Mรฉxico carece de una instituciรณn dedicada a la preservaciรณn, el cuidado y el estudio de un patrimonio importante: los archivos de sus escritores. Me refiero de nuevo a esto en la esperanza de que las nuevas autoridades del CONACULTA, presidido venturosamente por Rafael Tovar y de Teresa, lo consideren.
Los archivos de escritores (cuadernos de trabajo, borradores, diarios, correspondencias, imรกgenes) son complemento relevante para su estudio e instrumento de intermediaciรณn entre sus obras y los lectores. Los archivos, esas narrativas รญntimas, irradian luz paratextual sobre los escritores en la intimidad de su laboratorio ante sรญ mismos, ante los otros, ante el lenguaje y su tiempo. Pero tambiรฉn son valor agregado para la cultura literaria de un paรญs: ese precipitado clave de la manera en que un pueblo se enfrenta a sรญ mismo y al mundo.
El cuidado de los archivos de escritores no se asume institucionalmente en Mรฉxico. El interรฉs se detiene en la historia mexicana (esa laboriosa forma de la amnesia) y en la plรกstica. La Cineteca y la Fonoteca indican una ampliaciรณn encomiable que, en fin, enfatiza la indiferencia hacia la historia literaria. Hay excepciones, claro, en algunos archivos al cuidado de la UNAM (que recibiรณ hace poco el de Luis Cardoza y Aragรณn), El Colegio de Mรฉxico (el de Tomรกs Segovia) y el INBA (que ahora cuida la Capilla Alfonsina, y debe recuperar los papeles –no pocos malhabidos—que coleccionรณ Miguel Capistrรกn).
Durante siglos fue raro que los archivos encontrasen un destino รบtil y digno. Los descendientes guardaban respetuosamente el archivo un tiempo: si habรญa mala suerte, los ladrones y oportunistas saqueaban lo mรกs valioso (a veces sin siquiera esperar la muerte del escritor); si la suerte era pรฉsima, el destino era la basura. Despuรฉs, la mejor de las suertes comenzรณ a ser la venta de los archivos a las bibliotecas norteamericanas. ¿Quรฉ hacer, si Mรฉxico no ofrece una alternativa confiable?
Claro, Princeton o Austin, bien financiadas, y sobre todo conscientes del valor de los papeles, atraen el interรฉs de escritores o herederos: ofrecen seguridad y, obviamente, un pago que para algunas familias es urgente. No son pocos los escritores mexicanos que venden sus archivos en vida con el mรบltiple beneficio de ganar espacio, certidumbre y algo de dinero. No mucho, por cierto, si le hemos de creer a Helena Paz Garro quien declarรณ que la Universidad de Princeton le dio 400 mil pesos por los papeles que guardaba de sus padres.
No tengo idea de cuรกnto habrรก pagado Princeton por otros archivos (que administra, dicho sea de paso, con enorme eficiencia). La “Manuscripts Division” tiene, por ejemplo, los de Bernardo Ortiz de Montellano, Carlos Fuentes –que lo vendiรณ en 1995— y mรกs recientemente los de Augusto Monterroso, Juan Garcรญa Ponce, Margo Glantz, Jorge Ibargรผengoitia, Vicente Leรฑero, Sergio Pitol, Alejandro Rossi, asรญ como la colecciรณn “Octavio Paz” de Jean-Clarence Lambert.
Mรฉxico debe ofrecer una alternativa para detener la fuga de ese capital intelectual. Un paรญs moderno aprecia en sus escritores a los cartรณgrafos รบnicos e irrepetibles de su alma recรณndita. Debe apreciarlos y propiciarlos. A veces lo hace el Estado, como el suizo o el francรฉs; a veces lo hacen las universidades, como en Estados Unidos; o bien fundaciones e institutos que reรบnen patrocinio estatal y subvenciรณn privada, como la benemรฉrita Residencia de Estudiantes de Madrid (para mi gusto el gran modelo).
En Mรฉxico no hacemos (casi) nada. Y lo poco que hacemos es cosmรฉtico y trepidante: homenajes eternos, bibliotecas-altares costosรญsimas, premios literarios con bolsas fastuosas. Urge un equivalente literario del Archivo Histรณrico CONDUMEX o del Centro de Estudios de Historia de Mรฉxico CARSO. A fin de cuentas, el sentido de la historia –para glosar a Mallarmรฉ– es terminar en literatura.
Estamos a tiempo. ¿Estamos a tiempo?
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.