Foto: Roberto Almeida Aveledo/ZUMA Wire

Una persistente derrota colectiva

Las elecciones del pasado 27 de octubre refrendan que Argentina se encuentra dividida entre dos opciones conservadoras o, directamente, reaccionarias: un liberalismo conservador y un conservadurismo popular. El resultado de las elecciones, que significa un รฉxito de algunos, concluirรก en el inevitable fracaso de todos.
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Una primera lectura de las elecciones argentinas del domingo pasado podrรญa sugerir que, una vez mรกs, el populismo que se expresa en la idea peronista triunfรณ sobre una alianza de partidos liberales cuyo propรณsito era llevar al paรญs al camino de la modernidad perdida. Difรญcilmente sea esa una lectura que convaliden los cuatro millones de nuevos pobres que el gobierno que parte el prรณximo diez de diciembre produjo durante los cuatro aรฑos de su mandato, y que equivalen a casi el diez por ciento de la poblaciรณn del paรญs. Probablemente tampoco sea esa la interpretaciรณn que compartan amplios sectores de las clases medias y medias bajas que vieron su nivel de vida desplomarse al ritmo de una inflaciรณn que, ya elevada al inicio de la gestiรณn โ€“en el orden del 25% anualโ€“, serรก casi del 60% a finales de este aรฑo.

Porque aun si aquella no es una lectura completamente falsa, impide entender por quรฉ el peronismo regresa hoy al gobierno y, a pesar de hacerlo con un rostro no demasiado distinto de aquel con el que se fue hace cuatro aรฑos, lo hace gracias al voto de muchos de los que hace cuatro aรฑos le cerraron las puertas del poder. La tentaciรณn de oponer la idea de un liberalismo modernizador a un populismo retrรณgrado es tan intensa como insuficiente. Sea lo que sea que entendamos por modernidad โ€“ese concepto tan vapuleado por la ciencia polรญtica y la filosofรญa, por la crรญtica literaria y la historiaโ€“ resulta bastante claro que las sociedades que se han propuesto ser modernas lo han hecho atendiendo simultรกneamente a tres desafรญos: producir prosperidad, conferir autonomรญa y movilidad social a los individuos, universalizar los derechos.

La sociedad argentina aspirรณ durante cierto tiempo a cumplir con ese propรณsito. Hasta mediados de los aรฑos 60 se desarrollaron unas clases medias dinรกmicas, abiertas al mundo e innovadoras, en un paรญs en el que el proceso de sustituciรณn de importaciones habรญa producido una trama industrial y acelerado la urbanizaciรณn y la integraciรณn social, a la vez que articulaba algunos rasgos propios de la modernidad como la racionalizaciรณn de lo pรบblico y de lo privado, mientras que la integraciรณn de los sectores populares y el voto femenino extendรญan ampliamente la ciudadanรญa. Pero, en 1966, un nuevo golpe de Estado, liderado por Juan Carlos Onganรญa, un general integrista, marca un punto de inflexiรณn y el inicio de la consecuente reversiรณn de ese proceso modernizador. Esas franjas tradicionalistas de la cultura argentina, cuya “sensibilidad integrista โ€“en palabras de Oscar Terรกnโ€“ verรก amenazados los bastiones del orden cuando sus propios valores nacionalistas, espiritualistas y familiaristas se vean presuntamente carcomidos”, decidieron poner fin a una marcha cuyos contenidos de liberalizaciรณn de las costumbres, innovaciรณn de los lenguajes estรฉticos e igualaciรณn de las relaciones sociales fue por ellos percibido como la antesala de un proceso revolucionario destinado a subvertir el orden completo de la sociedad.

Desde entonces, la Argentina abandonรณ de hecho esa vocaciรณn y dio inicio a un proceso de desmodernizaciรณn que se ha ido cumpliendo progresivamente en las tres esferas antes mencionadas. En la primera se ha dado una desmodernizaciรณn de la estructura econรณmica, a causa de la continuada reprimarizaciรณn sufrida durante los รบltimos cuarenta aรฑos, con un creciente predominio de la economรญa extractiva basada en recursos naturales, acompaรฑada de la consolidaciรณn de una industria conducida por buscadores de rentas expertos en gestionar y obtener protecciones estatales o directamente contratos pรบblicos, alejada cada vez mรกs de la dinรกmica innovadora y competitiva del capitalismo avanzado y, mucho mรกs, del tardocapitalismo tecnolรณgico. Es una estructura econรณmica que puede eventualmente producir crecimiento, pero que no produce desarrollo.

