Maurice Blanchot pertenece a una promociรณn de notorios: Sartre, Camus, Beauvoir, Nizan (รฉste, pรณstumo), Merleau-Ponty, Lรฉvi-Strauss, Lacan. Tenemos retratos abundantes de ellos, grabaciones, filmes. De Blanchot, apenas, una foto. Fue enfermizo y agรณnico, nunca supimos si estaba vivo o muerto. Un dรญa, nos llegรณ la noticia de su final, cercano al siglo de vida. Carente de rostro, sigue siendo un descarado. Tambiรฉn, un descarnado, como su prosa. Tales โcarenciasโ tienen su ventaja: el haber eludido las modas de la alta costura letrada parisina: surrealismo, existencialismo, estructuralismo, posmodernidad. Si se rastrean sus tradiciones, el inventario es variopinto y hay que buscarle un secreto hilo rojo que las anude: Hรถlderlin, Mallarmรฉ, Kafka, Artaud, Borges (otro notorio de su quinta, รฉste tardรญo). Filosรณficamente, puede ligรกrselo a Heidegger, que aparece aquรญ y allรก en sus escritos, pero no de cuerpo entero sino desmenuzado y apuntando a su discรญpulo Gadamer. El maestro es monolรณgico, el discรญpulo es dialรณgico: escribir y su secuela โpensarโ es un ejercicio de diรกlogo y discusiรณn del uno con el otro, dos amigos y adversarios que intentan definirse mutuamente en eso que Blanchot llama lโentretien infini: una entrevista infinita. Entretenir es entretenerse, tenerse entre varios, mantenerse, sustentarse.
Me quedo con dos nombres de tal tradiciรณn. Kafka le interesรณ y admirรณ, con su destino de exclusiรณn e impotencia que lo llevรณ a considerarse muerto mientras escribรญa, a escribir desde una imaginaria muerte o sea a ser radicalmente alguien que escribe y no un escritor. Borges, lector de Mauthner, que fue maestro de Kafka, por ser artesano del artificio y la ficciรณn, dos de los mรกs nobles nombres de la literatura: la unidad inagotable de un libro y la saciada repeticiรณn de todos los libros en clave impersonal (aquรญ Borges reitera a Valรฉry). La duplicaciรณn borgeana deroga la originalidad y la idea misma del origen. Podemos pensar, eso sรญ, la enumeraciรณn de todos los posibles del mundo, el indecible y abominable Aleph. Afortunadamente, nuestras pobres palabras no consiguen abarcarlo, apenas a calificarlo de inconcebible, como su referencia: el universo. Asรญ negamos la irrealidad e intentamos construir la realidad del cosmos. El castillo del agrimensor K., el encuentro inefable con Almotรกsim, la victoriosa tortuga de Aquiles, el hombre que no llega nunca a serlo y estรก siempre por ser. Mallarmรฉ, mรกs que un antepasado, es una insistencia en Blanchot.
Imaginรณ trabajar con lo posible, en la libertad del arte, teniendo como meta utรณpica la relaciรณn pura, ajena a tener, poder, saber, poseer, enseรฑar, amaestrar el lenguaje de un ser escasamente humano, el pensamiento que, enfrentado con la imposibilidad de pensar, se vuelve poesรญa. Algo que no sea la ambigรผedad significante de la alegorรญa, signo concreto que remite a una abstracciรณn (la zorra que significa la astucia) sino la in-significancia del sรญmbolo, sรณlo dable en la mรบsica. Esta ineficaz tarea promueve incontables experiencias simbรณlicas pues toda obra seรฑala su mรกs allรก, que no es su extraรฑeza, sino su propiedad.
