Es difícil explicar qué hace exactamente un editor. Son muchas cosas distintas, toca muchos palos, agita, corrige, difunde, anima, elogia, critica, empuja, coordina… Y además cada editor lo hace de una manera distinta, con un estilo diferente, una combinación propia de los ingredientes comunes y los toques personales. Pocos han logrado un cóctel tan perfecto e inimitable como Antonio López Lamadrid, Tony López, director general de Tusquets Editores hasta su muerte el pasado 21 de septiembre, y alma y motor de la editorial junto a su pareja, Beatriz de Moura.
Tony presentaba su llegada al mundo editorial casi como un momento de descuido, cuando en una etapa de indefinición profesional, falto de entusiasmo por los negocios textiles familiares y dispuesto a echar una mano en las precarias cuentas de una pequeña editorial, sin comerlo ni beberlo se vio con despacho propio. Así, casi sin querer, porque con él todo parecía fácil y divertido, arrancó una fructífera carrera de editor, justo en un momento decisivo de los libros en España, cuando llegaba la hora de que las editoriales independientes surgidas de la efervescencia cultural de los años sesenta se consolidaran o desaparecieran.
Su olfato empresarial, genético y multidisciplinario, propició la expansión por América Latina (en Argentina y México, le quedó pendiente, como solía añorar, la “pata” colombiana); la inauguración de nuevas colecciones de narrativa (Andanzas), de historia y memorias (Tiempo de Memoria), de bolsillo (Fábula y MaxiTusquets); la puesta en marcha de premios (Tusquets de novela, Comillas de biografía y memorias). Huelga decir que Tusquets superó sobradamente la prueba de la consolidación, hasta convertirse en una de las editoriales fundamentales en lengua española de los últimos cuarenta años, con innumerables éxitos de crítica y de lectores.
Más allá de su contribución a ese logro, Tony trasladó a la edición un instinto natural y una indudable capacidad para el disfrute. “Hay que divertirse”, “Vamos a divertirnos”, “Hay que hacer cosas divertidas” eran las frases con que le gustaba terminar las reuniones. Libros nuevos y distintos, cenas, comidas, viajes. Y un instinto natural e indudable capacidad para la amistad, para entablar y recuperar lazos afectivos con la gente. Por eso el 23 de septiembre más de 600 personas abarrotaban el Tanatorio de Les Corts de Barcelona, abonando en lágrimas y cariño las innumerables deudas de amistad y generosidad que habían quedado pendientes por su tan esperable como inesperada marcha.
Porque la generosidad de Tony se extendió hasta el último minuto de su vida. Logró proyectar tal imagen de normalidad, de alegría, de buen humor, que pese a la evidente enfermedad logró crear la ficción de que todo estaba bien, de que todo seguía siendo fácil y divertido. Así en la inmensa fiesta que en junio celebró los 40 años de la editorial, o cuando hace apenas un mes citaba a comer para mediados de octubre, planeaba la feria de Guadalajara y sostenía que para el verano que viene quería la misma casa en Menorca “porque mejorarla, imposible”. Era tal la fuerza que siempre le acompañaba, ese halo que tiene cierta gente de que es capaz de todo, de que basta con hacerles caso, que le creíamos. Nos engañaba él y nos engañábamos nosotros, pero no se engañaba a sí mismo, con una entereza casi sobrehumana.
Cuidadosamente dejó dispuestos unos consejos no vinculantes que aclaraban cómo quería su funeral. Qué camisa quería llevar, cómo disponerlo todo, qué música debía sonar (un poco de Bach, un poco de góspel), quién quería que hablara. Me cupo el triste honor de ser elegido como amigo, junto a Riccardo Cavallero como colega editor y su hermano Luis López en representación de la familia. Permítanme que les deje con la oración leída en ese momento, escrita en caliente con la emoción del amigo perdido:
Queridos amigos, porque ha sido bajo este título de amigo bajo el que Tony dispuso que en esta circunstancia aciaga compareciera hoy aquí ante todos vosotros, que compartís también esa misma condición magnífica de la amistad.
