Camino hacia la nada y el todo

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Vivir es una obra maestra es la cuarta recopilación de la obra poética de Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924), tras aquella primera, y ya lejana, Poesía escrita, aparecida en el Perú en 1976. Este reciente compendio muestra una literatura en permanente interrogación, incómoda consigo misma, siempre a la búsqueda de sus raíces últimas, de la manifestación más cuajada de su propia sustancia estética. En este proceso evolutivo observamos tres etapas: la que va desde su primer conjunto de poemas, Cuatro parábolas del amor divino (1943), hasta Tema y variaciones (1950); la que se extiende desde éste hasta Ptyx (1980) —aunque dicha etapa ya estuviera plenamente cumplida con Arte poética (1965)—; y la que abarca sus tres últimos volúmenes: Celebración, Sin título y Nudos (2002).
     Eielson fue un poeta muy dotado y muy precoz: con 19 años escribió sus primeros poemas, y con veinte fue capaz de componer los deslumbrantes versos de Reinos. De hecho, en sólo siete años, de 1943 a 1949, escribió diez libros, aunque todos muy breves. En tres de ellos cultiva la poesía religiosa, y en otros cuatro recrea figuras de la literatura y la mitología universales. Los primeros —Moradas y visiones del amor eterno, Cuatro parábolas del amor divino y Primera muerte de María— revelan un impulso amatorio y exclamativo, de raíz mística. Los segundos —Canción y muerte de Rolando, Antígona, Ajax en el infierno y En la Mancha— exhalan un aliento épico y manejan un lenguaje recamado y metafórico, pródigo en paradojas e imágenes suntuosas. Su musicalidad le debe mucho al versículo, que, en Ajax en el infierno, se mezcla ácueamente con el verso y el fragmento en prosa, y se dispone en eficaces bloques narrativos. Sin embargo, algunos rasgos de esta producción primera sugieren ya los cambios por venir en la poesía de Eielson, o sus obsesiones. Es interesante observar cómo estos mitos y personajes de la antigüedad son trasladados al mundo moderno: Antígona, por ejemplo, se enfrenta a aviones y ametralladoras; y Sancho Panza duerme junto a un campo de fútbol. Las imágenes, por su parte, presentan una deriva irracional, visionaria, es decir, contemporánea. Y la muerte —a la que el pensamiento existencial ha conferido un peso singular en la conciencia del hombre— acude con presteza a los labios del poeta. En los otros tres libros anteriores a Tema y variaciones Reinos, Bacanal y Doble diamante— se acentúa la convivencia entre un clasicismo barroco y arcaizante, y una dicción vanguardista y experimental. En el breve y violento Bacanal asistimos a un choque constante entre lo celestial y lo infernal, lo delicado y lo atroz, el feísmo y el preciosismo. Así arranca el libro: “¿Conocéis la imprenta del bruto que reina, come y caga/ enjoyado en su trono de hierro y papiro?”
     En 1950, Tema y variaciones deviene un punto de inflexión en la poesía de Eielson. Sus poemas dejan de explicar historias, y se hacen metapoéticos y ensimismados. El lenguaje irrumpe en ellos como realidad única y absoluta, y despliega todo su potencial autorreferencial: paronomasias, malabarismos fónicos, repeticiones y permutaciones, con un fin lúdico y desacralizador, que lo emparienta con la obra de Oliverio Girondo y Nicanor Parra. También afloran los juegos visuales y los caligramas —hay un poema con forma de pájaro—, como consecuencia natural de la condición de pintor de Eielson. Sin embargo, el libro no ha olvidado la dimensión metafísica de su pensamiento, o su preocupación por la identidad, como demuestran los poemas “Caso nominativo” y “Misterio”.
     En su siguiente poemario, Habitación en Roma, Eielson avanza en el despojamiento del lenguaje, que se vuelve coloquial, incluso conversacional, aunque sin perder su función extrañadora, por su disposición física en la página y por sus recursos interiores (sobre todo, repeticiones y enumeraciones). La persistencia de cierta brutalidad expresiva, que gusta de lo soez, y del sustrato irracionalista, establece una saludable tensión con la textura crecientemente llana de sus ritmos. El verso se concibe como “exquisitez y balazo”, y el poema como “escultura de palabras”. Pero la abstracción sigue sin ser total. Ahora, a la incesante invocación de la soledad, y del dolor y la muerte cotidianos, se suma una preocupación social. El poeta atiende a la mísera realidad que lo rodea: “…lamer las llagas de un borracho/ desfigurarme la cara/ con botellas rotas/ y dormir luego en la acera/ sobre los excrementos tibios/ de una puta o un pordiosero…”
     La poesía de Eielson avanza en su esencialización, en su absoluto acendramiento lingüístico, como reflejo de su voluntad de hallar en la palabra el consuelo y la unidad definitivos. Este propósito, sin embargo, debe hacerse compatible con la invocación, en el poema, de realidades ásperas y contradictorias. En Noche oscura del cuerpo, la alegría de la carne compite con la melancolía, y su pureza esencial se contrapone a la turbiedad del sexo y la defecación. El libro ilustra un movimiento pendular, en el que el cuerpo se identifica con el cosmos y, acto seguido —o en el mismo instante—, con la caducidad y la nada.
     Más libros metapoéticos —De materia verbalis y Arte poética— subrayan el hecho de un lenguaje omnipresente, que es engarce con el universo —aunque también sinónimo de la nada— y que permite averiguar lo oscuro e incomprensible. La poesía es la única materia de la vida, aunque burlona y desengañada: un sucederse de palabras que sustituye a todo contenido, como el poema “Arte poética I”, que imita al célebre “Un soneto me manda hacer Violante”, de Quevedo, y prefigura los modernos blogs. Sin embargo, esta concepción comporta el riesgo del reblandecimiento expresivo, de la reiteración sin alma. Una poesía completamente autónoma, que funciona por sí y para sí, como un autómata lingüístico desgajado de todo referente, puede conducir a la deformación y al vacío. Así me parece observarlo en algunos dísticos fallidos de Naturaleza muerta (“¿Una luna de plata plata y sólo plata/ Necesita el hombre para ser feliz?”) o en los poemas más desestructurados y verbosos de Ceremonia total, de sesgo ferozmente surreal. En el propio Arte poética hallamos también algunos ejemplos de esta poesía mecánica y, a veces, desustanciada, como el poema “Arte poética ii”.
     Tras Ptyx, una historia de amor metálica y mallarmeana, valga la redundancia, llegamos por fin a la conclusión de este viaje radical a la esencia de la poesía que ha protagonizado Jorge Eduardo Eielson desde 1943. El excelente poema “Gardalis”, último de Celebración (1990-1992), anuncia el hallazgo de la totalidad perseguida por el poeta: “…yo soy el ciervo/ Pero también el arroyo”, concluye. En Sin título (1994-1998), ese hallazgo se prolonga y multiplica, y los elementos significativos del libro se funden, al completo, en una sólida proclamación de la unión radical de todas las cosas. Nudos (2002) es la última manifestación de ese impulso óntico de conciliación. Los nudos representan, con su solidez y, al mismo tiempo, con su brevedad, esa trabazón espiritual, esa metáfora escueta y perfecta de la totalidad a que nos conduce el lenguaje. ~

— Eduardo Moga

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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