¿“Cambio”? No, “crisis” climática

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Hace poco, en una entrevista con el periódico La Prensa, el canciller David Choquehuanca contó algo curioso. Dijo que Evo Morales no concuerda con que al “cambio” climático se lo llame así, pues la denominación correcta tendría que ser “crisis” climática.

A muchos lectores, pasmados con la declaración de Morales en la reunión sobre cambio climático que se realiza en Bolivia (en la que atribuyó la homosexualidad a una intoxicación con pollos hormonados y la calvicie a los transgénicos), esta observación del presidente boliviano les parecerá insulsa o, con más probabilidad, incomprensible. Pero tiene un significado ideológico que puede ser interesante discutir.

En política interna, Morales ha sido un ferviente partidario del “cambio”. Su éxito político se debió al deseo de la sociedad boliviana de voltear de arriba abajo el modelo económico y político “neoliberal” de los años 90. Morales satisfizo esta demanda con un programa que es la imagen reflejada en el espejo, es decir, invertida, de la agenda que se cumplió en el país en la década mencionada. Frente a la privatización de las empresas, su nacionalización; frente a la “economía orientada hacia afuera”, el fortalecimiento del mercado interno (no así el de la producción doméstica, pero éste es otro tema); frente a la promoción de la gran inversión privada, la restricción de ésta y el fomento de la inversión pública. Lo mismo en la esfera estatal: cada institución “neoliberal” fue reemplazada por otra “plurinacional”, que es como se denominan todas las organizaciones, medidas y leyes del nuevo régimen.

Bolivia está viviendo, entonces, un enorme proceso de demolición y reconstrucción del Estado que lleva el nombre oficial de, justo, “proceso de cambio”.

Por tanto, para Morales el concepto de “cambio” es siempre portador de parabienes. Por eso se resiste, con candor, a emplear esta palabra, que considera “suya”, para nombrar un fenómeno negativo como el cambio climático. Él piensa, como sabemos, que el capitalismo es el culpable del aumento de la temperatura del planeta. Pero el capitalismo no puede producir “cambio”; sólo es capaz de generar “crisis”: la financiera, la social y también, claro, la climática. De ahí su propuesta lexicológica.

Los teóricos que apoyan y orientan el “evismo” tienen esta misma concepción, aunque la expresen, como es obvio, de forma más sofisticada. Pero también son acríticos admiradores y constantes impulsores del cambio social. Y si leemos a los autores internacionales de las corrientes radicales de moda, encontraremos en sus obras esta misma sacralización del cambio.

Ahora bien, sólo puede confiar así en el cambio el que piensa que éste siempre será positivo. Y para creer eso hay que suponer que existe alguna clase de ley histórica que logra que todo sistema social nuevo sea necesariamente mejor que el anterior. Esta es la clase de creencias que el marxismo ha depositado, como huevos de serpiente, en la mente de muchos pensadores contemporáneos.

Por desgracia, tal ley histórica no existe. A veces los cambios sociales pueden ser tan catastróficos como los naturales. La revolución rusa, por ejemplo, fue un verdadero cataclismo, de una duración inhumana, y es discutible que lo que consiguió no lo hubiera logrado este país, y mejor, en caso de no haberse entregado con tanto desenfreno al culto del cambio.

Las actitudes conservadoras siempre se critican, y con razón. Pero tan peligroso como el inmovilismo, o más, puede ser el progresismo ciego. Y el “cambio” climático está allí, para recordárnoslo.

– Fernando Molina

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Periodista y ensayista boliviano. Autor de varios libros de interpretación de la política de su país, entre ellos El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales (2009).


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