“Sabemos mucho de la guerra de Bosnia, pero poco del país que surge después”

Una entrevista con Borja Lasheras, diplomático especializado en Balcanes y Europa del Este y autor de Bosnia en el limbo (Editorial UOC).
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En Bosnia en el limbo (UOC, 2017), Borja Lasheras (San Sebastián, 1981), director de la oficina de ECFR en Madrid, habla del tiempo que pasó en Foča, en la República Sprska, una de las dos entidades de Bosnia-Herzegovina establecidas tras la guerra, como enviado de la OSCE. El libro es un reportaje extenso sobre Bosnia y sus problemas, un ensayo sobre las consecuencias de la guerra, la descripción personal y apasionada de un oficio, una galería de retratos de habitantes de la zona, y una reflexión sobre las dificultades que encuentran sobre el terreno los planes para modernizar el país.

Dices que el libro no quiere hablar mucho de las causas de la guerra pero sí de sus consecuencias. ¿Cómo nace el libro?

El libro nace de una doble inquietud: personal y, si quieres, sociopolítica. Personal, en cuanto que es una espina clavada desde que dejé Bosnia hace ahora casi cinco años. Quería compartir la Bosnia rural que conocí trabajando un par de años en el terreno en el este del país, en la región del Alto Valle del Drina. Es una región aislada, fascinante, y con un duro legado de la guerra (es, entre otras cosas, la región de Srebrenica y otras poblaciones de mayoría musulmana que sufrieron más la limpieza étnica en los 90). Y quería hacerlo sobre todo dando voz a una serie de personas que conocí y con las que conviví durante ese tiempo: activistas, desplazados internos, peculiares políticos locales… Bosniacos (bosnios musulmanes) y serbo-bosnios por igual, narrando sus vidas y recogiendo sus perspectivas, intentando reconstruir a partir de ellas una cierta imagen de conjunto y más actual del país. En segundo lugar, quería compartir mi experiencia como último elemento o representante de un entramado internacional que lleva más de dos décadas en Bosnia, hablando con franqueza y, espero, sin demasiada acritud, de la realidad de las luces y sombras  de la diplomacia internacional. Pero sobre todo es un libro de la Bosnia moderna, escrito a partir de esa región del Drina, el submundo alternativo de Sarajevo que describo, con nuevas causas como LGBT, protestas sociales y fallidas primaveras bosnias, y el mundo de la política internacional, en un momento de transición incierta en todas partes.

¿En qué se diferencia de otros libros sobre Bosnia?

Es mucho un libro sobre el presente. Me di cuenta de que sabemos mucho de la guerra, pero poco del país que surge después, renqueante de un pasado reciente tan atroz, y a la vez expuesto, a pesar de su aislamiento, a la era de la conectividad y la globalización. Es un país que no está en los 90, aunque siguen ahí en el día a día, ni tampoco un país occidental normalizado, aunque, francamente, nosotros estemos en fase de desnormalización y con este populismo y nacionalismo virulento nos parecemos algo más a los Balcanes. Un país soberano, pero que formalmente es aún un protectorado internacional, aunque ya no sea realmente operativo, y, otro pero, que en teoría avanza hacia la UE, sin que cambien realmente las cosas.

Es un libro crítico con el paradigma étnico, que sofoca casi toda nuestra aproximación política y cultural a Balcanes, impidiéndonos ver otros elementos que son muy importantes. Es el caso de la crisis social y un sistema de poder en el que las élites oligárquicas perpetúan su poder viviendo del nacionalismo y de mecanismos institucionales que impiden una verdadera democracia y progreso. Élites a menudo reforzadas por la miopía y política occidental y europea, siempre aterradas por el espectro del conflicto balcánico. Las protestas sociales en Bosnia de 2013 y 2014, similares a otras en la región, Ucrania y otros países, reflejaban una insatisfacción latente y falta de perspectivas que no hemos sabido enfocar y aprovechar para contribuir a apoyar cambios reales. Pero al margen de estas protestas, la realidad es de apatía política: no solo los dirigentes son culpables del estado actual, lo cierto es que también la responsabilidad corresponde a grandes capas de la sociedad que de una u otra forma dependen del sistema. Las tasas de emigración son elevadísimas para países tan pequeños, al igual que las de desempleo y analfabetismo.

