Un relato no tan glorioso de la Transición

En 'A finales de enero. La historia de amor más trágica de la Transición', que obtuvo el Premio Comillas 2019, Javier Padilla recrea las historias de los militantes antifranquistas Javier Sauquillo, Dolores González Ruiz y Enrique Ruano.
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Enrique Ruano (Madrid, 1947-1969) podría haber sido sacerdote. Alumno del Colegio del Pilar, hijo de familia acomodada y nada crítica con el régimen franquista, antes de entrar en la universidad ingresó en el seminario marianista de La Parra, en Gredos. Sin embargo, lo dejó a los pocos meses para matricularse en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Allí comenzaría su ideologización y politización introduciéndose en organizaciones políticas de izquierdas como el Frente de Liberación Popular (FLP) -los llamados felipes- donde militaron jóvenes como Narcís Serra, Pasqual Maragall, Joaquín Leguina o Nicolás Sartorius . Allí conocería también a su novia, Lola González, y a Javier Sauquillo. Junto a ellos vivió alguno de los acontecimientos simbólicos del tardofranquismo como el concierto de Raimon en la Facultad de Económicas de la Complutense.

En ese ambiente revolucionario y antifranquista –llegó a tener una estrecha relación con el profesor Gregorio Peces-Barba, que se encargaba de captar a los alumnos con ideas más progresistas- en el que los estudiantes se dejaban hipnotizar por los acontecimientos que llegaban de París en 1968, fue fichado por la policía de Franco. El 17 de enero de 1969 era detenido junto a Lola, Abilio Villena y José Bailó por, supuestamente, repartir octavillas en la Plaza de Castilla. Tres días después su cuerpo caía por el hueco de una escalera desde un séptimo piso de la calle General Mola (hoy Príncipe de Vergara). Suicidio, dijeron Francisco Luis Colino, Jesús Simón y Celso Galván, los tres policías que le interrogaron, y clamó también el periódico ABC, instigado por Manuel Fraga, entonces Ministro de Información. Asesinato, aseguró la magistrada María José de la Vega Llanes cuando en 1989 se consiguió reabrir el caso en la Audiencia Nacional. No fue suficiente. La sentencia dictaminó que no había pruebas concluyentes y el caso, además, estaba a punto de prescribir. No hubo condena ni para los policías ni para todo el aparato policial y político que pudo estar detrás del más que probable asesinato.

Cincuenta años han transcurrido ya de este suceso, uno de los más oscuros de finales del franquismo. Y en él se ha detenido Javier Padilla (Málaga, 1992) en su libro A finales de enero (Tusquets), con el que ha ganado el XXXI Premio Comillas de Biografía, “para contar cómo era la vida de los estudiantes rebeldes durante el régimen franquista. Hacían cosas normales, no abogaban por la violencia, hacían cosas muy parecidas a lo que pueden hacer estudiantes ahora, pero recibieron una represión brutal”, explica. La historia de Ruano se entrelaza con numerosos datos y fecha con la de Javier Sauquillo y Lola González, ya que además de la relación amistad y amor que tuvieron los tres –Lola acabaría casada con Javier en los setenta– Sauquillo fue asesinado y Lola resultó gravemente herida en la matanza del despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras de Atocha el 24 de enero de 1977 llevada a cabo por los ultraderechistas José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá (autores materiales de los disparos) y Fernando Lerdo de Tejada. Otro caso que, aunque sí tuvo un juicio, también como afirma Padilla, “fue una vergüenza. Por el permiso que le dio el juez a Tejada (y que aprovechó para fugarse) o lo de Juliá, al que han detenido hace poco en Brasil. Era una época en la que había muchos ultraderechistas en Madrid con todo tipo de historial delictivo detrás, y el Gobierno de Suárez no lo supo manejar”. Fernández Cerrá cumplió 15 años de cárcel y hoy es un ciudadano libre que milita en Falange.

Estas historias del tardofranquismo y la Transición apenas quedan en el recuerdo. Como sucede con el asesinato de otros estudiantes como Arturo Ruíz –también a manos de un grupo ultraderechista–  y Mari Luz Nájera –por disparos de la policía en una manifestación–, que sucedieron días antes del crimen de Atocha. Este último sí es más mencionado – el funeral ya entonces fue multitudinario– y sus víctimas han recibido más homenajes. Ha sido recordado por muchos allegados que sobrevivieron, como Manuela Carmena y Cristina Almeida. La primera dirigía aquel despacho y la segunda era una de sus compañeras. También por Paquita Sauquillo, hermana de Javier y que en los ochenta y noventa fue diputada, senadora y eurodiputada con el PSOE. Y por otros supervivientes, como Alejandro Ruíz-Huerta, que fue una de las personas que más datos facilitó a Padilla, al igual que Margot Ruano, hermana de Enrique, para confeccionar estas biografías.

