¿Corre el riesgo Venezuela de que el chavismo termine consolidando un Estado fallido? La incógnita luce macabra. Dos factores conducen a esbozar conjeturas en este sentido. El primer factor es el creciente aislamiento del que es objeto el régimen de Nicolás Maduro. Muchos pensaban que el sábado 23 de febrero, tras el ultimátum que emitió Juan Guaidó para que se produjera el ingreso de la ayuda humanitaria, sería el día de la batalla final. La gran toma de la Bastilla. La defenestración de Maduro. O un gran paso para lograrlo. No fue así. Los reflectores se enfocaron entonces en la posición que sentaría el Grupo de Lima. La expectativa que había sobre la reunión que sostendría este bloque el lunes 25 se sustentaba en el hecho de que el artículo 187 de la Constitución venezolana faculta a la Asamblea Nacional, que preside Guaidó y cuya mayoría controla, a autorizar el empleo de misiones militares extranjeras en el país. Y el país vive –a no dudarlo- una crisis humanitaria compleja que, ya está visto, no podrá resolverse con el vetusto modelo del socialismo del siglo XXI como paradigma. El Grupo de Lima actuó con prudencia: dijo no al uso de la fuerza y solicitó que el caso venezolano fuese elevado ante la Corte Penal Internacional dado que quienes se oponen al ingreso de la asistencia a Venezuela estarían incurriendo en crímenes de lesa humanidad.
El Grupo de Lima no sólo colocó una carta jurídica sobre la mesa, la de la CPI, en vez optar por una acción armada, a la que también se opone la Unión Europea. Hubo más. El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, que asistió a la cumbre celebrada en Bogotá, pidió a los países de América Latina que congelen los activos de Petróleos de Venezuela. Ya en enero pasado, Washington aprobó sanciones contra PDVSA: un duro golpe contra su flujo de caja: 80 por ciento de sus ingresos provienen de lo que factura a Estados Unidos. ¿Qué significan estas jugadas que vemos en el tablero? Que la estrategia para desalojar a Maduro del poder apunta (salvo que Estados Unidos opte por una acción quirúrgica sorpresa o por una acción bélica de mayor alcance; en ambos casos de modo unilateral) a asfixiarlo económicamente y a cercarlo con medidas contempladas en el Derecho Internacional y en el ámbito geopolítico. Ya apreciamos señales en este sentido. Maduro perdió su embajador en la Organización de Estados Americanos. El gobierno de Trump restringió recientemente la visa de Samuel Moncada, el diplomático chavista destacado en ese organismo: apenas puede desplazarse 40 kilómetros alrededor de Nueva York. Está impedido de asistir a la sede de la OEA, ubicada en Washington. Maduro tampoco tiene representante en el Grupo de Lima, que reconoce a Guaidó. Y el embajador designado por Guaidó, y quien ya ejerce funciones, es el diputado Julio Borges, fundador del partido Primero Justicia y figura emblemática de la oposición.
La estrategia consiste en convertir al régimen en un paria. En un reo lapidado por la comunidad internacional. Esto probablemente dé resultados si Maduro llegara a enfrentar problemas de gobernabilidad de una envergadura tal que liquiden el equilibrio del ecosistema chavista. Suena lógico: Venezuela es un caldo de cultivo. En ese caldo se cocinan la hiperinflación, la crisis sanitaria, la crisis alimentaria, la inseguridad personal, las protestas masivas. Pero esta estrategia es un arma de doble filo. Porque el acorralamiento del régimen, si falla la tesis de la implosión, también podría generar su entronización. Y no ya bajo la modalidad que hemos conocido hasta ahora sino bajo el signo de un Estado verdaderamente fallido. Con postales más crudas de las que hemos visto hasta hoy. Sin que se guarde ninguna forma. Y no es que Maduro las guarde de un todo, pero siempre se puede estar peor.
