La brújula de solidaridad

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“Hace exactamente diez años, en agosto de 1980, estalló una huelga obrera en los astilleros navales de Gdansk, huelga que se transformó de un día para otro en una insurrección nacional.” Así comenzó su relato Bronislaw Geremek (1932-2008), que resultaría un recuento lúcido y redondo de la historia polaca desde el nacimiento de Solidaridad. Había hecho a un lado con una sonrisa mis repetidas disculpas. El ritmo de las mesas, conferencias y entrevistas del encuentro de la revista Vuelta “La experiencia de la libertad” durante la primera semana de la reunión había hecho imposible acordar una cita con Geremek antes de ese sábado. Habíamos recorrido las laberínticas instalaciones de Televisa San Ángel, en medio de la penumbra y el silencio, hasta llegar al pequeño estudio donde los técnicos esperaban impacientes la grabación de esa última entrevista del ciclo que me había tocado en suerte hacer con muchos de los participantes. Geremek desechó todos los inconvenientes –incluyendo la ausencia de traductor–, se colocó la indispensable pipa en la boca y empezó a hilar, en su francés impecable, los muchos cabos de la historia de Solidaridad y su participación en el movimiento.

Se había presentado en los astilleros del puerto polaco de Gdansk poco después del estallido de la huelga que encabezaba un electricista bigotón llamado Lech Walesa. Llevaba una carta de apoyo firmada por sesenta intelectuales. “No sabemos cómo hablar con la autoridad, ¿pueden ayudarnos?”, le preguntó Walesa. “Y le contestamos que sí”, me contó Geremek. La fructífera relación entre los intelectuales y los obreros de Gdansk culminó en la mesa redonda de 1989. Geremek coordinó la posición de Solidaridad y redactó el documento final que permitió a Polonia transitar de la dictadura a la democracia. El régimen tuvo que convocar a elecciones parciales, pero libres y democráticas. El electorado acabaría por instalar a Walesa en la presidencia en 1990, y a Bronislaw Geremek en el Parlamento.

Sin embargo, la labor de Geremek había empezado antes de 1980. La caída del régimen comunista polaco fue posible gracias al fortalecimiento de la “sociedad civil”, proceso que enfrentó a todos los sectores de la sociedad con el Estado. A diferencia de otros movimientos disidentes polacos que habían fracasado en años anteriores, en 1980 a los obreros se sumaron los campesinos, los estudiantes, la intelligentsia y la iglesia católica. Geremek había llevado a cabo tareas fundamentales para fortalecer esa “sociedad civil” como maestro de las “universidades voladoras” –instituciones clandestinas que educaron a toda una generación de polacos–, como miembro de los grupos intelectuales que crecieron bajo el manto protector de la iglesia católica y como uno de quienes arriesgaron por años su libertad y su vida para publicar periódicos con información prohibida que circulaban de mano en mano.

“La indiferencia y la pasividad”, subrayó Geremek apuntándome con su pipa, “son las bases reales de cualquier régimen totalitario. La sociedad civil, en cambio, es una sociedad activa. Precisamente ahí, en la formación de una sociedad civil, está el genio del pueblo polaco.” Palabras preñadas de un sano nacionalismo que tienen vigencia en cualquier latitud, aun ahora, exactamente veintiocho años después del estallido de la huelga en los astilleros de Gdansk.

Bronislaw Geremek era un especialista en historia medieval francesa. Para ser precisos, en la historia de la vida de los marginados en la Francia del medievo. Cuando se presentó en Gdansk, me dijo, llevaba en sus maletas las pruebas de un libro suyo, en francés, sobre la Edad Media. Estaba seguro que tendría tiempo para corregir esas planas, pero fue imposible. No sé si llegó a publicarlo, pero la anécdota me dio pie para tocar un tema esencial para él y para cualquier intelectual que se meta en política: la relación entre la intelligentsia y el poder; entre las dos éticas incompatibles que describió de manera inmejorable Max Weber: la de la política, que es la de la eficacia, y la del intelectual, que radica en la búsqueda independiente de la verdad y el ejercicio de la crítica. Geremek, inteligente, erudito y lúcido, justificó su posición acudiendo precisamente a los valores morales ajenos a la política: “Max Weber planteó muy bien el dilema”, me dijo, “pero en un contexto totalmente diferente. En una sociedad totalitaria, el compromiso público del intelectual parte de imperativos éticos”.

Esos imperativos lo llevaron al Parlamento, a defender el establecimiento de una economía de mercado en Polonia a pesar de sus costos sociales, a aceptar el cargo de ministro de Relaciones Exteriores entre 1997 y 2000 y, finalmente, a representar a su país en el Parlamento Europeo. Sería insensato no reconocer los logros de su labor política: el proyecto económico que defendió sentó las bases del progreso actual de Polonia; su labor en el Parlamento fue fundamental para consolidar las instituciones democráticas del país y, como secretario de Relaciones Exteriores, amarró a Polonia a la OTAN y abrió la puerta a las negociaciones que llevaron al país a incorporarse a la Unión Europea.

Sin embargo, y después de su trágica muerte en julio pasado, con la perspectiva de la distancia, es innegable que desde un principio, poco después de la mesa redonda de 1989, los “imperativos éticos” que llevaron a Geremek a la política dejaron de existir: habían muerto junto con el régimen comunista totalitario. Más allá de sus éxitos políticos, el brinco de Geremek de la ciencia a la política privó a Polonia del mejor de sus críticos independientes, de una brújula de la sociedad civil. Me pregunto cuántas veces lo habrán asaltado las palabras con las que cerró la entrevista, horas después de habernos sentado a la mesa, cuando camarógrafos y técnicos habían tirado ya la toalla y nos habían dejado solos. “En ocasiones, ante los hechos”, reflexionó en voz baja, “me queda una sensación de derrota, porque pensaba que en nuestro país las cosas serían de otra manera, que llegaríamos a construir una vida política distinta. Pero no fue así, y por ello nos sentimos impotentes ante la lógica implacable de la política”. ~

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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