El libro aborda gradualmente estas cuestiones de fondo y otras relacionadas, como la manipulación y el abuso del recuerdo de la guerra y los crímenes, por parte de líderes políticos y religiosos locales, y algunos líderes internacionales que les apoyan.

Hay algo en el libro que tiene un elemento casi de western. El oficial internacional, enviado a un punto extraño, rural, con pocos extranjeros, que debe hacer frente a una cierta hostilidad. Hablas de Drácula, de Twin Peaks. ¿Cuál era exactamente tu función allí?

Yo trabajaba como Oficial de Derechos Humanos en la misión de la OSCE, destacado en la oficina en el terreno en Foča, en la que hacía las veces de segunda jefatura. Lideraba un pequeño equipo de derechos humanos con personal local bosnio. Nuestro mandato consistía fundamentalmente en velar por la promoción y el respeto de los derechos y estándares recogidos tanto en los acuerdos de paz de Dayton como en los convenios internacionales y acuerdos a los que pertenece Bosnia; esto es, tanto los derechos de los desplazados internos que habían vuelto a su lugar de origen tras la guerra, como derechos económicos y sociales en general, y apoyo a las autoridades e instituciones en la aplicación de reformas judiciales y legislativas (no discriminación, lucha contra la violencia de género, persecución de crímenes de odio y de guerra, por ejemplo) en lo que se conocía como Área de Responsabilidad. Esta incluía un área bastante extensa, con una decena de municipalidades y pueblos, muchos de ellos apartados en valles y zonas montañosas. No teníamos lo que se conoce como poderes ejecutivos, es decir, no tomábamos decisiones en sustitución de los actores locales. Nuestra labor era mayormente una labor de asistencia, aconsejar, recordar e insistir, lo que formaba parte de un proceso fascinante de discusión y negociación con alcaldes, organismos municipales y regionales, ONGs, etc. A menudo trabajábamos con otras organizaciones como ACNUR, que mantiene una presencia muy reducida en Bosnia.

Junto a este mandato en derechos humanos, como la OSCE sigue siendo una organización de prevención y gestión de conflictos, teníamos también un mandato de seguimiento de la situación de seguridad. Es decir, estar alerta ante posibles tensiones e incidentes violentos, por así decirlo como bomberos 24/7, intentando apagar los fuegos que, a menudo, la prensa amarilla y los líderes nacionalistas y religiosos azuzaban: por ejemplo, ataques a las pocas mezquitas que quedaban en la zona de mayoría serbia, pintadas o ataques a serbios en la zona de mayoría musulmana, etc. Esta labor la compartíamos con la misión militar de la UE, EUFOR, que mantenía en esa región primero dos y luego una sola unidad de enlace, unos 10 militares que recorrían la zona, ya desarmados.

¿Vuelves con una sensación de fracaso?

No, no tengo especial sensación de fracaso personal, aunque sí de labor no terminada, por una parte, e imposible por otra. No concluida porque me fui en un momento en el que, con bastante esfuerzo de mediación y facilitación, y conociendo bien ya el panorama local (quién podía ayudar y quién no, etc.), empezábamos a tener resultados – los resultados solo se empezaban a ver al año y pico o dos años. Me refiero a algunos progresos en áreas como asistencia sanitaria a enclaves aislados, algunas iniciativas con las municipalidades y ONGs para prevención conjunta de incidentes étnicos (incluso poniendo en común ambos “lados”, el musulmán y los serbios), y refuerzo de las capacidades locales y de sociedad civil en temas como la lucha contra la discriminación, que es brutal en Bosnia. Cuando te ibas de allí, me temo, muchas de estas iniciativas perdían ímpetu. Éramos como fontaneros internacionales: siempre reparando averías en cañerías (a veces, literalmente), creando una problemática dependencia local de la asistencia externa, pero a menudo lo que hacíamos eran parches sobre desperfectos cuya resolución requería una verdadera implicación a otros niveles, sobre todo el político, mientras reinaba la apatía, el cinismo y la lógica de la polarización. Y era una región muy grande para un equipo tan pequeño y con pocos recursos como el que tuve, por no hablar de una oficina desmotivada y “quemada”.

