Debe ser maravilloso ser Enrique Peña Nieto. Pensemos. A un año de la elección presidencial, ningún candidato está a menos de 20 puntos de Peña. En este momento, el único enemigo real está dentro de su propio partido: un político gastado, vulnerable y decididamente de otra época como Manlio Fabio Beltrones que aún sueña, inspirado en encuestas optimistas, que tiene alguna oportunidad de arrebatarle la candidatura al gobernador mexiquense. ¿Y qué hay de lo que pasa en su tierra? Mejor, imposible. A dos semanas de la elección que sería, la oposición dixit, la madre de todas las batallas y (suenan tambores) el “primer episodio rumbo al 2012”, el candidato priista, escogido personalmente por Peña Nieto, puede presumir de una ventaja que ni siquiera el propio Peña obtuvo en su elección. Es más: si las cosas siguen como hasta ahora, Eruviel Ávila derrotará a Alejandro Encinas y Luis Felipe Bravo Mena por un margen no visto desde los tiempos anteriores a la transición democrática. A menos de 15 días, Eruviel no solo alcanza cómodamente los 42 puntos que representan el promedio reciente priista en el Estado de México; los rebasa con una comodidad asombrosa.
La oposición parece haberse quedado sin palabras desde el principio mismo de la campaña. Ha pasado un mes y lo único que el electorado seguramente recuerda es que a Eruviel se le pasó el maquillaje en un debate. Y si a Eruviel le ha ido bien, a Peña Nieto le ha ido de manera inmejorable. Increíblemente, la figura menos mancillada, el político que ha emergido incólume de una campaña que supuestamente sería su peor pesadilla, es el propio Enrique Peña. Blindado gracias a la incompetencia de sus rivales, nadie ha osado tocar al gobernador mexiquense. Ya hubieran querido Amalia García, Ulises Ruiz o Jesús Aguilar un trato similar durante las elecciones del año pasado. Todos ellos ocuparon, muy merecidamente, el centro del escenario en sus propias elecciones. Los contendientes en Zacatecas, Oaxaca y Sinaloa cuestionaron el estilo de gobernar, las decisiones y los resultados de los gobernadores en turno. Peña Nieto, puntero rumbo a la Presidencia, ha corrido con mucha mejor suerte. Sus opositores no solo no lo han confrontado; lo han aplaudido. Hace unos días entrevisté a Manuel Camacho, gran promotor de las alianzas. Por supuesto, Camacho se quejó (con toda la razón) de la inequidad de la elección en el Estado de México, pero no perdió la oportunidad de reconocer el acierto de Peña Nieto al elegir a Eruviel Ávila como su candidato.
Como Camacho, los candidatos del PRD y el PAN han sido respetuosos, respetuosísimos con Peña Nieto y con el propio Eruviel. Al candidato le han permitido, por ejemplo, salirse con la suya cuando sugiere que él, que nació en 1969 e hizo carrera en el PRI mexiquense de los años 90, creció en un partido “incluyente y democrático”. Si el PRI de los 90 en el Estado de México era incluyente y democrático, México está en Europa. La declaración es de una desfachatez casi paródica. Pero nadie se ha detenido a exhibir al candidato del PRI.
Y si al PRI mexiquense no lo tocan sus adversarios, tampoco parece querer hacerlo la autoridad. Sobran, llueven testimonios de acarreos y uso cuestionable de los recursos de la entidad a favor de la campaña de Eruviel Ávila. Pero el IEEM ni los ve ni los oye. También ahí, el camino de Eruviel rumbo al palacio de gobierno de Toluca parece estar libre de cualquier obstáculo.
Si las cosas siguen como hasta ahora, si no ocurre un sismo político inédito en las próximas dos semanas, Eruviel Ávila será gobernador del Estado de México. Y el PRI ganará también en Nayarit y Coahuila. Con las tres victorias en la bolsa, el tricolor podrá dormir en paz. Y Enrique Peña Nieto podrá comenzar a planear la estrategia para devolver a Los Pinos al PRI. Estrategia que tendrá como mantra aquella frase atribuida a Napoleón: “No interrumpas al enemigo cuando está equivocándose”. Lo dicho: debe ser maravilloso ser Enrique Peña Nieto.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.