Susan Neiman: “La ideología woke lo ha atravesado todo”

La teórica estadounidense, autora de 'Izquierda no es woke', cree que la izquierda contemporánea ha sido colonizada por el identitarismo y el tribalismo.
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La pensadora estadounidense Susan Neiman (Atlanta, 1955) quiere poner orden en la izquierda. En esta entrevista con Letras Libres recuerda que se define a sí misma como Sozialist –o socialista–. Ese término, en alemán, lengua en la que se desarrolla esta entrevista, la sitúa más cerca del comunismo que de la socialdemocracia. 

Desde esa posición, Neiman se rebela contra una ideología woke que parece haber puesto a la familia política progresista patas arriba. Neiman sabe que esas ideas no solo han capturado las grandes causas de la justicia social. También el mundo de la cultura está en manos de una corriente ideológica que hace temer la cancelación sistemática de opiniones incómodas o que ha llevado a que algunos izquierdistas hayan celebrado como “resistencia” atentados terroristas de Hamás en Israel como el del pasado 7 de octubre.

Su particular forma de responder a esta situación ha sido escribir Izquierda no es woke (Debate, 2024), un volumen en el que Neiman trata de recuperar las esencias del pensamiento de izquierdas y carga contra una ideología woke que se ha hecho fuerte entre progresistas pese a que es una “ideología colonizada”. Neiman usa esos términos porque entiende, entre otras cosas, que lo woke debe en exceso al identitarismo, a la amoralidad de pensadores como Michael Foucault y acusa, entre otras cosas, una particular fascinación por la crítica al liberalismo de Carl Schmitt. 

¿Cómo de importante era afirmar que ser de izquierdas no es ser woke?

Si no lo considerara importante habría escrito otro libro. En realidad, estaba trabajando en otro libro que estará listo el año que viene. Me estaban molestando de manera creciente varias facetas de la ideología woke. También me irritaba ver que amigos y conocidos míos que se definían como gente de izquierdas, en la teoría y en la práctica, habían empezado a decirse que tal vez no eran de izquierdas si ser de izquierdas era ser woke.

Mucha gente que conozco, en mi generación y la de mis hijos, se opone mucho a estas tendencias woke. Pero tienen miedo de criticarlo porque piensan que los van a marginar y meter en el saco de la gente de derechas. Y este malestar es algo de lo que yo quería ocuparme. Hay mucha confusión. Por eso también escribí el libro, para diferenciar entre la izquierda y lo woke.

Cuando habla de confusión, ¿a qué se refiere ? 

La ideología woke está construida en una serie de emociones que se dan en la izquierda. Por ejemplo, en la izquierda, uno quiere estar con los oprimidos, uno quiere estar indudablemente del lado de los marginados, uno quiere hacer justicia con los crímenes de la historia. O, si con esos crímenes no se puede hacer justicia, por lo menos, se deben pensar. Esas son emociones que se dan tradicionalmente en la gente de izquierda. 

El problema con la ideología woke es que sus presupuestos filosóficos se oponen a esas emociones de izquierda. Con lo woke, estamos hablando de teorías reaccionarias en las que se oponen sentimientos y pensamiento. Los sentimientos son de izquierdas y el pensamiento es de derechas. Esto es lo que yo quería aclarar. Porque es muy importante que la gente que se siente, se ve y se identifica como de izquierdas forme un frente unido. Vivimos tiempos en el que los protofascistas están en auge y es peligroso que las diferentes corrientes de la izquierda se peleen entre ellas por culpa de algo que, en definitiva, no es más que política simbólica. 

Hablaba usted del miedo de muchos a que los metan en el saco de la extrema derecha por criticar la ideología woke. ¿Usted tenía ese miedo también?

Quería superar ese miedo, que por otro lado entiendo y comprendo. Algunos amigos me dijeron incluso que no incluyera la palabra woke en el título del libro. Me avisaron de que tratarían de tacharme de ser de extrema derecha y cosas así. Pero mi respuesta siempre fue: “me defenderé”. Además, he rechazado muchas solicitudes de entrevistas de medios de derechas. Desde la primera página del libro digo que yo me identifico como “socialista” para dejar las cosas claras. Además, yo no uso la palabra woke para referirme despectivamente a la totalidad de las personas que están en contra del racismo, el sexismo y la homofobia. Yo me refiero a lo woke para designar una forma de posicionarse. Es hora de hacer algo de autocrítica.

Pero su libro no es un libro marginal. Es más bien un éxito, un bestseller.