Vladimir Weidlรฉ y Gabriel Marcel consideran un error de Mallarmรฉ la propuesta de una palabra pura. Blanchot lo defiende: este error nos ha dado a Mallarmรฉ. Todo artista se hace identificando su error e intimando con รฉl, porque es la clave de su productividad. Un signo absoluto, misterioso, arbitrario, secreto, unidad consigo mismo y que sรณlo se significa a sรญ mismo, es ajeno a la palabra, รบnicamente aparece en un arte sin palabras. La palabra sรณlo puede aspirar a ser poรฉtica, a decir lo รบnico sin decir lo mismo. Nada menos. Acaso sea el singular misterio de la palabra y no conviene perderlo ni confundirlo con, justamente, la confusiรณn.
En esa encrucijada se sitรบa la literatura. Se encamina a su mismidad, o sea hacia su desapariciรณn. Mientras no alcanza la meta, maniobra y subsiste. He aquรญ la paradoja de su persistencia. Es un ejercicio, una praxis, no una instituciรณn. Dicho al revรฉs: si se institucionaliza, se aniquila. Por nuestra parte, vivimos una feliz รฉpoca en la cual los gรฉneros se disuelven y al mundo no le interesa la literatura. Los escritores publican antes de escribir, el pรบblico recibe y transmite sin oรญr, el crรญtico comenta sin leer.
Se escribe siempre en algรบn momento de la Historia, al cabo de incontables historias, pero se debe escribir como si el arte y el mundo no hubiesen existido nunca y estuvieran a punto de nacer. Lo que importa es la bella promesa de ser, no el haber sido, el ser sido. Dado que la literatura opera con el lenguaje y รฉste niega la inmediatez de las cosas al nombrarlas, al convertirlas en ausencia, el devenir se impone. De nuevo Mallarmรฉ: digo โla rosaโ y la hago desaparecer de las florerรญas y los libros de botรกnica. Ya puede incluirse en el poema, sin tocarla mรกs, como dictamina Juan Ramรณn.
Hay una sola verdad en lo que se escribe: su tendencia a un esencial anonimato. Todas las firmas, incluida la de este artรญculo, son pseudรณnimos de ese Don Nadie. Ahora bien: entre el anรณnimo escritor y el desconocido lector se teje una dialรฉctica. Seรฑor y siervo, alternativamente: el escritor somete al lector por medio del texto y viceversa, por la lectura.
Blanchot propone pensar contra sรญ mismo, poniendo lรญmites provisorios a una potencia infinita que transmutamos en devenir. Es una propuesta romรกntica, si por romanticismo entendemos ese intento de lรณgica de lo infinito que formula Walter Benjamin. Blanchot admite cierta obsesiรณn por lo infinito, no a la manera del mรญstico, que lo abarca en el รฉxtasis, sino como el hombre histรณrico, que lo elabora en devenir disponible. Es un desciframiento constante y sin fin: el libro siempre futuro, la entrevista interminable, el espacio literario. No se trata de una hermenรฉutica (Heidegger) sino de una dialรณgica (Gadamer). Mรกs allรก del tiempo y el espacio โdicho mรกs claro: de la muerteโ, se genera el tipo humano histรณrico, โdesรฉrtico y laberรญnticoโ. Es un sรญ mismo inagotable, no su riqueza sino su insaciable pobreza, la sed que crece al beber, un deseo de verdad que construye las ruinas de la Verdad.
De modo similar, el ser nace de un principio que es carencia, grieta, brecha, erosiรณn, desgarro, intermitencia, privaciรณn, la vida como algo โdesfalleciente, huidizo, inexpresableโ, salvo cuando la mรกs feroz abstinencia se convierte en grito, que es donde Blanchot se encuentra con Sartre a travรฉs de Heidegger, quizรกs a pesar de Heidegger, que tambiรฉn, en sus buenos momentos, pensaba contra sรญ mismo. El fondo propio de la realidad es el vacรญo โincircunscriptoโ e โindeterminadoโ, inalcanzable al conocimiento profano excepto, precisamente, como nulidad, al revรฉs del mรญstico. La libertad puramente humana, si se prefiere. Ese gran hueco puede llamarse Dios, vacua garantรญa del Creador que ha dado lugar, que ha dado un lugar, a cuanto existe. Es un รกmbito nocturno donde arde la luz del deseo. Allรญ se remueve la palabra, irreprimible y basada en su propia imposibilidad de decirlo todo para siempre, cuyo apoyo ficticio es el Ego. Tiene presente su vacuidad, al tiempo que la niega al afirmar su fuerza negativa, la determinaciรณn. Nos determinamos al decirla partiendo de su indeterminaciรณn. Otra vez: ejercemos nuestra profana libertad.