El segundo factor que luce altamente preocupante, y que puede ser una señal de que nos desplazaríamos hacia un escenario al margen de la civilización, es que comienza a apreciarse un desmembramiento de las fuerzas armadas. Este desmoronamiento de la institución castrense es delicado. Desde el pasado sábado, 411 militares han cruzado la frontera y se han quedado en Colombia. Se han sumado a la cruzada de Guaidó. Muchos lloran cuando los entrevistan. Se notan presionados. No quieren formar parte de una guardia pretoriana. ¿Y por qué se marchan los oficiales en lugar de quedarse en Venezuela y obligar a Maduro a que renuncie? La respuesta la dio hace poco el mayor general (retirado) Hugo Carvajal, una importante ficha del chavismo que acaba de deslindarse de Maduro. Antes, una mini biografía: Carvajal fue incluido en 2008 en la lista negra de la Oficina de Control de Activos (OFAC) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos por sus supuestos vínculos con el narcotráfico-FARC. Estuvo a cargo del aparato de inteligencia oficial por una década (dicen que entraba al despacho de Chávez sin anunciarse). Hace poco señaló que la Fuerza Armada Nacional (FAN) no se hallaba en capacidad de deponer a la “tiranía” porque está “subyugados a lineamientos cubanos”. El terror que ha sembrado el G2 es lo que mantiene en pie a Maduro. Los oficiales que han osado disentir han sido apresados y torturados. Caen en desgracia. Carvajal, que conoce al monstruo desde las entrañas y sobre quien se especula habría pactado con la DEA, sabe de lo que habla. Este terror es lo que explica que los oficiales se replieguen hacia Colombia. Se niegan a convertirse en esbirros. Carvajal sostiene que es clave desmontar el aparato de inteligencia cubano para que se pueda volver a tener control de las FAN. La cifra de los 411 militares que se refugiaron en Colombia todavía no es significativa. Habla de un éxodo incipiente. Diosdado Cabello alega que las fuerzas armadas están integradas por 280 mil hombres y mujeres. Visto así, es una pequeñísima cantidad. Lo relevante es lo que ello indica: que hay conmoción en los cuarteles. Que hay disenso.
La ascendencia de Maduro en la institución castrense no es clara. O no es monolítica. Y por ello recurre a grupos paramilitares. El 23 de febrero vimos cómo colectivos armados actuaron en la frontera con Colombia para obstaculizar el ingreso de alimentos, medicamentos e insumos médicos. Esto es también una sugerente señal: un Estado sólidamente constituido no apela a mercenarios para defender su soberanía. No es que uno espera que Maduro sea Alejandro Magno, pero el espectáculo de unos pistoleros actuando en la frontera es llamativo. Dice mucho del desmoronamiento de las fuerzas armadas profesionales y de su eventual reemplazo por un “ejército irregular”. Un país petrolero que antes estaba en la vanguardia (PDVSA punteaba en los rankings mundiales en su área) quedaría convertido en un santuario de grupos transgresores y con su población como rehén. El periodista venezolano Javier Ignacio Mayorca se refiere a este punto en un artículo publicado en su blog.
Mayorca recuerda que el chavismo lleva años preparándose para una “guerra popular prolongada” y subraya que, desde 2010, y, en particular, bajo la administración de Maduro, ha invertido seis mil millones de dólares en compras de equipos bélicos a China. Además, Diosdado Cabello precisa que la fuerza armada está compuesta por 280 mil hombres y mujeres y agrega que también cuentan con dos millones de milicianos. La milicia es un cuerpo creado por el chavismo (bajo su tesis de “pueblo en armas”) pero, según lo que pauta la Constitución, no forma parte, propiamente, de la estructura de la fuerza armada, que sólo tiene cuatro componentes: El Ejército, la Aviación, La Marina y la Guardia Nacional. ¿Podemos interpretar esta desproporción entre el número de miembros de la FAN y el de los milicianos (infinitamente superior) como una prueba de un desmantelamiento de facto de la institución castrense para dar paso al “ejército irregular”?
Puede que no sean dos millones. Puede que se haya exagerado la cifra para asustar al enemigo. Igual: el peso estadístico de los milicianos es mayor que el de las FAN. Otro dato: Diosdado Cabello advirtió en su programa de televisión Con el mazo dando que si se llegara a producir una intervención la respuesta sería una “guerra irregular”. Montarse en la jugada de una guerra irregular no es algo que se logre de la noche a la mañana. Una FAN a la antigua no le conviene a un Estado fallido. Se requiere otro empaque. Un empaque en el que habría que incluir otras bases de apoyo con las que cuenta el régimen: colectivos armados, la guerrilla colombiana, la unidad de élite llamada FAES, la policía política (Sebin). La opción militar extranjera para desalojar al régimen del poder es, desde luego, una apuesta arriesgada. Con un escenario tan complejo como el que se tiene en Venezuela constituiría un serio peligro. Pero lo irónico es que si a Maduro se le concede suficiente tiempo, el costo que puede pagar el país es que se podría desembocar en un Estado fallido capaz de cerrar las fronteras (como hizo el Doctor Francia en el Paraguay en el siglo XIX) para pasar a una fase de encapsulamiento de la cúpula chavista con un pueblo como rehén. En este momento eso suena a hipérbole y todo dependerá de cómo fluyan los acontecimientos. Si algo hemos aprendido los venezolanos en estas dos décadas, es que no hay verdades absolutas. La realidad hace trizas cualquier hipótesis en cinco minutos. Lo otro que hay que decir es que el descarte del uso de la fuerza internacional para desalojar a Maduro no necesariamente exonera al país de la violencia. La violencia podría sobrevenir vía explosión social. O porque ese “ejército irregular” aplaste a punta de pólvora cualquier manifestación masiva (y pacífica) que se produzca en contra del régimen. Por un camino o por otro, el fantasma de una salida cruenta está presente. El gran desafío es lograr una transición ordenada hacia la democracia.
(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).