En la segunda esfera, la de las formas de sociabilidad, la Argentina se distinguiรณ por sus rasgos igualitaristas y por su alta movilidad social, pero desde la dictadura instaurada en 1976, y mรกs acusadamente desde los aรฑos noventa del siglo pasado, no solo ha perdido dinamismo sino que ha invertido el sentido del progreso: si en una รฉpoca la mayor parte de la sociedad argentina tenรญa la certeza de que sus hijos vivirรญan mejor, hoy resulta evidente que, con la excepciรณn de los estratos mรกs altos, las condiciones de vida del conjunto de la poblaciรณn se han deteriorado en relaciรณn con las de generaciones anteriores, y se seguirรกn deteriorando en el futuro. Cada vez mรกs, el destino de las personas depende principalmente, como en las sociedades tradicionales, del lugar social en el que han nacido, y no de sus capacidades y propรณsitos. Una vez mรกs, origen es destino.

En la tercera esfera, la de creaciรณn de ciudadanรญa, la aspiraciรณn de universalizar los derechos civiles por medio de la incorporaciรณn de todos los miembros de la sociedad a la comunidad polรญtica, comenzรณ a revertirse al ritmo de la creaciรณn de una pobreza cuya magnitud y duraciรณn es una clara detracciรณn de derechos para quienes son excluidos y que alcanzan, ya, a una de cada tres personas. No hay ejercicio posible de la ciudadanรญa en la marginaciรณn material y simbรณlica.

A lo largo de estas cinco dรฉcadas el paรญs fue conducido alternativamente por las รฉlites que se pretenden modernizadoras y globales y por las que reclaman expresar el nacionalismo popular. Los resultados de los gobiernos de unas y de otras no han hecho mรกs que profundizar la espiral descendente en la que se sumerge la Argentina, juzgando por cualquiera de los indicadores internacionales: PIB por habitante, distribuciรณn del ingreso, educaciรณn, calidad de vida, รฉtica pรบblica, inserciรณn internacional.

Lo cierto es que ni el peronismo que regresa al gobierno el prรณximo mes de diciembre ni el actual oficialismo han estado interesados en reiniciar un proceso de modernizaciรณn atendiendo a las tres esferas que mencionรกbamos. El peronismo, bajo cualquiera de sus mรบltiples rostros, tiene una idea arcaica de las relaciones sociales y una concepciรณn de la economรญa en la que la industrializaciรณn no estรก percibida como un factor de modernizaciรณn sino como una estrategia de producciรณn y captura de rentas en mercados cerrados, con un Estado que entrega cotos de caza a empresarios que no son ni competitivos ni innovadores. Pero aquellos que, tambiรฉn bajo rostros diversos, se le han opuesto en estos aรฑos, carecen tambiรฉn de un afรกn modernizador; si bien impulsan algunos sectores econรณmicos de mayor dinamismo (como, por ejemplo, la producciรณn agropecuaria que, en Argentina, estรก dotada de alta tecnologรญa y resulta, en algunas actividades, sumamente competitiva a nivel global), no dejan de privilegiar actividades basadas en recursos primarios โ€“ademรกs de aquellos de origen agrario, minerรญa y energรญaโ€“ cuyo volumen y valor no podrรญa permitir un desarrollo equilibrado del paรญs. Se trata, de hecho, de una burguesรญa de muy pobre calidad intelectual, cuyo liberalismo se limita a la esfera de la economรญa siempre y cuando se ejerza desde posiciones de privilegio.

Esa alternancia de gobiernos que solo se han ocupado de promover los intereses de sus representados, indiferentes a lo que podrรญamos llamar el interรฉs general, ha reconfigurado la estructura social argentina: el viejo paรญs que aspiraba a una cierta homogeneidad de clases medias, movido por un fuerte impulso igualitario que permitรญa el ascenso social gracias a los bienes pรบblicos provistos por el Estado, dio lugar a una Argentina cada vez mรกs desigual. Las fuerzas centrรญpetas que durante buena parte del siglo XX hicieron confluir a los distintos actores sociales hacia ciertos sitios comunes โ€“representados, hiperbรณlicamente, por esa idea que sintetizaba un ideario polรญtico y social, “la escuela pรบblica”, que hasta el รบltimo cuarto del siglo XX fue la escena productora de una sociedad pretendidamente de igualesโ€“ se convirtieron en fuerzas centrรญfugas que comenzaron a desperdigar hacia extremos distantes fragmentos cada vez mรกs inconexos de la sociedad.

