Alegar que esta ha sido la peor campaña electoral en la historia de Estados Unidos es, por lo menos, temerario. ¿Cómo compararla con campañas anteriores? ¿Por el copioso intercambio de insultos entre los candidatos? ¿Por la cantidad de mentiras dichas? ¿Por su duración que parecería eterna? ¿Por el profundo descontento que provocan ambos candidatos entre los votantes? ¿Por el peligro de tener como presidente a un hombre declarado inepto para gobernar por más de la mitad de la población y por la élite de su propio partido? ¿Por las repercusiones internacionales que tendrían su excéntrica visión del mundo? ¿Por lo que podría suceder el día de la elección?
Las preguntas son válidas y ameritan una revisión de lo sucedido. Una campaña que desde mi punto de vista no ha hecho más que evidenciar algunas de las tremendas falencias del sistema democrático estadounidense. Peor aún, para el futuro del país ha sido la aceptación popular del vulgar lenguaje del candidato del Partido Republicano Donald Trump, un beneplácito que ha develado la persistencia del racismo, la misoginia, la xenofobia y los prejuicios de una enorme parte de la población.
Los insultos
A finales de octubre el New York Times publicó una lista de las 282 personas, lugares y cosas a las que Trump ha insultado. Dejando aparte las ofensas a Hillary que no cabrían en 20 tomos, Trump ha arremetido contra todos los candidatos republicanos que contendieron en la elección primaria, los medios de comunicación, las mujeres y las minorías étnicas y raciales, países como Alemania, Gran Bretaña y México, tiendas departamentales como Macy’s, un club de golf, varios programas educativos, NAFTA y el libre comercio, NATO, el Super Bowl, y por supuesto contra los votantes que están en desacuerdo con él.
Hillary por su parte, ha acusado a Trump de racista, intolerante, incapaz, inepto, violento, irascible, emocional pero, pregunto, ¿Serán insultos o más bien certeras descripciones de su carácter?
Las mentiras
Según Politifact, el 96% de las declaraciones de Trump han sido medias verdades, medias falsedades, falsedades o “brutalmente falsas”, mientras que el porcentaje de las afirmaciones de Hillary en las mismas categorías es de 75%.
La duración
No hay en el mundo una campaña presidencial que dure tanto tiempo como la estadounidense. Hillary Clinton anunció su candidatura en abril de 2015 (576 días antes de la elección). Ted Cruz lo hizo unos días antes, el 23 de marzo (596 días antes de la elección). Una eternidad comparada con las campañas de otros países. En Francia, por ejemplo, el período oficial de una campaña presidencial es de dos semanas aunque los candidatos empiezan a mostrarse en público quizá con un año de antelación. En Gran Bretaña las campañas duran cinco semanas después de la disolución del Parlamento. En Alemania, 42 días; en Canadá 78 y en Japón 12.
Cuando un proceso dura casi dos años es muy difícil mantener la atención de la gente y el asunto se vuelve aburrido y tedioso. Peor aún, la demora lo trivializa y la mayoría de la gente quiere que se acabe lo antes posible. Quienes defienden los plazos actuales alegan que es precisamente la duración la que hace más democrático el sistema en tanto que permite la exposición de un mayor número de candidatos participando en el proceso de las elecciones primarias. Esto es verdad hasta cierto punto, sobre todo si lo comparamos con el famoso dedazo mexicano de antaño o con las prácticas de Andrés Manuel López Obrador, un político que cada seis años se ofrece como candidato a la presidencia sin contienda interna en su partido, o con la dinastía de los Ortega en Nicaragua. Sin embargo, yo creo que la duración de las campañas es excesiva y compromete la integridad del proceso porque mientras más dure la campaña, más dinero se necesita para financiarla, y más compromisos adquieren los políticos con los donantes.
El financiamiento
Otro tema que subraya la disfuncionalidad del sistema estadounidense es la financiación de las campañas. Cuando empecé a trabajar como periodista en Estados Unidos conocí a un “cabildero” durante una comida de recaudación de fondos para un político. Yo no sabía que hacían los cabilderos pero lo entendí con espeluznante claridad cuando le pregunté si sus clientes apoyarían al político que había organizado esa comida, y me contestó que “lo apoyarían a él y a su oponente”. Al ver mi cara de asombro dijo: “tenemos que garantizar el acceso al ganador”.
Se calcula que el gasto total de esta campaña sobrepasará los 6,000 millones de dólares y aunque una buena parte de los donantes son personas que simpatizan con las ideas de los candidatos, el dinero que las corporaciones y sus cabilderos invierten en los políticos tiene como propósito único comprar su acceso al gobierno para que su negocio prospere. En Francia, el costo de una campaña es de aproximadamente 30 millones, en Gran Bretaña de 49 millones, en Alemania, 93 millones, y en México y Brasil aproximadamente 2 mil millones.
El descontento con los candidatos
Otro factor único de esta campaña ha sido el marcado descontento de los votantes con los candidatos. Según una encuesta del New York Times, el 82% de todos los entrevistados expresaron estar disgustados con la campaña.
El daño a la imagen del país en el extranjero
De principio a fin esta campaña presidencial ha sido una vergüenza que ha decepcionado a los países amigos y regocijado a sus enemigos. En Europa la candidatura de Trump ha causado repulsión y sorpresa. Los pocos mandatarios que se han atrevido a opinar como el presidente francés Francois Hollande o el Ministro de Asuntos Exteriores alemán Frank-Walter Steinmeir, lo han juzgado con una dureza excepcional. Rigor que no es muy distinto al consenso europeo que ve a Trump como un brabucón nauseabundo no apto para desempeñar el cargo dada su pasmosa ignorancia y su imprudente comportamiento. La excepción podría ser México donde, desafortunadamente, el presidente Enrique Peña Nieto le tendió la alfombra roja para que visitara al país que más ha ofendido.
El hito
Deploro el desaseo del proceso y lamento que la pusilanimidad del Partido Republicano haya posibilitado el crecimiento desmesurado de Trump para representarlos en esta elección. Nada de esto, sin embargo, me impide celebrarla como un gran hito en la historia del país porque existe la posibilidad real de que finalmente una mujer como Hillary Clinton gane la presidencia por sus merecimientos, su experiencia, buen juicio, comportamiento, inteligencia, y por la claridad con la que ha identificado los grandes temas nacionales y ofrecido políticas sensatas para resolver los problemas.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.