El libro transcurre principalmente en una región que sufrió el grueso de la limpieza étnica. El territorio es otro, la población ha cambiado. ¿Cómo son las zonas de las que hablas ahora, o en el tiempo del libro?

Esta región del Valle del Drina, en la Bosnia oriental, ya sufrió antes de la guerra cambios demográficos ante el declive del tejido industrial y económico de la zona (a la entrada de Fo Foča y Goražde te encuentras hoy grandes fábricas abandonadas, a menudo de productos químicos y armamento) en la etapa final de la antigua Yugoslavia. Gente del área rural emigró a ciudades como Sarajevo o Belgrado en busca de mejores oportunidades. La limpieza étnica alteró profundamente la estructura demográfica y social de esta parte del país, con los consiguientes cambios políticos. Esta limpieza étnica llevada a cabo mayormente por los paramilitares serbios y el ejército serbo-bosnio de Ratko Mladić y Radovan Karadžić , con apoyo del Belgrado de Milosevic, empezó con la toma de poblaciones como Foča o Višegrad en 1992, e hizo que poblaciones plurales o de mayoría musulmana se convirtieran en casi homogéneas y bajo férreo control serbio (además de la conocida dinámica de matanzas y violaciones que culminó en el genocidio de Srebrenica). Las élites intelectuales eran a menudo las principales víctimas. A su vez, una serie de pequeños poblados y poblaciones de mayoría serbia, en el escaso territorio en esta parte del país bajo control de la República Bosnia, fueron limpiados étnicamente por los bosnios musulmanes, aunque en mucha menor escala.

El resultado, como muestra el censo de 2013 (el primero desde la guerra y por tanto desde la limpieza étnica), es la cruda realidad de la segregación étnica en gran parte de Bosnia y desde luego en su región oriental en la que viví, con variaciones negativas de la población bosniaca de entre un 50% y un 100% respecto a 1991. A ello se añade el reto de despoblación las áreas rurales, entre otras cosas por la depresión económica y social, y otros fenómenos menos visibles como el retroceso de clases progresistas y multiculturales en general, algo que también se ha notado en Sarajevo. Esto creo que ha cambiado poco desde que yo estuve ahí hace algunos años. Dicho esto, hay algunos factores en principio positivos como nuevas inversiones en Goražde y el énfasis en turismo como eje de promoción económica en una zona de naturaleza tan bella como esta. Hay también pequeñas grandes historias de coexistencia que relato en el libro. Pero el trasfondo político y la parálisis institucional siguen ahí.

Hablas de los enclaves y los comparas con las reservas indias: ¿Puedes explicar lo que son?

Son pequeñas poblaciones donde se concentran habitantes pertenecientes a un grupo nacional hoy minoritario en la región o municipalidad concreta, y que surgieron como resultado del proceso de limpieza étnica y los desarrollos posteriores a la guerra. Mucha gente expulsada en su momento, si decidía volver, ejerciendo su derecho al retorno reconocido a Dayton, a menudo no lo hacía ya a núcleos urbanos donde se habían convertido en minoría (por ejemplo, musulmanes o croatas en una Foča hoy de mayoría serbia, serbios o croatas en un Goražde de mayoría musulmana, etc.), ante el miedo a más violencia y represalias. Esa gente, a menudo gente mayor y ancianos que querían morir en su lugar de origen, se estableció en pueblos apartados, donde eran mayoría: los enclaves.