Sabed que Tony se sentía un privilegiado por la vida que había vivido. Pero estamos aquí esta mañana, interrumpiendo los asuntos y atentos al corazón, para una despedida muy excepcional. Sobre todo habida cuenta de la personalidad del viajero que nos dice adiós. Un especialista en fugas después de pagar la cuenta.
Fijaos en él, en su trayectoria. Recordad las manifestaciones particulares de su afecto, sus ejercicios de proximidad y de cariño. Recuperad la memoria de su conversación, de su consejo, de su risa, de su generosidad, en suma de su amistad.
Tony nos imaginaba en esta situación en la que nos iba a colocar su marcha. Y nos daba el encargo de superar la tristeza de su ausencia, incluso con algún recurso extraordinario como el del champagne. Tony llevaba mucho tiempo consciente de la inminencia de su final. Preparaba con todo detalle su despedida pero, entre tanto, se ocupaba de que le contrataran, por ejemplo, el pago por visión del último partido del Barça.
Aceptó la situación con término cronológico tasado cuando la supo irremediable. Fue capaz de no entristecerse, tampoco quiso entristecernos. Rehuyó las curvas tramposas de agosto para no perturbar el descanso de los demás. Se sabía morir pero, mientras habitaba entre nosotros, supo aguantar el tipo sin recluirse en tenebrismo alguno con una naturalidad admirable.
Tony permanecía inmune a esa tendencia de quienes enseguida se hacen portadores de la adversidad y se entregan a suscitar pena y a merecer compasión. Nunca noticia de la propia tristeza, siempre interesado por concurrir a nuestras alegrías
Con cintura torera, Tony había estado eludiendo hablar de la proximidad de su marcha, excepto con los
profesionales de la medicina o los que debieran atender a los detalles y enlazar los cabos sueltos para mejor garantizar las continuidades que tanto quería asegurar a base de sus “consejos no vinculantes”.En los demás asuntos ensayaba la cercanía, intentaba congregar a los amigos, compartía con ellos los proyectos, las vacaciones, el Mediterráneo, la navegación, Menorca y, luego, el Cantábrico, los paisajes de Comillas, la buena mesa, los buenos vinos, el paraíso de su infancia, el recuerdo de alguna aventuruca en un praduco por la que tan interesado se había mostrado en lejanos días el párroco del lugar.
Su elegancia natural, compatible con dosis variables de desaliño indumentario, le inducía hacia un desprendimiento característico. Así se explica que nos haya querido evitar el espectáculo, tan instintivo como angustioso, de quienes se aferran a la prórroga desesperada, por muy penosa que sea la condición de la supervivencia y por mucho que sea el dolor que suponga añadir a los más próximos.
Vuelvo a nuestro amigo Tony. A media distancia cualquiera de nosotros habría pensado encontrarse ante un príncipe del Renacimiento al que todo le hubiera sido dado de antemano. Él nunca habría enmendado esa imagen. Pero Tony estaba mucho más cerca del self made man que de quien vive al pairo fuera de los avatares de la fortuna. Otra cosa es que jamás exhibiera el sudor de su frente.
El imperio de Tusquets Editores, del que acaba de hablarnos Ricardo Cavallero, resulta de una conjunción de talentos, de habilidades, de saberes, de entendimientos, que muchas veces se vieron desafiados y que lograron superar las dificultades.
Lo edificaron Beatriz y él con sus propias manos con inteligencia probada para el recado y para el polinomio, con don de gentes, con el arte de la conversación, con la disposición a la escucha, con la atención aplicada, que es el bien más escaso de todos, el que devuelve al interlocutor la condición de persona y le hace sentirse portador de interés.
Así ganó también Tony en buena parte la amistad de quienes aquí estamos. Era fácil quererle porque nos sabíamos queridos por él. Interesado por nuestras alternativas. Sentíamos su generosidad discreta pero terca, sin apabullar.
Que Tony nos quisiera ha sido una fortuna. Solo ha pedido seguir viviendo en nuestra memoria. Una petición que se ha ganado limpiamente y que seguirá siendo un signo de distinción entre todos nosotros, sus amigos que aquí estamos. Beatriz, su familia y sus colegas serán testigos de cómo cumplimos. ~