque todo ello es parte de una democracia. Una democracia ruda, sí. Pero no sucia, ni desleal. Es rudeza necesaria porque, entre muchas otras cosas, revela el carácter del puntero.

Por lo pronto, me alegra que, a diferencia de 2006, los distintos actores políticos tomen con cierta naturalidad este devenir de la democracia electoral. El propio Enrique Peña Nieto, antes que indignarse o decirse perseguido, ha dicho que valora y (va de nuevo la palabrita) “respeta” las protestas en su contra. Hace bien. Lo que un candidato tiene que hacer cuando las cosas se ponen rudas no es quejarse y denunciar una supuesta y corrupta guerra sucia en su contra, sino apretar el paso y responder con inteligencia. Está por verse qué hará Peña Nieto con los 30 días que le restan. No serán fáciles. Por lo pronto ha resistido la tentación de confundir a la opinión pública. No sobra decir que, si Andrés Manuel López Obrador hubiera reaccionado con esa misma naturalidad después de la durísima (pero también enteramente normal) campaña del 2006, este sexenio habría sido muy distinto. Todo esto —esta rudeza necesaria, esta campaña negativa— es normal en 2012 y lo era también hace seis años.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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