[Algunos lectores de este blog me han pedido “más sobre Carlos Monsiváis”. Va este artículo publicado en mi columna Carta de Esmógico City a los pocos días de su fallecimiento.]
Monsiváis muy rara vez le telefoneaba a uno. Más bien siempre éramos tutti quanti quienes telefoneábamos a Monsiváis. Casi siempre nos respondía una voz de viejita que antes de colgar decía “Dispense, Carlos no está” y muchos ya sabíamos que esa voz (similar a la de una de las ilustres y temibles abuelitas prodigadas por el cine mexicano y tan temiblemente encabezadas por doña Sara García) no era la de una de las mil y una tías verdaderas que se le suponían a Monsiváis, sino que éste solía ejecutar tal relampagueante acto de trasvestismo sonoro para deshacerse del importuno que sin duda había interrumpido el tecleo de alguna de las muchas y excelentes páginas con las que inundaba a saber cuántas publicaciones…
Y sin embargo una vez Carlos me había telefoneado para felicitarme por el acierto de haber apodado Esmógico City a nuestra monstruosa metrópoli. Añadió algo sobre mi dizque deber de asumirme como Cronista de la Ciudad (creo que oí las iniciales mayúsculas), y ahí protesté diciendo que si alguien podía merecer tal título era él mismo, a quien por algo Adolfo Castañón había dedicado un ensayo precisamente titulado “Carlos Monsiváis, un hombre llamado ciudad”. Y dije después de haber los dos intercambiado algunas caricias verbales sobre la calidad de nuestras respectivas prosas:
–Carlos, yo no podría competir con tus libros y tus crónicas, en las cuales, latente o muy visible, siempre está presente y muy viva la Ciudad de México.
–No –respondió–, son páginas y libros que se vuelven absolutamente viejos al día siguiente de publicados, porque la ciudad cada vez es más populosa y más polimorfa, más cambiante, más incronicable, y menos ciudad y más caos.
–Pues eres el gran cronista de Esmógico City considerado como Caos Reptante –contrarrespondí.
–Lovercraftiano estáis… –dijo.
Y después de hablar de algún reciente libro famoso, o de una reciente película, o de cualquier otro asunto reciente, terminó nuestra conversación telefónica. ¿Fue la última conversación larga que tuvimos?
Ahora ya no conversaré con Monsiváis ni por teléfono –si era Monsiváis y no una tía la que hablaba imitando su voz.
(Publicado anteriormente en Milenio Diario)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.