Es en esa sociedad en la que se produjeron los comicios del 27 de octubre. Esa no fue fundamentalmente una elecciรณn entre democracia y autoritarismo: ni entre democracia liberal y autoritarismo populista, como sostienen unos, ni entre democracia popular y autoritarismo conservador, como afirman otros. Fue una elecciรณn entre coaliciones que representan dos paรญses que no han hecho mรกs que dividirse, alejรกndose uno del otro no solo en tรฉrminos de ingresos y de riquezas sino en las formas mรกs insalvables de la distancia: el lenguaje, la imaginaciรณn, los contenidos del futuro que es posible pensar. Si la crisis de 2001 cristalizรณ la nueva estructura social de la Argentina, las elecciones de 2019 son las primeras en las que las formaciones polรญticas en disputa expresaron esa realidad.

Si las elecciones confirmaron la existencia de una fractura a la vez social, polรญtica y cultural โ€“una fractura que puede tambiรฉn ser leรญda en la larga duraciรณn de una historia nacional en la cual modulaciones diversas de esa divisiรณn aparecen sucesivamente, con nombres y rostros variados pero con contenidos muchas veces semejantesโ€“ hay en ella particularidades de un presente en el cual las divisiones que fueron caracterรญsticas del siglo XX estรกn perdiendo, si no han perdido ya, su poder explicativo. El voto que llevรณ a Alberto Fernรกndez al poder no es el voto obrero o de los sectores populares del primer peronismo ni el voto de las clases medias que se sumรณ a aquel en los aรฑos 70. Segรบn un informe de la consultora Synopsis, hubo tambiรฉn en estas elecciones una correlaciรณn entre nivel de ingresos y preferencias electorales, correlaciรณn que en 2015 y, especialmente, en 2017 no se verificรณ o cuando menos no lo hizo tan extendidamente como para que se pudiera considerar la principal causa de la decisiรณn de los votantes: en esas elecciones el todavรญa oficialismo ganรณ en numerosos distritos que tradicionalmente se habรญan identificado con las diversas variantes del peronismo. (Una de las principales crรญticas que debe hacerse al actual gobierno es que el desacierto de sus polรญticas econรณmicas restituyรณ, por asรญ decir, un componente “de clase” en las preferencias electorales de la poblaciรณn.)

Pero la distribuciรณn del voto en estas elecciones no se explica fundamentalmente por el nivel de ingresos, sino por la geografรญa: la fractura social es una fractura territorial, es decir, una fractura debida al tipo de relaciรณn que se mantiene con el Estado. La Argentina es un paรญs peronista en el norte, en el sur y en los conurbanos pobres de las grandes ciudades, y un paรญs no-peronista (ยฟantiperonista? No lo creo) en la franja central, desde Mendoza en la cordillera hasta Entre Rรญos en el litoral, incluyendo a Cรณrdoba, las zonas ricas de la provincia de Buenos Aires y naturalmente la Ciudad de Buenos Aires. El peronismo ganรณ allรญ donde la sociedad es mรกs dependiente del Estado, la producciรณn estรก mรกs primarizada, el nivel educativo es mรกs bajo y la calidad de la democracia local, juzgada con cualquier indicador internacionalmente reconocido, peor. Distritos en los que la sociedad civil es menos robusta, en los que el empleador principal es el Estado y la actividad privada es marginal. Por supuesto, no son esos los รบnicos votos que obtuvo la coaliciรณn ganadora: tambiรฉn entre votantes urbanos de alto nivel educativo โ€“cientรญficos, universitarios, artistasโ€“ su desempeรฑo fue bueno. El oficialismo triunfรณ en los distritos productivamente mรกs dinรกmicos, con nivel educativo mรกs alto, en los que las democracias locales son mรกs exigentes y competitivas y en los que hay una sociedad civil mรกs activa.

La polarizaciรณn territorial de los votos plantea problemas mรกs serios que la distribuciรณn social de los votantes. La distancia social, en contextos de movilidad social, polรญticas pรบblicas cohesivas y bienes pรบblicos de calidad, no es necesariamente disgregadora: las tensiones polรญticas que produce pueden, bien gestionadas, conducir a sociedades crecientemente igualitarias, con aspiraciones compartidas. Resultan en los paรญses socialdemรณcratas de la posguerra, y, aun mรกs, en una Europa unificada que pudo incluso compensar diferencias ya no solo de grupo o de clase, sino incluso de ingresos entre naciones. Aunque es evidente que se trata de un proyecto que atraviesa inmensas dificultades y tensiones, no por ello deja de ser el experimento social y polรญtico mรกs democrรกtico e igualitario que hemos conocido.

