Anillos

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En la magistral representaciรณn de San Agustรญn, en tamaรฑo natural, del pincel de Piero della Francesca, el obispo lleva guantes blancos y sobre lo guantes blancos trae pesados anillos. Llama la atenciรณn esta sobreposiciรณn. No nada mรกs a mรญ, Baroja en su Aviraneta habla de una tรญa suya que conociรณ al conspirador y dice: “Recordaba que en sus charlas [Aviraneta] decรญa que habรญa sido varias veces condenado a muerte, que tenรญa dos perros llamados Pรญramo y Tisbe, y que su mujer, Josefina, era un poco coquetona, le gustaba adornarse, emperejilarse y llevaba anillos sobre los guantes.”

Son estas curiosidades, digamos, no de propiedades del anillo, sino meramente de su posiciรณn en el atuendo. Mรกs interesantes son los anillos mรกgicos. El del sabio Salomรณn que le permitรญa la envidiable posibilidad de hablar con los animales. O ese otro anillo que permitiรณ a Cagliostro salir de Parรญs por la cuatro puertas de la ciudad al mismo tiempo. No vamos a explayar nada de esto, vamos a concentrarnos solo en tres inscripciones grabadas en el interior de las sortijas: una de Las mil y una noches, exuberante y mรกgica; otra en una sortija labrada en el frรญo norte europeo que expresa una lacรณnica fรณrmula protectora y otra que inquietรณ el agua de una fuente en el Parรญs del siglo XIX.

Inscripciรณn en el anillo de un beduino:

Un anillo con unas palabras mรกgicas grabadas en su interminable, repetitivo, interior –lacรณnica tiene que ser la inscripciรณn, no tanto por la notoria incomodidad del orfebre al trabajar la recรณndita entraรฑa de la sortija, sino porque no suele caber mucho en el curvo reverso de la joya, no hay lugar para un tratado, por ejemplo.

El hombre (¿dice haber sido en su juventud ligero, galante, oreado, tierno y no haber carecido de cierta pompa y cierta belleza?) se lo pone en el dedo รญndice, no en el anular, se despide de su gato Abuherrira, que como se sabe es muy devoto, y parte a ver mundo (¿es un comerciante en almizcle, ricos chales o cafรฉ que se ha unido a una caravana para andar por esos caminos de Dios y de los asaltantes en despoblado?)

El hombre no sabe ahora que รฉl no lleva el anillo, sino que el anillo lo lleva a รฉl, que รฉl no hace su voluntad, sino la del anillo. Cuando sea un asesino, lo sabrรก, y su sorpresa serรก tan grande que no se preguntarรก ¿por quรฉ no lo pensรฉ antes?, ni nadie, amigo ni enemigo, lo recordarรก impertinentemente: Te lo dije. De Dios es el Oriente y de Dios el Occidente; ร‰l guรญa a quien quiere por el verdadero camino. Y todos digan a una voz: Amรฉn.

Esta es la sortija oriental. Examinemos ahora, con monรณculo de joyero, el anillo que viene del norte.

El joven Goethe mira por la ventana situada en lo alto de una torre. Estรก solo y triste sentado en el suelo de madera lustrosa. No puede de melancolรญa de adolescente. “Ser joven es sufrir”, dice una introducciรณn a versos de Catulo. Goethe extrae de su dedo รญndice una sortija con un pequeรฑo diamante y graba con la joya algo en el vidrio. Quiere consolarse, pese a que recuerda esos versos sufรญes que dicen:

Para el siervo de Dios

el consuelo es el lugar del peligro

donde puede ser engaรฑado,

no la desolaciรณn, que es su lugar…

En el vidrio se lee una fรณrmula sapiencial, machaconamente repetida: Recuerda que esto tambiรฉn pasarรก. Y ahora piensa el joven Goethe que habrรญa que grabar el mantra en el curvo interior del anillo, porque si tienes un pesar, recuerda que pasarรก, si tienes una alegrรญa, tambiรฉn recuerda que pasarรก, y no olvides que, como decรญa Herรกclito, “el relรกmpago es el padre del mundo”, medita el joven Goethe… Esta es la ecuรกnime sortija neoclรกsica.

Muy distinto es el anillo perdido en el Parรญs decimonรณnico y troquelado en el fuego de la locura.

El poeta estรก en la iglesia, no reza, pero su actuaciรณn revela intensa devociรณn, de pronto se estremece, ha comprendido que estรก por caer un brusco cataclismo que harรก perecer el mundo destruyรฉndolo todo. Entonces recuerda algo y con ansiedad paroxรญstica sale corriendo del templo, y corre desesperado por el empedrado del sรณrdido callejรณn hasta desembocar en una plaza, en la plaza se alza una fuente de boca redonda. El poeta corre hasta ella, se saca el anillo a toda velocidad y como sea lo arroja al agua. Despuรฉs se sienta al borde de la fuente y respira aliviado. Con la inmersiรณn del anillo el poeta ha logrado conjurar el fin de todo en el imperio de las tinieblas.

La sortija del poeta tenรญa escrita en su interior una precisa fรณrmula mรกgica de salvaciรณn, abracadabra que por desgracia no fue preservado y ya no estรก a nuestro alcance. …

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(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.


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