Los enclaves me recordaban a las reservas indias porque a menudo, con desempleo casi total, viviendo de subsistencia agrícola y asistencia internacional, y niños y jóvenes que iban a estudiar a Sarajevo o Belgrado y ya no volvían, eran una imagen de un mundo anterior, de la Bosnia rural: un mundo condenado a desaparecer a menos que mejoraran profundamente sus condiciones económicas y sociales.

Denuncias el revisionismo histórico.

El revisionismo histórico se manifiesta en Balcanes de muchas formas. Una de ellas es la negación de algunos de los aspectos más cruentos de la guerra (como la masacre de Srebrenica), o sobredimensionar unos crímenes, ignorando otros y en general tergiversando el papel de unos y otros. Se hace con varios fines políticos, a menudo relacionados: influir la agenda política para seguir controlando el poder en base a la apelación a la unidad del “pueblo amenazado” (y eliminar de paso cualquier atisbo de contestación interna); reescribir el pasado, de modo que el presente justifique la política propia (a menudo polarizadora y maximalista), condicionando así el futuro; y exonerar de responsabilidades criminales concretas apelando a una irresponsabilidad colectiva que diluye la individual (“todos cometieron crímenes”), evitando también que un colectivo, pueblo o segmento social reflexione sobre su papel en hechos concretos. En este sentido, muchas masacres y violaciones fueron perpetradas no solo por paramilitares y criminales comunes, sino por vecinos y funcionarios, como policías municipales, que deberían proteger a los ciudadanos. El revisionismo libera las conciencias de esa responsabilidad.

¿Cómo está operando?

Es un fenómeno generalizado en Balcanes, especialmente alentado por nacionalistas y ultranacionalistas serbios y líderes como Milorad Dodik, que dijo, en contra de toda evidencia, que Srebrenica “era la mayor mentira del siglo XX”, pues necesita esa continua tensión política. A su vez, al insistir en otras masacres de serbios, menores en escala, pero sin duda con su propia relevancia, resta dimensión singular a hechos como el sitio de Sarajevo o la limpieza étnica desde Foča a Srebrenica. También hay sectores del ultranacionalismo croata que recurren al revisionismo, minimizando por ejemplo Jasenovac, el campo de concentración de los ustachas (fascistas croatas de la Segunda Guerra mundial), donde se exterminó a serbios, gitanos y otras minorías.

Este revisionismo opera en un contexto ya de por sí marcado por la polarización, manipulación política y educación segregada. Dificulta aún más el establecimiento de una narrativa mínimamente compartida no ya sobre las causas de la guerra, sino de hechos tan básicos como Srebrenica. Complica la reconciliación e incluso elevando el riesgo de recurrencia de violencia. Para un revisionista, siendo uno siempre la víctima, siempre hay un motivo para la venganza y una necesidad constante de reequilibrar la balanza para proteger al “pueblo”.

Estableces paralelismos entre el contexto internacional, con el auge de las teorías de la conspiración, la idea de posverdad…

Como decía mi amigo Peter Pomerantsev, dado que nada es verdad y todo es posible, se relativiza el concepto de verdad, lo que da alas a visiones radicales sobre hechos de las guerras de Balcanes y de la historia de Europa en general. Si antes era Jean Marie Le Pen con su negación de Auschwitz, hoy fuerzas del Parlamento europeo y asambleas nacionales, además del parlamento serbio, etc., promueven abiertamente esta narrativa. En eso siguen fielmente el modelo de la Rusia de Putin, que basa gran parte de su estrategia de influencia en la confusión sobre hechos recientes contrastados la anexión de Crimea o el derribo del MH17) a través de propaganda y desinformación, reescribiéndolos como parte de una línea ininterrumpida de lucha contra el fascismo que se remonta a la “Guerra Patriótica”. La URSS negó durante décadas la matanza de miles de oficiales polacos en Katyn. Hoy el Kremlin y sus spin doctors reescriben los hechos relativos al final de la URSS presentando a Rusia como la víctima. Que casi todo fascista europeo esté hoy con Putin y mame de ideólogos neofascistas rusos como Dugin –una especie de Steve Bannon ruso–; que Rusia sea un estado nuclear, miembro con capacidad de veto del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y que jugó un papel activo en el final de la URSS, es…relativo. En Balcanes, Rusia suele alentar el revisionismo serbio y la mentalidad de víctima y sitio, y vetó en 2015 una resolución del CSNU sobre el genocidio de Srebrenica, contra toda jurisprudencia internacional.