Estas labores tienen lugar en el arte; lo hacen tal lugar. Hay algo que distingue a la obra de arte y es su calidad de perpetua presencia. Ni mejorรญa ni progreso, sino renovaciรณn y afirmaciรณn. Certifica nuestra verdadera fecha de nacimiento porque es nuestro รบnico contacto con el origen que, al aparecer en la obra, es una construcciรณn nuestra. Por remota que sea โ el bisonte de Altamira โ nos sorprende, nos asombra, se nos presenta como legible, nos incita a descifrarla. Es misteriosa sin ser un misterio: es enigmรกtica. Formulada en alguna retรณrica fechada, sin embargo se proclama inmortal. Nos muestra que somos en contra de ser siempre los mismos. Ciertamente, la obra de arte se da en la historia mas la libera de su temporalidad, que es muerte. Colma la dicha del instante pleno y nos atormenta, enseguida, cuando nos ponemos a inteligirla, cuando la vemos como problema. Si la consideramos en sรญ misma y dentro de sรญ misma, en su veracidad, se nos da como absoluto. No es el absoluto absuelto por las religiones, que apelan a un mรกs allรก dado y perpetuo, sino que lo hemos hecho por nuestra cuenta.
Vista histรณricamente, esta propuesta blanchotiana es una posible definiciรณn de la modernidad. Enemiga del vacรญo, decreta la plenitud de la obra, de la praxis humana. Claudel, catรณlico, alaba a Dios por haber creado la finitud, es decir: la muerte. Valรฉry, agnรณstico, nos invita a ir hasta el fondo de lo finito para explorar lo inagotable.
Hay mรกs: la definiciรณn subsecuente de nuestra รฉpoca como decadencia. Un tiempo capaz de revoluciones y futurismos, atraรญdo por lo rechazable, crรญtico con sus propias preferencias. Peralta al artista olvidado que se complace en serlo. El hombre ha perdido sus esencias y la realidad se ha vuelto una utopรญa. Disuelto en las exactitudes de la ciencia, el ser se complace en su libertad negativa. ยฟQueda alguna esencia histรณrica en nuestros dรญas? Sรญ, paradรณjicamente, la discontinuidad fragmentaria de lo que consideramos hechos histรณricos. Lo han seรฑalado algunos abarcantes narradores. Robert Musil (El hombre sin atributos), con su mezcla de aristรณcratas del intelecto y anarquistas desnortados, nos ofrece en su Cacania un monumento en ruinas, en tanto Thomas Mann (La montaรฑa mรกgica) hace el monumento de una ruina, un enorme fragmento de novela educativa sin posible culminaciรณn. Tal vez se ha perdido el legado religioso de Israel, que fundรณ la idea de historia, el conjunto de las relaciones humanas con Dios, temporalizadas, que configuran lo histรณrico, donde la voz de los profetas puebla el desierto del futuro con una narraciรณn. Podemos pensar, a partir de Blanchot, que esa narraciรณn despedazada e impracticable, es una nueva historia y que nuestros tiempos, como todos los tiempos para sus coetรกneos, son tiempos nuevos, aunque se despeรฑen por el vertiginoso barranco de la decadencia. ~
(Buenos Aires, 1942) es escritor. En 2010 Pรกginas de Espuma publicรณ su ensayo Novela familiar: el universo privado del escritor.