Trazos del México surrealista

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Primer trazo. México tiene, para efectos comerciales, la mejor posición geográfica del mundo. Aun así, el país ocupa el lugar número 60 en el índice global de competitividad y el 115 por la vergonzosa rigidez de nuestro sistema laboral. La necesidad de reformar la dinámica de trabajo formal en México es ya urgente. Pero hacerlo implica un costo político. No se necesita ser maestro de historia para saber que ningún partido se ha beneficiado como el PRI del favor de los sindicatos. Por eso, nadie con mayor legitimidad que los priistas para dar esa batalla. ¿Pero qué ha decidido hacer el PRI? Todo lo contrario. Apenas hace unos días, Beatriz Paredes, la gran maestra del populismo priista, se plantó frente a la CTM en pleno y dijo que su partido no legislará contra las conquistas históricas de los sindicatos. “¿De qué se trata?”, arengó Paredes hinchada de anacronismo. “¿Se trata de debilitar a los sindicatos? ¿Se trata de esterilizar la esencia de la contratación colectiva?”. Los líderes cetemistas, que habían llegado al encuentro en autos de lujo, le aplaudieron agradecidos. ¿Y el país? ¡Qué importa!

Segunda estampa. Si algo dejó en claro la crisis económica de 2009 es a qué grado dependemos de la economía estadunidense. Hay, por supuesto, peores destinos. ¿Cuántos países quisieran compartir frontera con la primera economía mundial? Por eso, si imperara el pragmatismo más elemental, México debería cuidar la relación con Estados Unidos antes que cualquier otra, sin reverencia pero con un muy claro ánimo de asociación. ¿Pero qué ha decidido hacer el gobierno de Felipe Calderón? Todo lo contrario: se ha dado vuelo aprovechando que, en México, el antiamericanismo es aún políticamente redituable. La cumbre de Cancún fue un ejercicio no sólo mayormente frívolo, sino infantil. Calderón fue el anfitrión de una fiesta de primaria. Como si éste fuera el mundo de los setenta, el discurso “antiimperialista” fue la orden del día. Castro, Chávez, Evo y Correa fueron los primeros (y los últimos) en pegarle a la piñata. ¡Y cómo se divirtieron! Y ahí, en la esquina, el presidente de México aplaudía feliz. ¿Y Washington? ¿Y el trabajo del embajador Sarukhán por impulsar una reforma migratoria? ¿Y la cumbre binacional contra el consumo de drogas? ¿Y el plan Mérida? ¿Y el presidente Lobo de Honduras, democráticamente electo? ¿Y Orlando Zapata, el preso político en huelga de hambre que moría mientras Raúl Castro comía pescado mexicano servido por manos mexicanas? ¡Qué importan!

Y una tercera y última viñeta. Cualquier análisis serio de los problemas de México tendría que comenzar por la educación. Los niños mexicanos están mal educados, mal guiados, mal aconsejados y hasta mal alimentados. En varias partes de México, la norma es la huelga en defensa de “conquistas sindicales” —como el derecho a heredar la plaza— antes que la disciplina admirable de la docencia. La universalidad en el servicio educativo, desafío de las últimas décadas, no ha dado pie a la calidad, reto del siglo que comienza. Los niños mexicanos fracasan en prácticamente todas las evaluaciones internacionales disponibles. El rezago tecnológico es una vergüenza indescriptible. La realidad es dura y simple: México está criando ciudadanos de segunda, sin herramientas para pelear en el mundo. Gran parte de la responsabilidad corresponde al SNTE. Más interesado en la perpetuación de sus privilegios que en la formación de los niños a quienes “educa”, el sindicato es una rémora indigna de México. En un México responsable, el gobierno ya le habría declarado la guerra a esa estructura corporativista y maligna. ¿Pero qué hace el gobierno? Todo lo contrario. La alianza entre el calderonismo y las tropas gordillistas está más viva que nunca. Dan ganas de ponerse a llorar cuando uno escucha a Alonso Lujambio, un hombre de profunda cultura, llamar “un actor privilegiado” al SNTE. ¿Y los niños del país? ¿Y la inserción de México en la competencia global? ¡Qué importa!

La clase política parece estar cada vez más obstinada con su propio sabotaje: enfrentado con dos caminos, como en aquel poema de Robert Frost, opta, invariablemente, por el equivocado. Es un ejercicio de impresionismo histórico destinado a terminar mal: de trazo en trazo, se dibuja un negro futuro para México.

– León Krauze

(Fuente: flickr)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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