La actitud hacia el pasado, las preocupaciones, son muy distintas en generaciones diferentes. ¿En qué cambian las preocupaciones entre la gente que vivió la guerra y los más jóvenes?

Las generaciones actuales de serbios, bosnios y croatas crecen y se desarrollan mayormente en ambientes segregados, con menor experiencia del Otro, a diferencia de sus padres y abuelos en la etapa yugoslava. Crecen en un entorno estructural de nacionalismo y xenofobia. De hecho, algunos amigos serbios que se levantaron en los 90 y 2000 contra Milosevic me decían hace poco en Belgrado que muchos jóvenes serbios son más nacionalistas de lo que ellos eran. Por otra parte, también es verdad que hay jóvenes activistas como los que protestan estos días en las calles de Belgrado contra la corrupción política como parte del movimiento de “Ne Davimo Beograd”, con visiones diferentes, y organizaciones civiles que apoyan la reconciliación entre Serbia y Kosovo, o con Bosnia. Pero el ambiente dominante es de nacionalismo estructural y polarización. Los jóvenes son a menudo nacionalistas porque no es fácil que tengan otras referencias y porque es lo que viven desde pequeños en casa.

Una actitud que encuentras a nivel de calle es la de preocuparse por el día a día y la supervivencia del grupo inmediato, más que tanto pensar en el pasado. Muchos jóvenes y no tan jóvenes están en esa línea, lo cual es comprensible en un contexto como el bosnio donde, por ejemplo, sin stela (contactos y enchufes) no vas muy lejos. Eso lleva a la paradoja de que si bien gran parte de la política está orientada a explotar el pasado y la guerra, muchos bosnios te dicen bilo, pa proslo (el pasado, pasado queda).

Finalmente, existe otro grupúsculo social entre los jóvenes, más minoritario, por lo menos en Bosnia, atraído por nuevas causas como el antiautoritarismo, derechos LGBT o incluso la liberación sexual, y menos interesado en el sofocante pasado de la guerra y la política a que ha dado lugar. No quiere decir que acepten sin más la manipulación o las controversias sobre la guerra, pero se movilizan más por causas sociales o de derechos –y en otros casos deciden vivir aparte, desarrollando su sociedad paralela a la común bosnia, con sus garitos, bares y códigos.

También lamentas la presencia del pasado, y la existencia de memorias irreconciliables. Han pasado poco más de veinticinco años desde el estallido de la guerra en Bosnia y en el libro narras la apertura de fosas. ¿Cómo puede operar ahí el olvido o la amnesia cuando las heridas son tan recientes?

En el libro profundizo en la visión de Tony Judt, en Posguerra, en la que explica cómo sin cierta dosis de amnesia (impuesta por figuras como Adenauer y también los Aliados tras una breve y limitada desnazificación) no hubiera sido posible la estabilidad política inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo ante la necesidad de priorizar la nueva agenda de la Guerra Fría. Pero Judt también afirmaba que esas fracturas volverían a emerger tarde o temprano –sobre todo, añadiría yo, alentadas por políticos y líderes extremistas (o cínicos, que también es el caso). El problema en Bosnia y Balcanes es que ni hay memoria compartida ni tampoco realmente amnesia. Hay un enorme problema cognitivo para hablar del pasado, algo por otra parte habitual tras el shock del conflicto y la tragedia. A ello se une el revisionismo del que hablo, un factor diferencial con la Alemania posterior al nazismo, donde ese discurso es condenado colectivamente (e incluso punible en algunas condiciones). Por el contrario, en Balcanes, es un lenguaje político habitual y, aunque mucha gente corriente no lo comparta, los discursos alternativos siguen siendo débiles y minoritarios. Pero el hecho hoy es que fuerzas occidentales tienen discursos bastante parecidos en los tiempos actuales de visceralidad y ruido.