La fractura territorial es de otro tipo: se trata de la ruptura de los imaginarios comunes, de la conciencia de que los conflictos no son los que tienen actores distintos en el marco de un proyecto compartido, sino la contradicciรณn irredimible entre destinos divergentes y contradictorios, en la cual el รฉxito de unos significa el fracaso โ€“la derrotaโ€“ de los otros. La fractura social puede ser superada con polรญticas cohesivas. La fractura territorial es primero segregadora y finalmente disgregadora. La fractura social termina en una huelga general; la territorial, en un referรฉndum.

Las elecciones del 27 de octubre registraron la naturaleza de esta divisiรณn. Eso explica el contenido de los discursos de campaรฑa, el รฉnfasis de Macri en afirmar que “no somos como ustedes, ustedes que no cambian”, y el de Fernรกndez para seรฑalar que “ustedes son la piedra en el camino”: lo que no cambia, la piedra, el obstรกculo, el impedimento, la dificultad. Obstรกculo no en el proceso de construcciรณn de una casa comรบn, sino obstรกculo para “ser lo que se es”.

Ser lo que se es: he ahรญ una de las claves de las construcciones polรญticas de estos aรฑos. La polรญtica no como un modo de representar intereses y visiones del mundo, o para gestionar el conflicto, sino como una estrategia de supervivencia identitaria. La polรญtica como un modo de establecer los lรญmites del “yo”, como una herramienta de fijaciรณn inmovilista. Mรกs una afirmaciรณn del ser que un conjunto de prรกcticas de hacer y, en consecuencia, una herramienta para imponer la supremacรญa y no para resolver problemas.

Cada una de las coaliciones que disputaron el poder estรก incapacitada de reconocer quรฉ hay de verdadero en la otra, a la que solo percibe como una amenaza cuyo triunfo significa la imposibilidad de la propia existencia. Pero el temor que se arrojan entre sรญ no es infundado: cada coaliciรณn expresa ideas sobre la sociedad y la economรญa que solo pueden cumplirse a expensas del otro. Guiados, unos, por la ideologรญa de una globalizaciรณn acrรญtica motivada en la economรญa de la oferta y otros por la fantasรญa de la salvaciรณn por la demanda y la sobrevaloraciรณn del mercado interno, cada una solo puede cumplir sus propรณsitos a expensas de la otra. Rรบsticamente, a eso en Argentina se le ha venido llamando, desde hace unos diez aรฑos, la “grieta”. Con mรกs precisiรณn, Juan Carlos Portantiero lo llamรณ, hace medio siglo, “empate hegemรณnico”: una situaciรณn en la que “cada uno de los grupos tiene suficiente energรญa como para vetar los proyectos elaborados por los otros, pero ninguno logra reunir las fuerzas necesarias para dirigir el paรญs como le agradarรญa”.

La Argentina no podrรก salir de la trampa en la que se encuentra hasta tanto la sociedad no pueda dar forma a una nueva coaliciรณn polรญtica, una coaliciรณn reformista y transformadora que no confunda, como lo ha hecho el macrismo, modernidad con digitalizaciรณn de archivos ni sociedad justa con planes sociales; hasta que no pueda construir esa figura que Norberto Bobbio, en Derecha e izquierda, llamรณ el Tercero Incluyente, el que “tiende a ir mรกs allรก de los dos opuestos, englobรกndolos en una sรญntesis superior”, haciendo de esos opuestos, “en lugar de dos totalidades de las cuales cada una excluye a la otra, y como el anverso y reverso de la medalla no visibles simultรกneamente, dos partes de un todo”.

Hasta tanto la sociedad argentina pueda construir esa nueva coaliciรณn, el paรญs seguirรก dividido entre dos opciones conservadoras o, directamente, reaccionarias: un liberalismo conservador y un conservadurismo popular, y sumida en ese empate que, en verdad, es una persistente derrota colectiva. No es necesario gozar de especial lucidez para anticipar que una vez mรกs el resultado de las elecciones, que significa un รฉxito de algunos, concluirรก en el inevitable fracaso de todos.

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(Buenos Aires, 1960) es editor. Es el fundador y director de Katz Editores.


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