En Países Bajos se ha convertido en un superventas, sí. Se está vendiendo bien en Estados Unidos también. Lo que trato de hacer es escribir para llegar a un público general. En Alemania no se acaba de entender. Por ejemplo, en revistas especializadas me han criticado por no abordar todas las interpretaciones de Michel Foucault, como si quisieran que yo me pusiera a escribir un libro académico, cosa que no era mi objetivo. Y esto es algo que digo en mi libro. Me dedico a escribir no solo a un público académico, sino que trato de mover algo en la sociedad, con un texto sin notas a pie de página ni argumentos académicos y demás.

Volviendo a la confusión de la izquierda de la que usted hablaba hace un momento, ¿cuándo comenzó?

Algunas tendencias se observan en los años noventa. Son los años de la corrección política, algo que fue resultado de la caída del socialismo real. En ese momento, por todas partes, se decía aquello de que no había otra alternativa más que el neoliberalismo global. Lo que entonces no se pensó es que todo proyecto de justicia universal parecía haber fracasado.

Los países que experimentaron el socialismo real tenían unas ideas que también fueron destruidas en los años noventa. En este contexto, muchos que querían seguir siendo de izquierdas se dijeron: “tal vez no exista lo universal, pero tal vez sí existan pequeñas luchas contra el racismo, el sexismo y la homofobia”. Eso me parece bien, pero ha evolucionado en otra cosa. Y en 2016, tras los años de Barack Obama en el poder –el único presidente de mi vida al que yo puedo decir que he apoyado–, llegó al poder en Estados Unidos alguien que representaba lo opuesto a Obama. Fue un shock increíble. Imagínese que Obama hubiera sido sustituido por Bernie Sanders… un socialista. Pero en lugar de eso llegó al poder alguien que nos hizo retroceder cien años. 

Obama en su momento criticó lo woke. Sin embargo, eso no ha evitado que grandes instituciones en Estados Unidos, por ejemplo, se hayan alienado con la ideología woke.

No solo en Estados Unidos. Mire usted Alemania. Aquí también, y no solo la gente joven, sino también gente de cincuenta o sesenta años que ahora gestionan el ámbito cultural, han caído en eso. Me refiero a las editoriales, a las direcciones de los museos… esa ideología lo ha atravesado todo. 

¿Cómo explica usted esto?

Esto ha ocurrido, creo, por ese shock del que le hablaba. Por haber pasado, en Estados Unidos, de Obama a Trump. Es curioso, en 2016, en la campaña presidencial de ese año, la palabra woke no jugó un papel para nada. La palabra viene de Alabama, de tiempos bien anteriores al movimiento de los derechos civiles. Pero mucha gente que creció con Obama se quedó en tal shock por la elección de Trump que luego muchos reaccionaron como reaccionaron… Y de ahí, ahora hay hombres que tienen miedo a ser cancelados cuando son blancos y heterosexuales y dicen algo. Y, para evitarlo, quieren ser woke.

En su libro, usted habla del problema que supone el identitarismo woke frente al universalismo que se ha defendido históricamente la izquierda, ¿no es así?

Lo que yo hago precisamente es volver a presentar a la izquierda el universalismo. El universalismo es uno de los principios más importantes de la izquierda. No es el único, pero es el primero. 

Usted también habla en su libro de la relación entre la ideología woke y el filósofo y jurista alemán Carl Schmitt, en su momento un destacado miembro del partido nazi. ¿Podría presentar esa relación?

Schmitt era un nazi. Martin Heidegger fue otro, pero Schmitt era más radical. Schmitt no dijo que se equivocó, no dijo que era un problema haber sido, como fue considerado, “el gran jurista” del III Reich. Por cierto, su lugar favorito era la España de Franco. Su hija se casó con un español y eso le hizo pasar mucho tiempo en España. He leído sus libros. Decía muchas cosas que sonaban infantiles. De hecho, Theodor Adorno ya le llamó en su momento “infantil”. Por ejemplo, en política, Schmitt decía que todo lo que contaba era diferenciar entre “amigos” y “enemigos”. Muchos vieron en él un pensador brillante.

El caso es que, en los años ochenta, la revista Telos, una publicación editada en Nueva York, empezó a publicar teorías europeas. Eran textos traducidos porque los estadounidenses suelen tener problemas con las lenguas extranjeras. Y gracias a traducciones de textos de Schmitt, su legado intelectual empezó a tener una especie de renacimiento por su crítica al liberalismo. Schmitt criticaba el liberalismo. Decía que era una ideología “hipócrita”. Eso se puede entender, pero lo que yo no lograba entender es que no se vea en qué sentido él escribía esas cosas. Por ejemplo, él decía que la Doctrina Monroe de Estados Unidos era un acto de piratería. Pero Schmitt no decía esas cosas como anticolonialista, sino como alguien de la Alemania nazi en 1942 cuando Alemania estaba en guerra con el Reino Unidos y Estados Unidos. Schmitt no estaba defendiendo a las colonias.

