Se cumple un mes de la elección del primero de julio, pero a muchos nos parece que ha pasado un año debido al frenético ritmo de comunicación de Andrés Manuel López Obrador y su equipo, quienes prácticamente no han dejado pasar un día sin dominar la agenda política y noticiosa. Tuvo que ocurrir un accidente aéreo con desenlace milagroso para que el país cambiara de tema y de protagonistas de la noticia, al menos por unas horas.
A un mes de la elección ¿qué podemos decir de la comunicación de López Obrador? Hay cuatro elementos destacables:
Primero, el vacío en la comunicación del gobierno actual. En realidad nos quedamos sin comunicación presidencial efectiva desde hace mucho tiempo. Primero, porque la mancha de la corrupción afectó directamente la reputación personal del presidente y su primer círculo. Y segundo, por una comunicación presidencial que nos mostró a un Peña Nieto lejano, insensible y por momentos enfrentado al sentir de los ciudadanos. Poco a poco, el presidente fue perdiendo primero la estima, después la credibilidad y finalmente la atención de buena parte de la sociedad, lo que se reflejó en encuestas, columnas de opinión, redes sociales y, finalmente, en el resultado de la elección. El ataque retórico de AMLO a los símbolos del poder gubernamental –la residencia oficial de Los Pinos, el avión presidencial, los salarios y prestaciones de los altos funcionarios– está terminando de despojar al gobierno en funciones de su poder real.
Segundo, el triunfo de los pseudo-acontecimientos para generar realidades. AMLO no tiene todavía en sus manos la constancia legal de triunfo electoral, ni se puede llamar formalmente “presidente electo”. Y mientras no llegue el día de su toma de posesión (el 1 de diciembre), no tiene facultades constitucionales para tomar decisiones de gobierno. Pero eso no importa. Todos los días hace “nombramientos” de su “gabinete” y anuncia “decisiones” que los medios y las élites perciben, analizan, discuten, amplifican –y sufren– como hechos consumados. Estamos ante una estrategia de comunicación política centrada en lo que Mario Riorda llama los pseudo-acontecimientos: “hechos construidos por los políticos en donde interesa no tanto la realidad que muestren, sino el merecimiento de convertirse en noticia”. Son tan de saliva y tinta las “decisiones” de AMLO que, si quisiera, podría cambiarlas sustancialmente –para bien o para mal– en su discurso de toma de posesión.
Tercero, la frágil tregua de AMLO con la “mafia del poder”. Las élites económicas se han mostrado sumisas, y la oposición política está reducida y en una crisis de la que no saldrá en un buen tiempo. A Trump y al crimen organizado, los verdaderos adversarios del país, AMLO les ha ofrecido “diálogo” y “abrazos, no balazos”. Entonces ¿contra quién se han dirigido las baterías retóricas de AMLO este mes? Contra los medios que buscan que rinda cuentas cuando sus palabras y sus acciones no son congruentes (la prensa a la que “respetuosamente” llama “fifí”). Contra la autoridad electoral (“conservadores que no quieren un cambio”), que ha multado a su partido por una presunta trama de financiamiento ilegal. Y, de manera singular, contra la tecnocracia gobernante, a la que ha bombardeado con amenazas (o promesas, según se vea) sobre la pérdida de salarios, prestaciones y la reubicación forzosa de sus oficinas fuera de la capital del país. Es cosa de tiempo para que el conflicto, que es el motor del discurso de López Obrador, se extienda a otros sectores que serán otra vez identificados como los adversarios a vencer.
Y cuarto, el surgimiento de un poderoso mito de gobierno. AMLO ha delineado un marco ideológico y político muy atractivo, que tiene en la idea de la “Cuarta Transformación” un concepto rector poderosísimo. Éste habrá de convertirse en un mito de gobierno como no se veía desde los tiempos en los que la Revolución Mexicana era el tótem sagrado que daba legitimidad a las decisiones del régimen político. La “Cuarta Transformación” puede encajar en la definición del “mito de gobierno”: un “sistema de creencias coherente y completo” que “simboliza la dirección, voluntad y justificación de las políticas”. Logrará convertirse en “mito” en la medida en la que la sociedad se apropie del concepto, sea para apoyarlo o para oponerse a él.
La línea en la arena está trazada por la espada retórica de AMLO. En su mito de gobierno habrá dos Méxicos: el de la “Cuarta Transformación” y el otro, el que AMLO definirá con su propio lenguaje, con sus sustantivos y adjetivos dirigidos a quienes no están convertidos a su causa. El 47% de mexicanos que no votó por López Obrador tiene como primer gran desafío político e intelectual evitar debatir en sus términos, y no reaccionar a cada declaración, gesto o palabra, porque eso solo le dará más fuerza a su lenguaje y sus marcos de referencia. Al mismo tiempo, habrá que iniciar la difícil tarea de crear nuevas ideas, proyectos, liderazgos, lenguaje y marcos de referencia positivos, que reivindiquen para todos –no sólo para el 53% que votó por él– los conceptos de libertad, justicia y democracia a los que todos aspiramos y merecemos llegar.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.