Reconozco que tengo visiones encontradas sobre la cuestión de memoria y amnesia, y esa ambigüedad se refleja en el libro. Los grandes crímenes no se pueden dejar sin castigo y en el libro hablo de casos concretos que cubrí de una u otra forma. Pero a veces la lógica de la guerra y el genocidio se convierten en una excusa para no abordar otras grandes fracturas sociales y déficits democráticos, y, en fin, para que ciertas clases dirigentes se perpetúen en el poder. Veo la lógica de David Rieff cuando habla de la opresión de la memoria de generaciones pasadas para las generaciones actuales.

Ivo Andrić y su libro El puente sobre el Drina son referencias importantes en el libro.

Ivo Andrić es un personaje fascinante y que descubrí tarde. Reconozco que, una vez allí, trabajando en la región del Drina, lo que menos me apetecía era leer constantemente sobre la región y guerras pasadas. El libro de Andrić se quedó en la estantería durante meses sin que me decidiera a tocarlo. Profundicé en su obra más bien al dejar Bosnia. Encarna en gran medida tanto la complejidad de Bosnia en sí como los avatares históricos que le tocó vivir personalmente –la etapa finalísima del imperio otomano, ya entonces solo nominal en Bosnia, la guerra contra el austrohúngaro, el establecimiento de Yugoslavia, a la que sirvió como diplomático, la guerra contra los nazis, etc. – Sin idealizarlo tampoco, Andrić era el prototipo de yugoslavo, aunque luego se lo han querido apropiar los nacionalistas, especialmente los serbios. En lo que concierne al Drina, aunque nació en Travnik, vivió gran parte de su infancia en ese mundo rural entre musulmanes y serbios en Višegrad, a orillas del Drina, cuyo puente otomano simboliza el punto de unión entre oriente y occidente, y la continuidad de algunas obras humanas más allá de nuestras vidas. Esa novela recoge como ninguna otra el ambiente característico del valle, entre la rutina diaria y su repentina exposición a oleadas históricas que lo anegan como las inundaciones del río, y las vidas de generaciones que se suceden junto a él, con destinos a menudo trágicos.

¿Se aprendió (la enésima) lección sobre los peligros del etnonacionalismo con la guerra de Yugoslavia? También, cuando leo sobre este conflicto, a veces me sorprende que no se hable más de la religión.

Rechazo esta idea tan extendida de que los Balcanes son inevitablemente más cruentos o tienden más a la violencia que otras zonas de Europa, aunque sin duda han conocido grandes dosis de masacres e inhumanidad –pero sobre todo cuando se ha permitido la impunidad– y han reunido un conjunto notable de políticos sectarios convertidos en criminales y viceversa. Visto lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial en Europa en su conjunto, no es claro que el resto seamos tan diferentes. La capacidad de toda sociedad de colapso moral, cuando caen las instituciones de derecho y de limitación de la violencia, está ahí, y personalmente estoy convencido de que muchos de nuestros conciudadanos del día a día llevan un guarda de concentración dentro o Einsatzgruppen, un bestia deseando salir otra vez.

Hoy parecemos volver al auge de extremismos, la manipulación del hecho religioso (que sí, estaba ahí, en Bosnia, pero no era tan determinante en la era yugoslava sin líderes concretos que lo utilizaran –y criminales concretos que estuvieran dispuestos a violar y matar por ello–) y la vuelta de distintas formas de fascismo y militarismo “patriótico”, con apoyo geopolítico a Este y Oeste. La llamada “Balcanización” de la política no está ni mucho menos limitada a Balcanes.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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