¿No se reconoce en el mundo académico que Schmitt era un nazi?

Esa pregunta es un problema para mí también. Nadie dice que haya que ser como Schmitt, sino que se asume que de él se puede aprender mucho. Yo creo que no es así, porque es algo peligroso. También es peligroso Foucault, aunque Foucault era alguien que operaba como alguien de izquierdas. Ambos tenían muchos parecidos. Por ejemplo, ambos pensaban que la justicia es una hipocresía. Porque la justicia es solo una cuestión de poder. Ambos pensaban que el progreso no existe, decían que solo existen diferentes formas de dominación. 

A Foucault se le debe esa idea de que todo depende de estructuras de poder, lo que provoca mucha impotencia además de no dejar espacio para la libertad. ¿No es cierto?

Exacto. Con Foucault hay quien dice que él quería criticar para poder dar lugar a un posicionamiento emancipador. Pero eso es algo que él no hizo. Pero el problema es que eso lleva al nihilismo, esto es algo que yo he dicho y, antes que yo, mucha gente. Lo que no ha evitado que se me critique por, supuestamente, “no entender Foucault”. En ciencias sociales, Foucault es el autor más citado del mundo. Se ha convertido en un clásico. La gente de universidades, los periodistas y quienes hoy se ocupan de dirigir en el ámbito cultural, en general, todos han estudiado y leído a Foucault. Y luego muchas otras influyentes figuras han sido influidas a su vez por Foucault, como Judith Butler. Foucault es la base para la teoría poscolonial, por ejemplo, que coincide en muchas partes con el wokismo.

¿Es la ideología woke un problema que ha tenido la familia intelectual de la izquierda porque nunca se le supo parar?

Sí, eso es lo que ha pasado. Pero ha sido algo que ocurrió, realmente, por esa confusión de la que le hablaba. Le puedo contar que a mí también me pasó que escuchando los argumentos woke me decía que sí, que eso sonaba de izquierdas, que uno quiere estar en el lado de quienes quieren defender a los oprimidos. Luego, uno puede tardar en tener dudas. Ante cosas como la “apropiación cultural”, bueno, uno quiere escuchar, antes que nada. Y escuchar está bien. Y yo le concedo a los que defienden lo woke el hecho de que han fortalecido nuestra conciencia de algunos problemas. Por ejemplo, con el tema del colonialismo. 

Pero claro, lo que no es cierto es que si uno dice una cosa contra la teoría poscolonial ya es, inmediatamente, un imperialista. Lo que ocurre que también contribuye a la confusión de la que le hablo es que los textos de las teorías poscoloniales son extremadamente difíciles de leer. No están bien escritos. Son obscuros. La vida es demasiado corta para la mala prosa. Por eso lo de dejar a un lado textos de Butler o de Gayatri Chakravorty Spivak. Personalmente, esos textos no son algo de lo que yo me haya podido ocupar antes. Pero llegó un momento en el que tenía que hacerlo para entenderlo. Y sigo haciéndolo.

Y ahora que hay libros como el suyo, de gente de izquierdas que no están de acuerdo con la ideología woke, ¿cómo ve usted el futuro entre los universalistas que hay en la izquierdas y los identitaristas woke?

No soy un profeta, soy filósofa. Ijoma Mangold, un periodista alemán, escribía hace unos días en el semanario Die Zeit que desde el atentado del 7 de octubre en Israel, la ideología woke está acabada. No me sorprendió que tanta gente woke, en seguida, se pusiera a defender a Hamas y a decir que eran “combatientes de la libertad”. Pero es que claro, estamos hablando de gente tribalista, gente que no cree en la justicia, sino en luchas de poder y que no cree en el progreso. Es gente que cree en esa división del mundo entre sur global y norte global; los israelíes, pertenecen al norte global, y los palestinos al sur global. Es absurdo. Pero eso no quiere decir que yo no critique lo que está haciendo el Gobierno israelí en Gaza. De hecho, lo hago y me está costando muchas críticas en Alemania. Pero eso no me convierte en alguien que apoye a Hamas. Lo que ocurre con este debate mediático es que parece que hay que pertenecer a un equipo, al equipo de Israel o al equipo de Palestina. Yo estoy a favor de los derechos humanos. Pero nadie me oye en esto. En este debate de frentes, cuando Mangold dice que lo woke está acabado: no creo que sea así. Creo que los frentes se van polarizar. Y estoy preocupada porque este año tenemos muchas elecciones. Voy a seguir tratando de explicar estos asuntos para crear un frente formado por la izquierda y los liberales.

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Salvador Martínez Mas vive en Berlín y es periodista especializado en información internacional.


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