Pero esta desmemoria generalizada, que se observa con el caso de Enrique Ruano (hoy muy poca gente sabe quién fue y que le ocurrió) le sirve al autor del libro para manifestar que no todo el relato de la Transición y los últimos años del franquismo fueron tan gloriosos.  “Se ha proyectado una imagen de consenso de la Transición y no es que no sea verdad, pero se han olvidado todas esas intrahistorias”, asegura. De hecho, él, que ha hablado con más de cincuenta personas para elaborar su narrativa, sostiene que lo que se deduce de aquellos que sí vivieron muy intensamente aquellos años es que hay varios relatos.

“Uno es el que ha quedado en la memoria. Es decir, que fue una época buena y que España entró en la normalidad. Y tiene parte de verdad, pero hay toda una parte que se ha olvidado con gente que tuvo actuaciones muy reprochables”, indica. Dentro de la izquierda, los recuerdos se bifurcan más. Por un lado, “unos dicen que fue un éxito y lo recuerdan de manera muy positiva, pero, claro, a esas personas también les fue muy bien”, manifiesta. Son aquellos que consiguieron después hacer una carrera profesional –muchos de ellos en la política- exitosa. Después hay otros “que dicen que ellos lo hicieron bien, hicieron lo que pudieron, pero que el sistema que se creó tampoco les gusta tanto”. Y finalmente, “los terceros, entre los que se encontraba Lola, son los que no les gusta el sistema que se creó, pero incluso afirman que la lucha tampoco mereció la pena”.

La historia de Lola González es, posiblemente, una de las más trágicas de aquellos años. Mataron a su novio Enrique, también a su marido Javier, y ella, tras la matanza, quedó con graves secuelas físicas hasta su muerte en 2015. Por las páginas del libro se deslizan numerosos comentarios nihilistas y de notable tristeza sobre lo que pudo haber sido para muchos que militaban en las alas más radicales de la izquierda antifranquista y al final no fue.  “Ella tenía una imagen pésima de la Transición. No tiene nada que ver con otros que sí sufrieron y lo pasaron mal, pero lo recuerdan como un momento épico de sus vidas, en el que estaban luchando, y además estaban en el lado bueno de la Historia y luego es verdad que la Historia también se lo ha reconocido”, indica Padilla.

El libro, no obstante, no busca un ajuste de cuentas con la Transición. Es más bien un tirón de orejas incómodo para quienes quieran ver todo con luces de colores. El propio crimen de Ruano, en el que hasta desapareció un hueso de su clavícula donde pudo haber habido un impacto de bala y que nunca consiguió ser probado tras haber sido esto negado por los propios médicos forenses que trataron su cuerpo –un hecho que aparece en el sumario y que Padilla se limita a relatar– es solo un apunte de que la época era mucho más turbia.

De ahí que Padilla, que cuenta solo con 26 años, y que es consciente de que muchos de su generación apenas saben nada de todos estos casos, insista en que “estaría bien que los partidos políticos enjuiciaran la Transición con criterios más justos y no de una manera tan romantizada”. Para él, sería deseable que “la derecha hablara de ello, aunque no le guste porque parece que lo andamos removiendo. Es muy infantil pensar que la Historia es un relato en el que todo sale bien. Y en la izquierda estaría bien que se hiciera con ánimos de llegar a la verdad”. No cree, en este sentido, “que se deba hacer un uso partidista” de Ruano, Sauquillo o González. “Ellos eran antifranquistas, y eran personas muy de izquierdas, pero tampoco defendían la democracia representativa liberal. Habría que reivindicarlos como personas que lucharon contra el franquismo”, sostiene. Y desde ahí, “sí puede haber un consenso, no con Vox y tampoco con Casado, pero creo que sí con gente de la derecha se puede llegar a él porque esto debería ser algo que todo el mundo debería querer saber”. Y porque estos crímenes ocurrieron hace demasiado tiempo.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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